Sudán del Sur: aumenta el número de refugiados llegados del vecino Sudán
Médicos Sin Fronteras (MSF) aumenta sus actividades de emergencia para atender a más de 21.500 refugiados en el pueblo sursudanés de Doro. Entre 500 y 1.000 nuevos refugiados llegan a diario a esta zona cercana a la frontera con el vecino Sudán, huyendo del conflicto en el estado del Nilo Azul. El viaje a pie les lleva entre una semana y un mes. Aunque ya está en marcha la creación de un campo de refugiados, a ninguna de las familias se les ha asignado aún un trozo de tierra, teniendo que cobijarse bajo los árboles o entre los matorrales, donde guardan lo poco que pudieron llevar consigo.
Los refugiados cuentan que han huido de la guerra en el estado del Nilo Azul del vecino Sudán. Un anciano llegado recientemente a Doro contó al personal de MSF que creía que toda su comunidad (unas 5.000 personas) había huido: “Hemos venido todos”, cuenta. “No ha quedado nadie”. Su comunidad está compuesta en su mayoría por agricultores de subsistencia, que cultivan la tierra para comer. Está preocupado por sus nuevas circunstancias, ya que pueden prolongarse muchos años y son desestabilizadoras. Muchos han estado en esta situación antes como refugiados en campos en Etiopía durante la guerra civil en Sudán. “Me siento muy mal estando aquí porque vemos que la vida será difícil para nosotros sin comida ni agua”, dice. “Mi gente no para de preguntarme cómo vamos a sobrevivir en este lugar”.
Los pocos servicios en la zona están desbordados. Cerca del perímetro del futuro campo de refugiados, una perforación con una bomba manual utilizada hasta ahora por la gente del pueblo está actualmente llena de mujeres y niñas que hacen cola con sus cubos de agua hasta 12 horas. Las tensiones están aumentando.
“Muchos de los pacientes que vemos en nuestra clínica tienen enfermedades respiratorias”, cuenta Robert Mungai Maina, sanitario de MSF en Doro. “Y hay muchos pacientes con diarreas, ya que en las últimas semanas no habían letrinas y no hay agua suficiente. Hoy hemos tenido cuatro casos de diarrea con sangre y muchos más casos de diarrea acuosa. También estamos viendo niños desnutridos, algunos con desnutrición moderada y otros con severa. Estamos aquí para dar asistencia médica, pero estamos haciendo letrinas y preparando suministro de agua para dar respuesta a las necesidades inmediatas”.
Un hombre de 33 años contó a MSF que había venido buscando seguridad, pero que ahora se enfrentaba a nuevos problemas. “[Durante nuestro viaje] mis hijos me preguntaban, ‘¿Dónde vamos?’ Querían irse a casa. Les expliqué que estábamos huyendo de la guerra y que necesitábamos ir a un sitio seguro. Pero aquí nos encontramos con muchos problemas. Vinimos a un lugar donde estar seguros, pero la inseguridad alimentaria está ahora substituyendo el otro problema de seguridad del que huimos”.
Actividades de MSF en Doro
El 28 de noviembre, MSF puso en marcha una clínica temporal en Doro, ante la gran afluencia de refugiados llegados del vecino Sudán. Hasta el viernes pasado, el equipo había hecho 700 consultas, entre ellas trató a 100 pacientes con malaria e hizo más de 100 consultas prenatales. La mayoría de refugiados que buscan atención sanitaria tienen enfermedades respiratorias y diarrea. Esto se debe a que están durmiendo al raso, las noches son frías y no hay agua limpia ni acceso a servicios de saneamiento. La malaria es también común. La clínica proporciona vacunas y alimentos listos para consumo reforzados con proteínas y minerales. MSF ha empezado a construir letrinas y poner en marcha medidas temporales para suministro de agua potable.
En total, MSF tiene 15 trabajadores internacionales y más de 70 locales.
Testimonio Hombre de 33 años entrevistado en el campo de Doro el 7 de diciembre
“El viaje hasta aquí fue muy duro para nosotros. ¡Estaba tan lejos! Tardamos una semana y media hasta Doro. Nuestros hijos pequeños no podían caminar mucho. Mi mujer y nuestra hija de 11 llevaban a los gemelos de un año en la espalda. Yo cargué con la comida y nuestras pertenencias. Los otros, de nueve y cuatro, tuvieron que venir por su propio pie. Tras un rato, el de cuatro años se ponía a llorar. |
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© Jean-Marc Jacobs