En la mañana del lunes 23 de noviembre varios camiones llegaron al campo de Laylan, en la gobernación de Kirkuk, con el objetivo de comenzar a trasladar a los residentes hasta sus zonas de origen, en otras regiones de Irak. Hoy 25 de noviembre, mientras los camiones cargan las pertenencias de muchas personas, el campo parece más silencioso y vacío que nunca.
Muchos de los residentes del campo han expresado a nuestro personal su temor de ser devueltas en contra su voluntad a sus antiguos hogares. “Estamos profundamente preocupados por las consecuencias que pueda tener este cierre tan apresurado. Las personas desplazadas ya se encuentran en una situación de por sí vulnerable. Y este cierre se ha planteado sin haberles ofrecido una alternativa segura y sostenible”, explica Gul Badshah, coordinador general de MSF en Irak”.
Desde octubre de 2020, alrededor de 25.000 iraquíes que vivían en campos para personas desplazadas han sido devueltos a sus áreas de origen. Mientras que para muchas personas regresar a casa es un sueño hecho realidad, para otras, la inseguridad, la falta de refugio y la ausencia de servicios que les esperan hacen del cierre de estos campos una pesadilla.
“Incluso si quieren cerrar el campo, no deberían devolvernos a nuestras áreas de origen”, explica una de las mujeres residentes en el campo. “Necesitamos que nos garanticen nuestra seguridad. Hay muchas personas que por falta de seguridad o por miedo a sufrir persecuciones no pueden permitirse regresar a sus pueblos”.
En algunos casos, las personas repatriadas se enfrentan a sufrir posibles actos de violencia o a ser arrestados cuando lleguen a sus zonas de origen, sobre todo si alguien sospecha que esa persona puede tener algún tipo de relación con el Estado Islámico. “Cuando algunos de mis vecinos regresaron a la que un día fue su casa recibieron todo tipo de insultos. Tuvieron que esconderse de la población local porque tenían miedo de resultar heridos”, agrega la mujer.
Más de 7.000 personas viven actualmente en el campo de Laylan; la mayoría de ellas mujeres y niños. El campo se estableció en 2014 después de que estallara el conflicto en varias ciudades iraquíes como Hawija y Salah Al-Din, obligando a muchas personas a huir de sus hogares. Varios residentes del campo afirman no tener lugar alguno al que regresar.
“Nuestra casa ha sido destruida”, explica otra mujer. “Tenemos niños pequeños y no sabemos cómo nos las arreglaremos si nos envían de regreso. El clima es cada vez más frío. No tenemos ingresos para alquilar una casa en la que mantenernos seguros y calientes. El campo de Laylan es seguro para nosotros y aquí tenemos al menos agua y electricidad. Si nos envían de regreso, no tendremos ni una cosa ni la otra. ¿Cómo podremos arreglárnoslas para salir adelante?"
Muchos residentes también dependen de la atención médica que reciben dentro del campo, un servicio que, en cierta medida, tienen garantizado en Laylan. fuera del campo, son conscientes de que el acceso a la atención médica para las personas desplazadas es bastante más limitado.
“Nuestros equipos están tratando a 300 pacientes con enfermedades no transmisibles (ENT) en el campo; son personas que requieren tratamiento y cuidados ininterrumpidos de por vida”, explica Gul Badshah. “Debido al poco tiempo con el que se ha anunciado el cierre, no hemos podido proporcionarles medicamentos para un periodo de tres meses; el mínimo imprescindible hasta que puedan encontrar otro lugar en el que seguir el tratamiento. Tampoco hemos podido preparar los expedientes médicos que necesitan para inscribirse en otro programa para el tratamiento de ENT”.
“Nos preocupa también que los pacientes tengan que mudarse del campo en medio de la pandemia de COVID-19”, afirma Gul Badshah. “Hay ocho casos confirmados de COVID-19 en el área de aislamiento. No está claro cómo se trasladaría a estos pacientes ni lo que tardarían en poder tener acceso a la atención médica que necesitan".
Por todo lo anteriormente expuesto, Médicos Sin Fronteras instamos a las autoridades iraquíes a que reconsideren su decisión de cerrar inminentemente el campo de Laylan y pedimos que se garantice que los futuros retornos se lleven a cabo de una manera más transparente, voluntaria, segura y digna.