"El simple hecho de que hubiera alguien les hacía sentir más seguros"

Éste es el testimonio de una doctora de MSF de 27 años. Acaba de volver a Yangon tras dos semanas trabajando con un equipo móvil en Ngapudaw, en la región del delta del Irrawaddy

MSF
30/05/2008

“Pasé la primera semana viviendo en un barco amarrado lejos de la costa de la isla principal. Todo el equipo de 15 personas vivíamos en el barco. No era un lugar agradable. El tiempo era malo y llovía cada día.

Los desplazamientos en barco eran muy difíciles. Cada noche dormíamos en el barco, que era grande y era donde se guardaban los suministros y, por la noche, usábamos pequeños barcos para ir a los pueblos. Dependíamos de la marea para llegar a algunos pueblos. Las condiciones de vida eran muy difíciles; todo estaba mojado y teníamos que usar agua salada para ducharnos o viajar 30 minutos para llegar a un flujo de agua fresca. Pasábamos las noches juntos en el barco sin ninguna distracción. No había música y nada con que distraernos de las cosas terribles que habíamos visto y escuchado trabajando en el delta.

Era horrible, pero estoy contenta de poder haber hecho este trabajo. La gente necesita nuestra ayuda desesperadamente y me gustaría volver una vez haya podido descansar.

El espíritu del equipo era muy bueno. Por la noche era muy difícil dormirse. Seguía pensando en las terribles historias que había oído y, en ocasiones, me sentía muy insegura por el mal tiempo y el miedo a una nueva gran tormenta.

Por la mañana nos despertábamos muy pronto, sobre las cinco de la mañana, por el sonido de los barcos pasando por el embarcadero. Nos vestíamos con nuestras ropas húmedas, nos lavábamos los dientes y comíamos unos noodles instantáneos y café. Después del desayuno, cada equipo salía en uno de los barcos más pequeños para ir a los pueblos. En el camino veíamos cadáveres de personas y animales en el agua. En algunos sitios, los cuerpos estaban enterrados bajo los escombros de las casas y los habitantes de los pueblos no habían podido sacarlos todavía. El olor era horrible, no creo que nunca pueda olvidarlo.

En los pueblos, la gente se alegraba de vernos llegar. Veían nuestros chalecos salvavidas desde la distancia, sabían que veníamos a traerles ayuda. En algunos pueblos pequeños, éramos las primeras personas en llegar para dar apoyo a la población.

Desde el momento que salíamos del barco, la gente del pueblo venía y nos seguían. Nos ayudaban a encontrar una casa donde pasar consulta y montar las distribuciones. Vimos muchos pacientes con síntomas de estrés, dolores de cuerpo e hipertensión, especialmente en pueblos donde la destrucción ha sido masiva y mucha gente ha muerto por las inundaciones. Es muy triste. Muchos tenían miedo y venían a hablar con nosotros ya que el simple hecho de que hubiera alguien allí para apoyarles les hacía sentir más seguros.

Normalmente pasábamos todo el día pasando consulta. Si aún quedaba algo de comida en el pueblo, la gente nos preparaba comida. Pero en algunos pueblos no había nada que ofrecernos más que lo que habíamos llevado nosotros. Escuchamos muchas historias de los pacientes durante el día. Hay tanta gente angustiada que ha perdido a sus familias, a sus hijos y a sus padres.

Un hombre de 35 años nos vino a ver con heridas negras por toda su espalda que parecían latigazos. Las heridas eran lesiones cutáneas producidas por el impacto de vientos racheados con lluvia y arena. Se subió a una palmera para salvar su vida cuando las inundaciones golpearon su pueblo. El viento era tan fuerte que se sacó su pareo birmano y se ató al árbol. Estuvo colgando durante cinco hora tras ver a su familia ahogarse.

También tratamos una mujer mayor con signos de desnutrición. Sólo había comido un poco de arroz en los últimos cinco días. Ella y su marido, también muy mayor, fueron las únicas personas de su familia que han sobrevivido al ciclón ya que sus hijos y sus nietos se ahogaron.

En un monasterio de un pueblo más grande, encontramos 14 personas que eran los únicos supervivientes de todo el pueblo: un hombre, una mujer y unos niños. Todos los demás se ahogaron y su pueblo desapareció. No tenían nada, algunos no tenían ni ropa puesta.

Tras un día de consultas volvíamos al barco más grande para pasar la noche donde nos reuníamos con los demás equipos y compartíamos las experiencias.

Durante la primera semana en el delta nos sentíamos bastante heroicos, ya que sentíamos que estábamos ayudando a gente en circunstancias muy difíciles. Pero durante la segunda semana, todos empezamos a sentirnos mucho más deprimidos. Cada día escuchábamos más historias, y veíamos más casas destrozadas y más gente muerta. Estábamos más cansados y la escala de la destrucción nos empezó a desbordar.

No teníamos teléfono móvil que funcionase y, por la noche, nos sentábamos todos alrededor del teléfono esperando a que fuera nuestro turno para llamar a nuestras familias y amigos.

Estoy muy contenta de estar en Yangon ahora para hacer un descanso y coger energía, para así poder volver al delta y continuar trabajando allí”.