Terremoto en Ecuador: “Ante los embates de la naturaleza, ningún lugar es seguro”

Silvana Santos, Glass Moreno y Nancy Muñoz son tres de las personas que, tras el terremoto, se han visto obligadas a vivir en refugios.

MSF
04/05/2016

“Los movimientos de la tierra siguen y siguen”

Silvana Saltos, 26 años, Refugio San Francisco del Cabo, Muisne.

“Estoy acercándome a los tres meses de embarazo. El día del terremoto, casi pierdo a mi bebé porque hice mucho esfuerzo al cargar a mis dos hijos pequeños para huir de la casa.

Me internaron en la ciudad de Atacame ya que desde ese día me siento muy dolorida y porque aún, todo lo que como, no lo puedo digerir. Allá pude hacerme algunos estudios para controlar mi embarazo pero ya en el refugio en Muisne casi no me he realizado chequeos. Cuando vienen los doctores me revisan y me dicen que mi embarazo está delicado, que necesito hacerme controles  médicos regulares.

Mi mamá está aquí también con mis hijos y mi marido, y ella sufre de alta presión. Desde que ocurrió el terremoto, la presión la tiene muy alta y no le baja ni con los medicamentos. Y mis hijos, con cada nuevo temblor que sienten, se ponen pálidos y se asustan.

En el refugio nos sentimos un poco mal porque en dos colchones dormimos siete personas y recién tuvimos luz hace dos días, antes usábamos velas. Además, la lluvia nos mojó todo lo poco que tenemos.

No sabemos aún cuánto tiempo más nos vamos a quedar aquí porque todavía puede ser peligroso volver a la isla ante los posibles derrumbes de las viviendas que quedaron en pie. A veces dicen que puede venir un tsunami, otras veces dicen que no, y mientras tanto, los movimientos de la tierra siguen y siguen”.

 

 

“Estamos a la expectativa de regresar a nuestras casas”

Glass Moreno, 50 años, Refugio San Francisco del Cabo, Muisne.

“Estaba en mi casa, en un segundo piso, cuando vino el terremoto. Escuché que todos los vecinos empezaron a gritar, a correr y a salir de sus viviendas. Entonces bajé rápido para buscar a mi nieta y al tratar de llevarla conmigo, me fracturé una pierna.

A mi casa por suerte no le ha pasado nada, pero al lado, hay una vivienda que está muy deteriorada y hay peligro de que se derrumbe sobre la mía, por eso no puedo volver aún y me vine al refugio de San Francisco del Cabo. Hoy somos alrededor de 200 personas entre adultos y niños los que vivimos aquí.

En Muisne, la mayoría de las personas se dedican a la pesca. Como ya estoy mayor y no puedo salir a pescar, en mi casa de la isla me dedicaba a preparar encebollado de pescado como una forma de ganarme la vida. Pero ahora ya no tengo fuente de trabajo. Incluso ni los pescadores están saliendo a hacer su labor. Estamos a la expectativa de saber qué va a pasar y de regresar a nuestras casas.

En caso de que las réplicas continúen, tenemos que prepararnos también y saber que la naturaleza va a estar así. Porque ahora la ayuda llega, pero nosotros también tenemos que salir por nuestros propios esfuerzos a buscar nuestra alimentación. Tenemos que subsistir”.

 

 

“Ante los embates de la naturaleza, ningún lugar es seguro”

Nancy Muñoz, 35 años. Refugio Nuevo Milenio, Chamanga.

“Tenía una casa en la parte baja de Chamanga y en su momento creí que era una de las mejores de la comunidad, estaba segura que nada la podía afectar. Pero ante los embates de la naturaleza, ningún lugar es seguro y ningún lugar es el mejor.

Al momento del terremoto estaba ayudando a mi madre en su tienda, cuando de repente todo empezó a moverse. Quisimos salir corriendo pero nos dimos cuenta de que una de mis sobrinas de tres años no estaba por ningún lugar. Hasta que luego de buscarla, la encontramos mirando dibujos animados en una de las habitaciones. Felizmente la pude rescatar antes de que una pared de la casa se le cayera encima.

Ante la emergencia, todos los vecinos caminamos hacia las partes altas de Chamanga. En el albergue al que llegamos, al principio había 120 familias entre niños, adultos, personas con discapacidad y personas de la tercera edad. Pero muchos luego se fueron con familiares o amigos y quedamos 95 familias. Aquí, los niños están muy intranquilos, quieren volver a sus casas. Una niñita de tres años me preguntó un día: ¿Por qué pasó esto? ¿Por qué se dañó mi casa?  Yo quiero irme al cielo. Esos pensamientos nos arrancan lágrimas y creo que aquí necesitamos mucha asistencia en salud mental.

Chamanga es muy tranquilo y seguro, y siempre imaginé que estábamos muy lejos de cualquier riesgo, ya que aquí no tenemos volcanes como en otras provincias de las sierras. Nunca hemos vivido una situación igual. Esta zona es un brazo de mar y tenemos todas las especies de aves y animales. Es un lugar rico en naturaleza. Pero a partir del terremoto, nuestra población quedo devastada en un 80 por ciento.

Mi casa, además de ser mi hogar, era mi fuente de ingreso económico. Alquilaba piezas y bodegas para solventar la economía de mi familia y educar a mis dos hijos que están estudiando en Santo Domingo y  en un colegio en Ciudad del Carmen. A ellos les pagaba la comida y el arriendo. ¿Cómo le voy a decir a mis hijos este año que no estudien?

Muchos nos hemos quedado sin trabajo y aún no tenemos voces oficiales que nos digan que va a pasar con nuestras viviendas y cómo reactivar nuestra economía, y eso nos desespera. Vamos a tratar de sobrellevar la situación y esperamos que podamos rearmar nuestras casas lo antes posible y vivir en la comodidad que teníamos”.