"No podría dedicar mi vida al fotoperiodismo si no pensara que una fotografía tiene el poder para influir"

Por el objetivo de Lynsey Addario, Pulitzer en 2009, han pasado guerras, revoluciones y crisis en Irak, Afganistán, y Libia, donde fue secuestrada. El año pasado se embarcó en las misiones de rescate de MSF en el Mediterráneo.

MSF
01/06/2016

A veces una casualidad termina marcando nuestro destino ¿Dónde crees que estarías ahora mismo si tu padre no te hubiera regalado aquella cámara Nikon?

Sabes, quizás la hubiera descubierto de todas formas. Procedo de una familia con una importante tradición artística en la que siempre nos animaron a buscar una forma para expresar nuestras inquietudes; así que creo que, de alguna forma, hubiera entrado en contacto con el fotoperiodismo. El fotoperiodismo es el matrimonio perfecto entre una expresión artística y una aproximación intelectual, una fórmula para narrar historias y abordar temas complejos a través de la imagen.

¿Consideras que el hecho de ser mujer te ha facilitado o perjudicado a la hora de acceder a ciertos lugares o entrevistar a determinadas personas?

Sin duda alguna, me ha ayudado. Casi toda mi carrera la he desarrollado en países musulmanes. He trabajado en contextos donde hombres y mujeres están en espacios separados y, como fotógrafa, he podido acceder a los dos ámbitos. He sido una privilegiada; me he podido mover sin limitaciones, me han permitido acceder a su entorno privado, he conocido familias y, al mismo tiempo, he estado en entornos masculinos, incluso con grupos de combatientes.

El hecho de ser mujer también me ha facilitado cubrir historias muy delicadas, como algunas de las que he hecho con MSF como es el caso de la mortalidad materna donde se abordan temas muy gráficos como es asistir a un parto, a un acto tan privado. Como fotoperiodista me han dejado entrar en espacios muy íntimos.

En tu libro ‘En el instante preciso’, cuentas cómo estuviste a punto de perder la vida en Libia y también mencionas los dos secuestros de los que has sido víctima. ¿Hay algún lugar en el que hoy no te volverías a meter? ¿Alguna cobertura que no volverías a hacer?

Quizás, Libia. No solo por lo que nos pasó [fue secuestrada en 2011 junto a tres compañeros del New York Times por el Ejército de Gadafi]. Nuestro conductor murió, Tim Hetherington y Chris Hondros [fotoperiodistas] fueron asesinados y otros periodistas secuestrados. Libia es un lugar donde ahora mismo no hay esperanza, un sitio que ha caído en el caos. En mi caso, cuando pienso en cubrir un tema, debo sentir que hay un grado de esperanza. No voy a arriesgar mi vida si no lo siento así.

¿Hay alguna fotografía que te arrepientes de haber tomado?

Lo cierto es que no. Soy muy sensible, muy cuidadosa cuando tomo fotografías. Pido permiso, me aseguro de que todo el mundo está cómodo. Creo que es una parte muy importante de este trabajo, un trabajo en el que, en muchas ocasiones, ves a gente en un momento muy vulnerable de sus vidas. Por eso tengo que confirmar que las personas a las que fotografío me quieren ahí. No me arrepiento porque siento que entienden lo que estoy haciendo. Es también una cuestión de estar seguro de que respetas a las personas a las que estás fotografiando.

El pasado verano estuviste en dos de los barcos de rescate que MSF lanzó al Mediterráneo ¿Cómo ha sido trabajar en esta crisis?

Se trataba de situaciones en las que se hacía muy evidente la desesperación de las personas que trataban de llegar a Europa. Me llamó la atención las escasas pertenencias que llevaban consigo. Viajan en esos botes en una situación de extrema vulnerabilidad. La mayor parte de mi trabajo se centra en personas que viven situaciones límite, en momentos de fragilidad y desesperación. En este caso se trataba de personas que vivían una situación extrema; de repente se veían a la deriva en medio del mar, sin motor y solo les quedaba la esperanza de que alguien les rescatara.

Has visto de cerca el grado de angustia de estas personas para que decidan echarse al mar con sus familias y jugarse la vida de esta manera ¿Tienes algún mensaje para los políticos europeos?

Es increíble que siga pasando. Mi primera cobertura de este tema fue en octubre de 2014 cuando estuve en la zona con la Armada italiana y, casi dos años después, seguimos viendo a gente desesperada viniendo, a niños muriendo ahogados mientras la comunidad internacional y la UE siguen discutiendo cómo manejar la situación ¡Es una broma!

En su último informe, Reporteros Sin Fronteras afirma que el año pasado murieron 63 periodistas. Los secuestros de reporteros se han convertido en algo casi cotidiano ¿Es el mundo de hoy más peligroso que cuándo comenzaste a trabajar como fotoperiodista?

Y no olvidemos la cantidad de hospitales bombardeados, entre ellos algunos de MSF. Muchas veces, los periodistas y los equipos de MSF compartimos situaciones, estamos en los mismos lugares. Por eso, cuando escucho que un hospital ha sido bombardeado por Estados o grupos resulta una atrocidad que, en mi opinión, se asemeja a atacar a periodistas. No existe ese respeto que sí creo que había cuando comencé hace 15 años. Ahora es como si esos ataques fueran parte de la guerra.

Has hecho algunos trabajos empotrada con las fuerzas estadounidenses ¿Qué libertad tiene el fotoperiodista para trabajar cuando estás insertada con un Ejército como el estadounidense?

He hecho muchas coberturas de ese tipo. Creo que, como periodista, es fundamental tener tantos ángulos de la historia como sea posible. El hecho de haber trabajado dentro de unidades del Ejército estadounidense ha sido importante para cubrir ciertos temas. También tenemos que mostrar su perspectiva y la forma en la que piensan. Tengo que decir que nunca han intentado censurar mi trabajo ni me han pedido que no hiciera determinadas fotografías. Por supuesto, cuando he estoy empotrada con el Ejército en ese momento solo tengo su perspectiva pero, como he dicho, creo que se trata de cubrir tantos ángulos de una misma historia como se pueda. Es similar a cuando estuve en el norte de Siria con el YPG (la milicia kurda). Vi lo que quisieron que viera y mucho de nuestro trabajo es así. Nos guste o no, esa es la realidad. En la actualidad, con los secuestros y ataques a periodistas no hay otra forma de acceder a ciertos lugares. En el caso del valle de Korangal en Afganistán, nunca podría haber entrado allí si no hubiera sido con las tropas norteamericanas y no hubiera visto nada de lo que pasaba allí ¿Hubiera sido eso mejor? No lo creo. Creo que es mejor tener algo de información que nada.

Cuando has trabajado en conflictos como el de Irak o Afganistán ¿te han tachado de antiamericana por haber mostrado la cara menos amable del Ejército de su país?

Sí. Pero como fotoperiodista es esencial narrar ese contexto. Nuestro trabajo es documentar lo que vemos y si soy testigo de algo que no deja en buen lugar a mi país, mi responsabilidad es contarlo. En esos momentos no me siento orgullosa de mi país, pero es la realidad, y los ciudadanos de mi país tienen que conocerla.

Las mujeres son una preocupación constante en muchas de tus coberturas… 

Creo que, habitualmente, las mujeres soportan el peso de la sociedad. Cuidan de los hijos y, en muchos lugares, son las únicas que trabajan. Me gusta centrarme en ellas porque son increíblemente resistentes y fuertes. Por otro lado, no hay muchas mujeres fotoperiodistas que trabajen en zonas de guerra y creo que es esencial poder plasmar historias íntimas y cercanas como las que nos cuentan las mujeres.

En estos momentos, vivimos una crisis de refugiados de magnitudes desconocidas desde la Segunda Guerra Mundial ¿Cómo se aproxima un fotógrafo a cubrir algo como lo que sucede en Grecia y en los Balcanes?

Fotográficamente no es difícil. Se trata de situaciones muy dramáticas en las que suceden muchas cosas y hay mucho movimiento. Irónicamente, para mi resulta mucho más complicado tratar de contar una historia donde no está sucediendo nada. En Lesbos, donde se sucedían las llegadas de botes a las playas cargados de personas en situaciones límite, ha habido muchos fotógrafos cubriendo el tema lo cual me parece fantástico. Sin embargo, echo en falta la perspectiva sobre el origen de estas personas. Les hemos visto subirse a las barcas, tratar de superar vallas e incluso durante todo su tránsito desde Turquía a Alemania, pero necesitamos saber más sobre cómo eran sus vidas y de qué huyen.

La foto de Ayllan en una playa turca impulsó un movimiento en favor de los refugiados y un aparente cambio en las políticas europeas que luego se diluyó ¿Crees que una fotografía puede cambiar la respuesta política a las crisis?

Me gustaría que así fuera. No podría dedicar mi vida a esto si no pensara que una fotografía tiene el poder para cambiar o influir en la política. Tengo que creer que es así, que es posible. En el caso de la foto de Ayllan, hubo una gran reacción justo después de la publicación de la foto. Resulta muy deprimente que, de repente, todo derivara en una apatía que no han roto, ni siquiera, otras fotos similares, pero a nadie parece ya importarle.

La presidenta de MSF ha dicho que Siria es una “trampa mortal” ¿En las condiciones actuales del conflicto ves alguna posibilidad para que periodistas internacionales puedan contar lo que sucede dentro?

No lo sé. Ha habido tantos secuestros y asesinatos de periodistas que incluso los más experimentados no quieren ir. Los medios tampoco quieren enviar a sus profesionales porque es demasiado peligroso. Y el hecho es que estas limitaciones están teniendo un coste muy alto para la  propia población siria porque sabemos muy poco de lo que sucede dentro del país y del sufrimiento que están padeciendo sus habitantes.

¿Cómo se busca la luz en algo tan oscuro como una guerra?

Mi trabajo como fotoperiodista es hacer partícipes a los lectores, que estos se interesen por  las historias que cuento. Y mostrarlas con belleza y luminosidad es la única forma para que el público se sienta concernido por temas tan sombríos.