“Mi padre nos abandonó a mí, a mi madre y a mis tres hermanos. Ella tenía que alimentarnos y cuidarnos. Éramos extremadamente pobres. En 2005, debido a la agitación política en Togo, tuve que exiliarme en Benín. Dejé a mi madre atrás, fue muy doloroso. Por eso volví a Togo lo antes posible. Pero todavía éramos muy pobres. En 2017 estábamos en una situación tan desesperada que tuve que dormir en el monte.
Mi amigo me dijo que fuera a Libia donde podría encontrarme un trabajo.
En septiembre de 2017, me fui de Togo a Nigeria, donde trabajé durante dos meses para ahorrar dinero para poder pagar el viaje a través del desierto. De camino a Libia, fui capturado por la policía chadiana, junto con otras 50 personas. Cuando nos enteramos de que los guardias chadianos hablaban de vender a la gente a otros contrabandistas, logré escapar. Durante tres días estuve escondido en el desierto hasta que pude llamar a un amigo para que me ayudara a llegar a Trípoli. Eso fue en enero de 2018.
Comencé a trabajar en una estación de lavado de coches para devolver el dinero que le había pedido prestado a mi amigo. Algún tiempo después, bandas criminales irrumpieron en nuestra casa y robaron todo: teléfonos móviles, ahorros. Secuestraron a mi amigo, que me había ayudado a viajar a Libia, y desde entonces no he podido volver a ponerme en contacto con él. Me encontré solo, viviendo en la calle.
En 2020, me robaron y me atacaron nuevamente. Desde entonces no puedo caminar con facilidad.
Este mes de septiembre intenté cruzar el mar Mediterráneo y fui rescatado por el barco de rescate de MSF, el Geo Barents. Siempre pienso en mi madre. Si llego a Europa y consigo un trabajo, será para ella”.
*Los nombres se han cambiado para proteger la identidad de las personas supervivientes.