El mayor olvido: los Oromos

MSF
11/05/2009

"Nosotros somos un pueblo antiguo. Somos de religión islámica y de religión cristiana. No quieren considerarnos refugiados, como a los somalíes, pero lo somos. Huimos de la misma violencia y de la misma hambre. Pero todo el mundo quiere que volvamos a que nos maten". Así de claro habla el líder de la comunidad de los Oromos en el campo de refugiados de Kharaz. Un campo pensado para somalís, que son considerados refugiados, pero no para etíopes, como los Oromos.

Y es cierto, vienen de la misma violencia. En la región de Oromiya se enfrentan el Gobierno etíope y grupos armados, y no tan armados, y se ejerce una presión enorme sobre muchos civiles. Y además está el hambre, las sequías que asolan buena parte de ese viejo y querido país. Etiopía está en la mente de todos, aunque splo sea en la mente, como Biafra o Somalia. Etiopía son los ojos de un niño enfermo. Pero es mucho más, estos hombres altos, con porte aristocrático, de color rojizo, que hablan ceremoniosamente y piden que se les otorgue la dignidad que merecen. Su situación, la de ellos, y sus mujeres y niños, es aún más difícil si cabe que la de los somalís aquí. En Yemen sufren la represión de las fuerzas de seguridad porque no los reconocen como refugiados y quieren repatriarles a su país, según nos explican. La otra opción para los etíopes que han cruzado el golfo de Adén y llegado a Yemen es seguir camino, por el desierto, hacia Arabia Saudí o Omán, donde esperan encontrar algo de trabajo. Muchos se pierden.

En el campo de refugiados de Kharaz sobreviven en una situación estresante unas 600 personas de Etiopía, la comunidad de los Oromos. Han hecho huelgas y manifestaciones para llamar la atención sobre las condiciones en las que viven. Ya no se fían de nadie. Todo el mundo parece aliarse para echarlos en cualquier momento. Reclaman que se les considere refugiados. Cuentan sus causas, las aventuras de cada huída darían para un libro, no ya para un <i>blog</i>. Y nadie sabe.

Un hombre nos cuenta que era electricista en Etiopía, donde arreglaba aparatos de radio. Asegura que lo arrestaron y torturaron para obtener información de dónde se escondían los guerrilleros. Mataron a otros prisioneros, pero él pudo salvarse hasta que llegó a la costa y al cabo de un tiempo atravesó el mar hasta Yemen.

Es decir, un hombre que un día salió de su casa y ya no pudo regresar atrás. Es decir, un día, hoy y todos los días, un hombre y una mujer, y otro y otra, y miles, salen de su casa, y a veces, no lo saben, pero no regresarán jamás. Pero de esto casi nadie sabe. Y estamos nosotros, los que contamos lo que vemos, pero que tampoco sirve de mucho, creo. Porque me quedo con este regusto tan amargo y viejo entre los dientes, como cuando te entra la arena del desierto.