Historias de pacientes en Bokoro, Chad

Hawa, Adeen y Katalma son tres de los niños ingresados por desnutrición en el hospital de Bokoro.

MSF
21/09/2016

Nombre: Hawa Hamad
Edad: desconocida, entre seis meses y dos años
Lugar: un pequeño pueblo cerca de Gambir
Nacionalidad: chadiana

Hawa Hamad llegó al centro de salud pública en Gambir con sus padres un lunes por la noche. Tenía diarrea y vómitos, y le pusieron una inyección para pararlos.

La familia pasó la noche en casa de unos parientes que vivían cerca. Sabían que al día siguiente, personal de Médicos Sin Fronteras (MSF) llegaría en una clínica móvil al pueblo y querían que el equipo examinara a Hawa.

Hawa estaba débil, no podía mantener los ojos abiertos y la cabeza recta y no era capaz de tragar nada de leche.

Su madre, Bomboe Youssef tiene 20 años y está embarazada por segunda vez. El padre de Hawa, Hamad, tiene 35. Es vendedor y trabaja en el campo. “Hawa es nuestra única hija pero hay otro en camino. Rezamos a Dios para que esta vez sea un niño”, dice su padre.

Tan pronto como Hawa fue evaluada por los enfermeros de MSF, fue referida al centro terapéutico de alimentación en Bokoro. Está a media hora en coche. Cuando el personal de MSF se prepara para llevar a Bomboe y su hija al hospital, Hamad les pide que vigilen a su esposa por él. Son primos, y ella no puede pasar una noche lejos de él desde que se casó.

En el hospital, se detectó que Hawa sufría anemia de origen genético, probablemente debido al hecho de que sus padres son parientes cercanos. Necesitaba de una trasfusión de sangre. El personal del hospital llamó a Hamad, que estaba dispuesto a donar sangre. Intentó en vano conseguir un transporte desde Gambir. Finalmente MSF y su hermano fueron a recogerlo.

Tras el test de sangre en el hospital, el personal confirmó que la sangre de Hamad era compatible con la de Hawa, pero también había dado positivo en sífilis, por lo que se descartaba como donante. Tras convencerle de que eso lo haría demasiado débil, el hermano de Hamad aceptó ser el donante en su lugar.

La transfusión se hizo y al día siguiente Hawa estaba considerablemente mejor. Ahora, se sienta y bebe algo de leche.

 

Nombre: Howa Haroum
Edad: 40
Lugar: Chaway pueblo en Bokoro, Chad
Nacionalidad: chadiana

Howa Haroum es de un pequeño pueblo de Chad central. Comparte casa con su marido, sus hijos y  su suegra.

“Tengo cinco hijos, tres niñas y dos niños. Mis hijos ya están casados y trabajan en el campo. Soy muy feliz con ellos. Trabajan duro y traen a casa todo lo que encuentran. Y, si no trabajan, salen a comprar comida”.

Howa estado en la unidad de cuidados intensivos en la ciudad de Bokoro durante cuatro días, cuidando de su nieto Adeen de dos años. Dice que se siente muy lejos de casa. Está sentada en una cama en una concurrida sala que puede acomodar a 70 madres y sus hijos con desnutrición, y está dispuesta a hablar. Explica que está en el hospital en lugar de la madre del niño, Fatima, que se encuentra en casa porque acaba de tener a su segundo hijo.

“Fatima no podía salir de casa, así que llevé a Adeen a la clínica para recoger algunas raciones [pasta de cacahuete para tratar la desnutrición] y volver a casa, pero cuando los enfermeros vieron a Adeen, dijeron que tenía que venir directamente aquí. Pensé que solo iría a la clínica móvil y volvería a casa, así que no estaba muy contenta cuando me dijeron aquello. Había ido a la clínica móvil durante tres semanas, pero esta vez me dijeron que no estaba mejorando y que debía ser transferido. Había dejado a mi suegra en el pueblo, es una mujer mayor. También tenía un hijo de tres años y tuve que dejarles a ambos. Ni siquiera tuve la oportunidad de cambiarme de ropa. Pregunté pero me dijeron que estaba demasiado lejos para irme y que no podían esperar. Había cuatro mujeres y sus bebés aquel día que fueron transferidas al hospital de aquí desde Chaway. Una mujer tuvo más suerte: llamó a su marido, que canceló lo que estaba haciendo y vino en moto para dejarle sus cosas antes de irse”.

Parece desconcertada pero también agradecida de ver que Adeen se recupera. “Tenía fiebre, vómitos y diarrea, pero desde que está aquí, está mejor. El bebé no ha ganado nada de peso, pero puedo decir que su salud ha mejorado. Espero que continúe así y en un par de días pueda volver a casa. Estoy esperando escuchar al doctor antes de saber si puedo irme”.

Además de una grave desnutrición, Adeen también tiene microcefalia, una pequeña anormalidad en la cabeza donde el cerebro no se desarrolla completamente. A pesar de ello, la cabeza de Adeen parece más grande respecto a su cuerpo y tiene poca energía.

La desnutrición severa es muy común entre los bebés y los niños pequeños en Chad y a menudo los familiares no son conscientes de la gravedad de la enfermedad de sus hijos porque es algo a lo que están acostumbrados a ver. Además, hay poco servicios de salud en Chad y a menudo no tienen los medicamentos necesarios, así que las familias no siempre buscan ayuda.

El doctor llega y examina a Adeen cada hora. No hay cura para la enfermedad que tiene así que una vez se haya recuperado de la desnutrición, él y su abuela volverán al pueblo. Sin embargo, no parece que vaya a ser dado de alta en los próximos días.

Aun así, Hawa está dispuesta a hablar sobre los medicamentos y el apoyo que han recibido. “Han dado a Adeen medicinas y mucha leche. Siempre están examinándole y yo aquí he recibido buena comida”.

Es evidente que Hawa también quiere llegar a casa porque está preocupada por su hija. “No he hablado con Fátima desde que estoy en el hospital. No tengo teléfono. Ella solo espera que su hijo vuelva a casa. Debe ser difícil. La enfermedad los ha separado”.

Nombre: Zara Abba
Edad: 32
Lugar: Yamena
Nacionalidad: chadiana

Zara Abba tiene 32 años y es de la capital de Chad, Yamena.

Ha estado en la unidad de cuidados intensivos de MSF en Bokoro durante cuatro días, cuidando de su nieta, Katalma Moussa de dos años.

Zara Abba estuvo de visita Bokoro para mostrar sus respetos a un familiar que había fallecido cuando su nieta enfermó.

“No había cogido peso en un tiempo, empezó con una diarrea líquida y su salud empeoró. Había estado paseando y jugando con otros niños, pero desde que comenzó la diarrea, no tenía nada de energía y no podía hacer nada más. Estaba siempre hambrienta y llorando y parecía que la leche que le daban no era suficiente. La cuidé durante una semana en casa pero después de aquello sabía que debía llevarla a la clínica”.

Katalma está muy delgada y aunque está sentada junto a su abuela, parece que se le hace difícil estar así. Está moviendo sus manos y su cabeza muy lentamente para espantar las moscas de su cara. Parece poner en ello toda su energía.

“Cuando llegamos a las 5 de la tarde, el doctor la examinó. Le dio un poco de agua y le puso una inyección. Desde entonces solo ha tenido diarrea una vez y ahora casi está de vuelta a la normalidad. Está empezando a tener apetito de nuevo. Es como si no comiera lo suficiente. Termina la leche que le dan y llora porque quiere más”.

“Mi marido es moraito [líder religioso islámico] y también vende cosas en el mercado de Yamena. Cuatro de mis hijos están casados y los otros cuatro viven conmigo. Todos ellos han ido a la escuela y espero que logren algo en sus vidas. Esta es la primogénita de mi hija. Ella está aún en Yamena pero hemos estado hablando cada día. Llama para preguntar por la salud de su hija. Le digo que su hija está mejorando y que MSF ha ido más allá para ayudarla, que están trabajando mucho. Animaría a MSF a que siguiera poniendo tanto esfuerzo para atender a estos niños. Hay muchas enfermedades aquí, pero gracias a MSF ahora hay muchos enfermeros y, aunque todavía son muchas las enfermedades, cada vez hay menos”.

Lamentablemente este tipo de historias son comunes en Chad. Las mujeres se casan jóvenes y tienden a quedarse embarazadas de nuevo poco después de dar a luz. Con altas tasas de malaria, falta de higiene de y de alimentos nutritivos, la pérdida de gran cantidad de niños es habitual.

Zara Abba tiene también una hija de dos años. “Haría todo el camino hasta Francia por la salud de mis hijos”, dice, “así que no tengo ningún problema en estar aquí hasta que Katalma mejore. Es cierto que hace calor y es ruidoso, pero también es así en mi casa. He dado a luz a 15 niños, siete de ellos han muerto y ocho siguen aún vivos. Dos de ellos fueron gemelos y murieron el mismo día que nacieron. Los otros, no sé por qué, era la elección de Dios”.

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