El papel de los medios en las grandes crisis humanitarias, el capítulo ruandés

Es innegable la influencia de los medios de comunicación de masas en la opinión pública, pero relacionar la causalidad entre la cobertura informativa y la respuesta política ante las grandes crisis humanitarias es imposible de establecer con certeza. Por ello, es importante distinguir entre su influencia en la narrativa de los acontecimientos y su verdadero papel en el devenir de los mismos. El capítulo ruandés nos mostró el rol de una emisora de radio para generar odio y la incapacidad de medios de comunicación para impulsar a sus gobiernos a detener las matanzas.

MSF
03/04/2014

"¡Las tumbas están todavía medio llenas! ¡Ayúdanos a llenarlas! ¡Planta barreras! ¡Bloquea la infiltración de las cucarachas!"

Nombrar a la Radio-Télévision Libre des Miles Collines (RTLM) es evocar la banda sonora del genocidio de Ruanda, recordar a los medios del odio utilizados como herramienta de propaganda del Estado. Es innegable el papel que jugaron los locutores (me niego a llamarles periodistas) de RTLM en crear un clima de extremismo e histeria colectiva. Sin embargo, decir que RTLM ejerció el periodismo profesional e independiente sería faltar a la verdad. Más bien, se dedicó a transmitir, con un lenguaje callejero y exaltado, tertulias y diálogos informales destinados a la población más joven y de extracto más humilde, que eran quienes conformaban el grueso de las milicias.

La especificidad de RTLM fue su conexión directa con los órganos de poder y su monopolio de las ondas, otorgándole una fuerza incontestable y sin contrapesos para airear la propaganda política. Su papel para incitar a la población a cometer horrendos crímenes nunca se ha cuestionado y la mayoría de los análisis sobre Ruanda dan por sentado la conexión causa-efecto entre los discursos del odio transmitidos por RTLM y el genocidio mismo.

No obstante, el énfasis que a menudo se da al papel que jugó esta emisora en el genocidio ruandés puede distraer nuestra atención de la verdadera raíz de la cuestión. Más bien, la radiodifusión exaltada y enardecida fue un reflejo o síntoma de otras causas. Es importante recordar que en los meses previos al genocidio se organizó meticulosamente todo un aparato paramilitar de milicias, escuadrones de la muerte, depósitos de armas y listas de potenciales víctimas. Indudablemente, RTLM fue un instrumento muy práctico para dirigir a las milicias y transmitir consignas. Pero el genocidio era un objetivo del Estado, meticulosamente planificado y organizado por las estructuras políticas y militares, y la intención era llevarlo a cabo con o sin radio en el país de las mil colinas.

Burundi, el antiguo Zaire (actual República Democrática del Congo), Sudáfrica e incluso la antigua Yugoslavia son otros países que utilizaron los medios de comunicación para promover hostilidades entre comunidades.

Precisamente, en las jornadas ‘Ruanda, 20 años después’ que acogerá desde mañana La Casa Encendida abordaremos, entre otros aspectos, la visualización del conflicto ruandés y el papel de los medios de comunicación.

Las actuales crisis en la República Centroafricana (RCA) y en Sudán del Sur han vuelto a reabrir el debate acerca de la posible contribución de los medios a alimentar, de forma consciente o por mera negligencia, el odio entre comunidades. Podría ser éste el caso de algunas narrativas básicas y sin análisis que reducen complicados y prolongados problemas políticos, económicos y militares a una cuestión de dos bandos enfrentados.

Es cierto que la falta de un análisis adecuado de las causas de un conflicto por parte de los medios puede contribuir a la indiferencia y la inacción de la comunidad internacional. Pero no lo es menos que la cobertura informativa tampoco garantiza una adecuada toma de decisiones si los dirigentes de las grandes potencias carecen de la voluntad que requiere dicha empresa.

Ni la reciente intervención de la comunidad internacional en RCA, ni la lenta reacción con respecto a Ruanda tiene nada que ver con el trabajo de los periodistas. Sólo cuando están en juego importantes intereses geoestratégicos o están convencidos del éxito de la intervención, los estadistas ponen en marcha la narrativa político-militar que la justifica; y es entonces cuando la opinión pública se moviliza – a favor o en contra – a rebufo de la cobertura informativa.