Terremoto en Pakistán: "Continuaremos combatiendo los enormes desafíos que tenemos ante nosotros"

El coordinador de MSF en la emergencia del terremoto que el pasado octubre asoló la región de Cachemira, Vincent Hoedt, nos relata las principales dificultades y los retos que tiene la ayuda en esta región.

MSF
07/11/2005

El terremoto en Asia causó una destrucción masiva, un balance de muertes enorme y un elevadísimo número de heridos en una zona montañosa de difícil acceso donde la dureza del clima invernal, en poco tiempo, deteriorará aún más las condiciones de vida de los supervivientes. Durante la fase inicial de rescate, MSF tuvo que hacer frente a enormes dificultades logísticas para hacer llegar primeros auxilios y atención quirúrgica a los heridos.
“Y éstas no son todas las dificultades, aún nos esperan muchas más en el camino”, afirma Vincent Hoedt.

Tras casi cuatro semanas aportando ayuda, ¿cómo describirías la situación?

Después de ocuparnos de las prioridades iniciales, ahora estamos empezando a valorar problemas a más largo plazo. Por una parte, tenemos una estructura de salud destruida y por la otra, las necesidades médicas de las personas afectadas –debilitadas por la falta de abrigo y alimentos, la escasez de agua potable, unas pobres condiciones de higiene y el estrés psicológico– son cada vez mayores. ¿Cuántas personas decidirán trasladarse en busca de ayuda? Y, ¿qué ocurrirá si en estos puntos de concentración tampoco hay atención médica? Éstos son los mayores interrogantes. Y ahora hay que extrapolar esta variedad de factores de riesgo a una vasta zona de difícil acceso densamente poblada. Durante mucho tiempo tendremos que enfrentarnos a enormes desafíos.

¿Cuáles son en la práctica los desafíos que supone proporcionar apoyo a los equipos en el terreno?

Proporcionar apoyo en estas circunstancias significa que hay un montón de personas haciendo cola delante del almacén de MSF porque ven que estás cargando tiendas en un camión. Les dirías: “Perdón, estas tiendas son para una aldea determinada donde las personas lo han perdido todo.” Pero la gente desesperada responderá: “¿Por qué no me das una tienda?“ Así de doloroso resulta fijar prioridades en este tipo de distribuciones. Significa que te encuentras a una abuela muy pobre que tiene que cuidar de sus tres nietos pequeños porque el resto de la familia murió víctima del siniestro. En esta situación, no parece correcto darle un kit de herramientas y sugerirle que reconstruya su casa o decirle: “Hay un puesto de salud sólo a diez kilómetros bajando la colina.”

¿Y qué hay del impacto psicológico del terremoto en los supervivientes?

Se puede pensar que la salud mental no es algo vital, pero supone un tremendo problema y ocuparse del trauma es algo muy difícil. Arriba en las montañas, he visto un niño que no ha pronunciado ni una palabra desde que se produjo el terremoto.
He visto a gente que ha perdido completamente la esperanza en el futuro porque han perdido su casa y la mitad de su familia, así como toda estructura social existente. Ésta es la cruel realidad en el terreno.


El Secretario General de la ONU, Kofi Annan, advirtió que una segunda oleada de muertes podría producirse a menos que se enviara más ayuda de inmediato. ¿Compartes su opinión desde un punto de vista médico?

En cualquier crisis en la que las condiciones de higiene son pobres, la atención es escasa y muchas personas viven hacinadas en campos de desplazados, hay que estar siempre vigilantes ante posibles brotes de enfermedades infecciosas. A parte de algunos casos de tétanos, que eran de prever en una situación con tantos heridos, no hemos detectado ningún brote epidémico por ahora.
Ha habido casos aislados de sarampión aquí y allá en una aldea, pero nada que pueda calificarse de brote. Sin embargo, en este contexto un par de casos podría evolucionar muy rápido. Por este motivo, la vacunación de niños contra el sarampión forma parte de nuestra asistencia sanitaria a la población. Especialmente en los campos de desplazados, podríamos imaginar el peor de los escenarios con todo tipo de enfermedades infecciosas puramente relacionadas con el hecho de que las personas están demasiado débiles y viven demasiado cerca las unas de las otras durante demasiado tiempo con unas condiciones de higiene demasiado deficientes. Pero esto es lo que intentamos impedir en la medida de lo posible. En el campo de desplazados de Muzaffarabad, por ejemplo, nuestros expertos en agua y saneamiento instalaron letrinas y MSF proporciona agua potable clorada a miles de personas. La cloración es la clave para controlar la transmisión de enfermedades transmitidas por el agua.

Grandes zonas de la región afectada por el terremoto se encuentran en zonas de conflicto militarizadas. ¿Ha afectado esto de alguna forma la capacidad de MSF de aportar asistencia a las víctimas?

Hasta ahora, las limitaciones de MSF en materia de acceso a las víctimas son puramente físicas, lo que significa que el terreno montañoso difícil, las carreteras dañadas y la capacidad limitada del transporte aéreo son los desafíos más importantes a los que nos enfrentamos. Aunque el gobierno pakistaní nos apoya con vuelos, la situación continúa siendo difícil pues el número de helicópteros es limitado.

Existen planes de trasladar a miles de supervivientes de las aldeas montañosas aisladas a campos de desplazados para protegerles del duro invierno en el Himalaya. ¿Crees que éste es el enfoque correcto?

Ya hay miles de desplazados y su número va en aumento. De momento, se concentran en helipuertos, en estadios de fútbol, en escuelas y en el recinto universitario. Por eso, si el gobierno tiene la intención de proporcionar algo mejor a estas personas instalándolas en campos decentes y por tanto, contribuir a que puedan hacer frente a esta difícil situación, entonces esto es un buen principio. Y como existe la necesidad de atención sanitaria en los campos, si nadie más se implica, MSF debería ocuparse de ello.
Animar a la gente a trasladarse de zonas de difícil acceso a campos tampoco es malo, siempre y cuando estas personas tengan la capacidad de decidir. Pero realmente en este momento el dilema es muy complicado: ¿Tienen las personas derecho a quedarse en su aldea y decir: “Debéis ayudarme aquí donde estoy porque ésta es mi casa, aquí está mi tierra y aquí es donde quiero reconstruir mi hogar”? O acaso los trabajadores humanitarios tienen derecho a decir: “Perdón, no podemos aportar ayuda allí. Tenéis que salir de vuestra casa para poder recibir ayuda.” Es muy difícil trazar una serie de criterios en esto.
Uno de los principios rectores de MSF es que la gente debe tener derecho a tomar sus propias decisiones. Realmente, la ayuda debería permitirles recobrar su dignidad e incrementar su capacidad de tomar decisiones. Pero en realidad, nuestra ayuda –material, personal y capacidad logística– es limitada. Al final, MSF pone clínicas móviles en una aldea y pide a la gente de los alrededores que acuda a ese lugar para recibir asistencia médica. Incluso si sólo son cinco kilómetros, esto es como decirles: “Perdón, estoy decidiendo por vosotros, instalando la estructura de salud aquí y no allí.” En un mundo ideal, resulta fácil decir “No más campos grandes, por favor, a menos que la gente elija libremente vivir allí.” Pero pienso que tenemos que aceptar que la ayuda de alguna forma siempre es selectiva. Y las elecciones que tienen estas personas son más limitadas de lo que desearíamos que fuesen.

 

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