Sudán del Sur: sueños de paz que se desvanecen (por J.A. Bastos, presidente de MSF)

MSF
21/02/2014

La última vez que visité Sudán del Sur, hace diez años, me fui con esperanza. Se acababa de firmar un alto al fuego y se discutía un acuerdo de paz. Unos años después, el país se independizó y pasó a ser dueño de su destino. No soy tan inocente como para creer que esto ocurriría sin pasar por momentos difíciles, pero la escala, la velocidad y las consecuencias brutales de la violencia que empezó en diciembre no dejan de impactarme.

Los compañeros que están ahora allí nos cuentan desgarradoras historias en las que la violencia sin límites es el elemento común. En Nimule, en la frontera con Uganda, un niño llamado Deng pedía ayuda a nuestros equipos tras haber perdido a toda su familia en los enfrentamientos en Bor, en el estado de Jonglei. A diario somos testigos de los cientos de miles de desplazados que se han visto forzados a huir de sus casas, haciendo largos caminos a pie o en barco, casi sin nada que comer y sin agua ni acceso a refugio o asistencia médica. Marion es una de ellas, tuvo que huir de la violencia en Bor estando embarazada de muchos meses, hizo un largo y duro camino hasta nuestra clínica en Lankien, justo a tiempo para dar a luz una niña sana. Y somos testigos también del miedo opresivo y paralizante de muchas personas que viven encerradas en campos improvisados en los que soportan unas terribles condiciones de vida. Sin embargo, están demasiado asustados como para salir de ellos y volver a sus casas. Todos nos cuentan que el futuro que les espera en este momento es completamente incierto.

Nuestros hospitales y clínicas están desbordados de gente. En Lankien, aldea pequeña en un lugar remoto que visite varias veces entre el 2000 y 2003, en el estado de Jonglei, el número de pacientes se ha multiplicado por cuatro y la población local se ha triplicado debido al flujo de desplazados.

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