"Los que estaban realmente desesperados sobrevivían comiendo cáscaras de mandioca"

Barry Gutwein, logista experto en agua y saneamiento, trabajó en Dubie, en la provincia de Katanga, República Democrática del Congo, desde diciembre a febrero. A continuación, explica su experiencia.

MSF
10/03/2006

"Había oído la expresión ‘vestido con harapos’, pero nunca había visto nada como lo que vi en Dubie. Los jirones de las camisas y los pantalones colgaban de los cuerpos de los niños. Nunca entendí cómo la ropa se mantenía en sus cuerpos.

Llegué a esta localidad de la provincia de Katanga, en República Democrática de Congo, a mediados de diciembre. Mi misión: mejorar la situación de agua y saneamiento de más de 20.000 desplazados, que habían huido de los enfrentamientos que se habían producido cerca de sus pueblos y ahora estaban en el edificio de la escuela del pueblo, en el supermercado o en las calles. MSF había puesto en marcha una clínica en Dubie, que había funcionado durante un año, antes de la llegada de los nuevos desplazados en diciembre. La situación era extremadamente grave y no había otras agencias de ayuda humanitaria. Estábamos nosotros solos.

Me impresionó ver los pocos ancianos que venían entre los desplazados. Tuve la sensación de que simplemente no habían muchos en la ciudad. Las campos improvisados estaban muy limpios, por una razón muy sencilla: no había nada que se pudiera desperdiciar. Las familias desplazadas que estaban bastante bien, comían mandioca –un tubérculo nativo que debe ser rociado con cianuro para que sea comestible– y los que estaban realmente desesperados sobrevivían comiendo cáscaras de mandioca.

En comparación con lo que vi en mi última misión en Darfur, Sudán, donde la población había sido violentamente desplazada pero que tenía una relativa buena salud, en Dubie la gente sufría una desnutrición crónica. Durante años, su situación había sido mala, ya antes de tener que huir por los recientes combates.

22 centímetros y medio entre la vida y la muerte
Mis primeras responsabilidades eran ampliar la línea de distribución de agua existente en la ciudad hacia los campos y comenzar a construir letrinas. Hacía una década, la orden de las Hermanas Franciscanas en Dubie habían explotado una fuente profunda situada aproximadamente a siete kilómetros de la ciudad. Me reuní con el comité local del agua para discutir los pasos que debíamos seguir para ampliar el sistema a los campos, que los miembros de mi equipo ya ayudaban a construir a las afueras de la ciudad.

Dada la afluencia de la gente y el número limitado de grifos disponibles, había solamente cinco litros de agua por persona al día, poca más que la necesaria para beber. En una situación de la emergencia, se debería tener al menos entre 15 y 20 litros para permitir que la gente mantenga una higiene básica, que es esencial para prevenir brotes de cólera y de otras enfermedades diarreicas. En contraste, un habitante de EEUU gasta 368 litros al día, según la Agencia de Protección del Medio Ambiente estadounidense.

El anterior técnico de agua y saneamiento había evaluado la fuente de agua de la ciudad, pero quise comprobarlo yo mismo. La única cosa que separaba a los desplazados de una peligrosa deshidratación era un diámetro de 22 centímetros y medio, una cañería que serpenteaba a través de la jungla hasta la ciudad. Imagina la cañería del desagüe unida a al fregadero de tu cocina y tendrás una imagen de cómo sobrevive está gente. Era un sistema basado puramente en la gravedad.

Era un suministro extremadamente delicado. Cualquier interrupción podía provocar una crisis y que la gente se desesperara en un plazo de 24 horas. Además, los vertidos de las minas que se habían tirado río arriba, habían provocado que el agua potable los ríos locales de Dubie no fuera potable. Con este tipo de contaminación es casi imposible purificar rápidamente el agua. Necesitábamos aumentar la capacidad del agua lo más rápidamente posible.

“No puedes comprar ni un clavo”

Inmediatamente nos pusimos a cavar zanjas para la instalación de tuberías con el fin de extender el sistema de distribución de agua a los tres campos y así, ayudar a disminuir la distancia que la gente tenía que caminar para recoger agua. Pero debes tener en cuenta que no se puede comprar nada en la ciudad. ¡No puedes comprar ni un clavo! No hay nada en el mercado, ni siquiera animales de carga, sólo bicicletas.

Todo se tiene que comprar o bien a través del transporte aéreo semanal de MSF, o a través de un camión. Y yo no creía que las carreteras estuvieran tan mal hasta que llegué a la provincia de Katanga. Llevábamos herramientas con nosotros para ir reparando las carreteras mientras íbamos en camino. Después de las lluvias, los caminos se empantanan. La marcha era extremadamente lenta, menos de 16 kilómetros por hora. Los vehículos de MSF que venían de Lubumbashi, la capital de la provincia, a poco más de 300 kilómetros al sur, tardaban una semana en llegar a Dubie.

En tres semanas, pudimos instalar algo más de 600 metros de tuberías y añadir cinco nuevas fuentes de agua con seis grifos por cada una, colocadas mucho más cerca de los campos. Esto hacía que se incrementase el suministro diario de agua a 10 litros por persona y día. Pero estoy verdaderamente preocupado ya que la fuente de agua podría secarse cuando la estación lluviosa termine.

Preparándonos para el cólera
El cólera es endémico en Katanga. MSF estaba respondiendo a varios brotes en otros lugares de Katanga. Contribuí a que todos pusiéramos en marcha un plan de contingencia de cólera. Se necesita responder en 24 horas a un brote de cólera, pues de otro modo la gente puede empezar a morir muy rápidamente. Con las limitaciones logísticas que enfrentamos en Dubie, teníamos que asumir que debíamos valernos por nosotros mismos antes de que pudiera llegar otra ayuda externa.

Primeramente, determinamos la capacidad de camas necesarias para el internamiento de los pacientes en el centro de tratamiento de cólera, que alcanzaba la cifra de unas 100, dada la cantidad de la población. También identificamos un área de campo abierto donde establecer este centro. Estaba aislado de los tres campos de desplazados pero los suficientemente cerca para facilitar la movilidad de los pacientes durante la epidemia. Hicimos el pedido de todos los suministros necesarios (sueros orales, fluidos intravenosos, antibióticos, soluciones cloradas para desinfectar). También teníamos personal nacional trabajando en los campos para promover el uso apropiado de las 300 letrinas que estábamos construyendo. Eran nuestros ojos y nuestros oídos en los campos para detectar los brotes de las enfermedades que pudieran producirse, incluyendo el cólera.

Cubriendo las necesidades médicas y de refugio básicas
En medio del proceso de instalación del sistema de agua y saneamiento, ayudé a los equipos a distribuir material humanitario como bidones, cubos y cubiertas aislantes de plástico para más de 20.000 personas desplazadas. El equipo médico puso en marcha clínicas móviles en cada uno de los campos. Se atendieron pacientes de malaria y otras enfermedades; se realizó el seguimiento del estado nutricional de los niños y se vacunó a todos ellos contra el sarampión, a veces a 600 al día.

Yo me marché de Dubie a inicios de febrero, no pude seguir ayudando pero pienso en cuánta gente había perdido todo y como continuaban sufriendo la incertidumbre de no saber cuando podrían volver a casa en condiciones mínimas de seguridad.