De Libia al Mediterráneo: relatos de los supervivientes

Ilina Angelova es analista de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras en el Sea Watch 4. A bordo del barco de salvamento, Ilina ha escuchado numerosos relatos de supervivientes sobre sus experiencias durante su estancia en Libia y su travesía en el mar. Estos son algunos de ellos.

MSF
23/10/2020

Un bala por romper el silencio

Patrick* me contó cómo lo mantuvieron cautivo en Libia. Un día sus captores le llevaron a trabajar a un complejo propiedad del comandante de un grupo armado. El recinto estaba cerca de una gran carretera en el centro de una ciudad rodeado de un alto muro para que nadie pudiera saber lo que pasaba dentro. Patrick, junto con otros refugiados y migrantes, se vio obligado a trabajar en la casa del comandante siguiendo una regla: no se les permitía hablar, toser ni hacer ningún ruido. Cualquiera que rompiera esta norma sería fue fusilado.

De las muchas historias que la gente compartió conmigo, esta es la que más me impactó. Me imagino la carretera transitada y la ciudad llena de vida, mientras detrás de un muro alto e impenetrable un grupo de hombres mudos y aterrorizados trabajan en completo silencio, ocultos del resto del mundo, y temiendo perder la vida en cualquier momento.

Al escuchar su historia, puedo entender por qué se subió a un frágil bote de goma en medio de la noche. Todo lo que quería era escapar, a cualquier precio, de cualquier forma posible, sin importar la probabilidad de volcar y ahogarse. El destino de las más de 500 personas que han perdido la vida en el Mediterráneo central este año no fue suficiente para disuadirlo. Tampoco el hecho de que no supiera nadar”.

Este africano no vale 500 dinares

“A muchas de las 354 personas a las que asistimos [entre el 22 y 29 de agosto], las horas y los días que pasaron a merced de las olas, en botes inestables y abarrotados, bajo el intenso calor del sol de agosto, y en las frías y oscuras horas de la noche, las situaron al límite.

Llegaban a cubierta con las fuerzas justas, haciendo todo lo posible por mantenerse en pie. Mareados y deshidratados, algunos se desmallaban de inmediato a causa del agotamiento. 150 supervivientes habían pasado tres días y tres noches en un bote de goma con un motor averiado sin comida ni agua. Muchos habían estado horas sentados sobre una mezcla corrosiva de combustible y agua salada, que les causaba quemaduras químicas graves y extremadamente dolorosas.

Conocí a un joven al que aún le quedaba metralla en el cuerpo producto de una explosión en Trípoli que mató a su padre y a su hermana menor. Hablé con un adolescente cuyo pie conservaba las marcas de una herida de bala: un francotirador le disparó y en el hospital se negaron a tratarle porque era un africano negro.

Recuerdo el testimonio de John*. Un día estaba haciendo trabajos de construcción en una casa cuando, por accidente, rompió una ventana. El propietario de la casa llamó a su patrón y le pidió una indemnización de 500 dinares libios (unos 300 euros). John escuchó la respuesta de su jefe: ‘Este africano no vale 500 dinares; haz lo que quieras con él’. Y eso fue lo que pasó. El dueño de la casa hizo otra llamada telefónica y, unas horas después, John fue encarcelado tres meses durante los que le golpearon, torturaron y le aplicaron descargas eléctricas. Me enseñó uno de sus dedos completamente desfigurado por los malos tratos. Todo por culpa de una ventana rota.

La lista sigue y sigue. Excepto que es menos una lista que un catálogo macabro de vergonzosos e inexcusables actos de brutalidad. Cada cicatriz, cada mordedura de perro, cada miembro desfigurado constituyen los diversos puntos de un mapa de un viaje en el que la humanidad ha sido atacada. Sus relatos son los relatos de una vida humana devaluada”.

Tripoli, Libia.


¿Nos van llevar de vuelta a Libia?

“Esperamos que las autoridades asignaran un lugar de seguridad a Sea-Watch 4 durante once días. Fue devastador ver cómo el retraso deliberado causaba un sufrimiento intenso e innecesario a quienes habíamos rescatado.

Tras una semana de espera, una mujer vino a verme angustiada. Me agarró de las manos y me preguntó con voz suplicante y aterrorizada si íbamos a llevarlos de regreso a Libia. Sus ojos, en ese momento ausentes, pero normalmente llenos de empatía y calidez, me decían que su mente seguía en el lugar del que había estado tratando de huir. Seguía haciéndome la misma pregunta todos los días, muchas veces, cada vez con más urgencia y temor:

‘Dime. ¡Dime! ¿Nos vas a llevar de regreso?’”

Finalmente, once días después del primer rescate, recibimos la noticia que trajo consuelo y alivio: las autoridades italianas ordenaban al Sea-Watch 4 que se dirigiera a Palermo, donde las personas serían trasladadas a un barco para cumplir cuarentena”.

Una promesa imposible de cumplir

“En los últimos minutos que pasamos juntos, varias de las personas rescatadas nos pidieron que siguiéramos salvando vidas en el mar, que continuáramos asegurándonos de que nadie se quedaba atrás. Queríamos responderles que lo haríamos, pero sabíamos que era una promesa que no estaba en nuestra mano cumplir, que el destino de nuestro barco estaba preestablecido. Y que una vez que entráramos en Italia había pocas posibilidades de que nos permitieran salir de nuevo.

Teníamos razón. Quince días después del desembarco de las personas rescatadas, el Sea-Watch 4 era colocado bajo bloqueo administrativo. Los tecnicismos utilizados como motivo de detención sirvieron para dar un barniz de legalidad a la decisión, motivada políticamente, de bloquear un quinto buque de rescate del Mediterráneo central en los últimos cinco meses.

Mientras estoy aquí sentada, sin poder hacer mi trabajo en el mar, pienso en aquellos a quienes no pudimos ni tendremos la oportunidad de rescatar. Mis pensamientos están con todos los que siguen atrapados en Libia, retenidos detrás del muro alto e infranqueable que constituye el Mediterráneo central. Ocultas de la vista y forzadas a un silencio total, al igual que los hombres que trabajaban con Patrick en aquel recinto, decenas de miles de personas continúan soportando brutalidad, crueldad e injusticia todos los días, mientras Europa cierra los oídos y mira hacia otro lado”.

 

*Los nombres han sido modificados