En el ojo del tifón (por Agus Morales, Comunicación MSF)

MSF
22/11/2013

Durante unos minutos todo está en calma. Hay que imaginarse el cielo despejado y corrientes de aire reordenándose. El ojo del tifón Haiyan está pasando por encima y pronto los vientos huracanados intentarán arrasarlo todo.

Esta es la experiencia de algunas de las comunidades en la isla de Leyte, una de las zonas más afectadas por la catástrofe. Me lo cuenta Manfred Murillo, logista de Médicos Sin Fronteras. En una de esas localidades, el equipo departió con un cura que les explicó cómo la gente se refugió en la iglesia para resguardarse del tifón, cuyos vientos llegaron a alcanzar los 300 kilómetros por hora. Los lugareños se desplazaban a un lado u otro del edificio según el paso del tifón y el ataque del viento.

Los filipinos estaban muy preparados, estoy sorprendido. En casi todas las municipalidades que visitamos, la gente se cobijó ante la llegada del tifón. En uno de los pueblos, las únicas tres personas que murieron son las que no quisieron ponerse a buen recaudo”, comenta Murillo.

Es lo que aquí llaman “centros de evacuación”: los grandes edificios a los que acudir en este tipo de situaciones. Pueden ser iglesias, escuelas o ayuntamientos; la mayoría de las casas no son seguras. A Murillo le interesa mucho este tema. Célebre entre sus compañeros por su proverbial sentido del humor, el logista se olvida de la socarronería y se pone serio para hablar de materiales de construcción y desastres naturales.

Estamos en una discreta vivienda de tres plantas del distrito de Burauen, al sur de Tacloban, donde el equipo de MSF pasa la noche entre velas y latas de conservas. Es uno de los pocos edificios habitables en la zona para un grupo nutrido de personas.

Esta casa es perfecta para tifones, pero es una tumba si hay un terremoto. ¿Por qué? Porque es de cemento. En cambio, muchas de las viviendas que se han venido abajo son perfectas para un terremoto, porque son livianas y si te caen encima no pasa nada, ilustra el costarricense.

Tanto en Burauen como en otras zonas de la isla, los filipinos intentan rehabilitar sus casas devoradas por la tormenta o apuestan por construir nuevas viviendas. Por las tardes, queman los escombros del desastre y una nube tóxica (madera, basura, vegetación) se mezcla en el ambiente con el calor tropical. Parece un rito oriental para que arda todo lo relacionado con el tifón y los hogares y la vida se renueven.

Se ha repetido hasta la saciedad que los habitantes del archipiélago están acostumbrados a catástrofes naturales, pero quizá el problema es que nadie podía estar preparado para la violencia del tifón Haiyan. Ahora los filipinos quieren olvidarlo.

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