Refugiados en Uganda: sin agua

Diana Manilla Arroyo, coordinadora de nuestro proyecto de atención a los refugiados sursudaneses en Rhino (Uganda), narra su experiencia.

MSF
28/08/2017

¿Cómo es vivir un día sin agua? ¿Y cinco? ¿Seis? ¿Qué se siente cuando ni siquiera puedes lavar los trozos de tela que tuviste que usar como compresa? ¿Cómo te lavas las manos después de limpiar a tu bebé, que sufre su enésima diarrea desde que llegó al campo y que ha manchado toda su ropa y la tuya? ¿Cómo cocinas las habas y el maíz, que son lo único que coméis la mayoría de los que vivís aquí?

Este es el día a día de los 43.000 refugiados que viven en Ofua, en la parte oeste del asentamiento de Rhino. Llegaron aquí huyendo de la violencia en Sudán del Sur. Sabían que lo que les esperaba en Uganda no sería fácil, pero no imaginaban que el agua sería uno de sus principales problemas. Uganda hoy acoge a más de un millón de refugiados, de los que casi la mitad llegaron a partir de julio de 2016, cuando el conflicto se intensificó en el país vecino; y, a pesar de sus loables esfuerzos por ofrecerles unas condiciones de vida dignas, la situación en los campos dista de ser medianamente aceptable

Caminos que son barrizales

En Ofua uno podría tardar varios días en ir de un extremo al otro del campo: es enorme. Los caminos demarcan las zonas o 'vecindarios' donde los refugiados viven bajo techos de paja y entre paredes de plástico o barro. Estos caminos de arena, que se convierten en auténticos barrizales cuando llueve, están jalonados de tanques negros de agua, situados sobre sacos de arena, y junto a los cuales siempre hay colas de niños con bidones amarillos, esperando al camión que rellena el tanque. Cuando paso junto a ellos, siempre me sonríen y me saludan efusivamente, porque mi color de piel diferente les causa curiosidad y ganas de interactuar con esa persona extraña.

Uganda brinda a los refugiados los mismos servicios básicos que a los ugandeses, por ejemplo, atención médica y enseñanza. Además, les ofrece la oportunidad de trabajar y les asigna una parcela de tierra para que puedan instalarse y cultivar. En muchos sentidos, Uganda es un ejemplo a seguir, al contrario que todos esos países que cierran sus fronteras a millones de personas que se han visto obligadas a huir, dejanda atrás sus casas y sus vidas. Aunque también es cierto que existen muchos aspectos que no son tan idílicos y que deberían mejorarse de forma urgente.

Alice, una adolescente que reside en Ofua, me describió la violencia de la que había escapado no con palabras, sino con el gesto invisible de un cuchillo que corta el cuello. Esa es la descripción casi unánime que hacen habitualmente muchos de los adultos y niños que he conocido en este campo. No se acompaña de otros gestos ni de cambios en la entonación: es un movimiento casi sin emoción. 

Alice huyó a Uganda con su hermana mayor y la hija de esta, una niña de 4 años; pero su hermana murió por el camino y, de golpe, Alice perdió su infancia. Ahora es ella quien cuida de su sobrina, día y noche, sin separarse de ella. Alice no va al colegio, no trabaja y ha perdido el contacto con sus padres, de quienes no sabe nada desde hace mucho. Me llama la atención su manera tan consciente de describir su pasado y lidiar con él; pero al mismo tiempo pienso en lo que daría esta chiquilla por poder dejar todo eso atrás y volver a la normalidad, que es lo que al fin y al cabo todo el mundo ansía en este campo de refugiados.

Camiones cisterna

En Ofua hay inmensos problemas relacionados con servicios tan básicos como el agua potable. Hace ya más de seis meses que este asentamiento empezó a recibir refugiados y, a día de hoy y a falta de soluciones alternativas más sostenibles, la mayoría de la población sigue dependiendo del agua suministrada por los camiones cisterna; este sistema de aprovisionamiento es problemático e insuficiente. Desde cualquier lugar del mundo donde no hay filas de niños haciendo cola con bidones amarillos, seguramente sea difícil entender lo que supone vivir sin suficiente agua. En una ciudad europea cualquiera, estoy segura de que muy pocos se preguntarán cuántos litros por persona al día son necesarios, no solo para sobrevivir, sino para llevar una vida digna.

En los países occidentales, el agua es algo que está disponible normalmente y cuyo uso sin limitaciones nos resulta completamente cotidiano. Y así debería ser. Aquí, allí y en todos los lugares del planeta. En España, según los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística en 2013, el consumo de agua en los hogares se sitúa en los 150 litros de media por persona al día. Tiramos de la cadena,  cocinamos, nos lavamos las manos, nos duchamos, bebemos, regamos las plantas... Fuera de la normalidad, y en situaciones de emergencia en otras partes del mundo, como conflictos armados, desastres naturales o epidemias,  el estándar internacional mínimo es de 15 litros por persona al día; con esos 15 litros se deberían cubrir las necesidades humanas más básicas de consumo e higiene. Parece poco, ¿verdad? Pues bien, aquí en Ofua el promedio es de tan solo 8 litros por persona al día. La gente sobrevive, sí, ¿pero podemos decir que esos litros dan para llevar una vida digna? Las consecuencias de la falta de agua, y también de la falta de higiene, resultan difíciles de imaginar.

El pasado mayo, hicimos una encuesta en el campo de Orfua; determinamos que menos del 20% de las mujeres en edad reproductiva reciben ayudas para comprar compresas, un producto que en el mercado local es demasiado caro para las recfugiadas. Tampoco hay muchas organizaciones que se las suministren de manera gratuita. Muchas dejan de salir de casa e ir a la escuela porque no tienen agua para lavar los trozos de tela que utilizan una y otra vez. Y les da vergüenza oler mal y no estar limpias. Otro de los datos de la encuesta reveló que en Ofua, donde la diarrea es uno de los problemas de salud más latentes para los niños menores de 5 años, más de la mitad de la población no tiene jabón. Y otro dato más: en este campo, al menos la mitad de los refugiados no saben si tendrán agua al día siguiente. Y es esa falta de garantías la que empuja a más del 80% de la población del campo (es decir, a todos los que dependen del agua de los camiones) a esperar junto a los tanques cuando oscurece, a pesar de que el 70% también dicen no sentirse seguros cuando cae la noche..

Charles, un líder comunitario muy al tanto de los problemas de seguridad junto a los tanques, me llama con frecuencia, preguntándome si sé si los camiones van a llegar o no, porque ya son más de las seis de la tarde y está anocheciendo. Él sabe bien que son otras organizaciones las encargadas de la administración de los camiones, pero igualmente me llama a mí, tratando de encontrar desesperadamente respuestas que mitiguen la incertidumbre de su comunidad. Yo, lamentablemente, poco puedo decirle.

Fuentes alejadas

El problema del agua tiene muchas causas, pero un factor fundamental es el hecho de que las fuentes existentes no siempre están situadas en los lugares donde la gente se ha asentado; y de hecho en algunos sitios están muy lejos. Llevar agua por el campo con camiones que se atascan en el barro cuando llueve, que se estropean con frecuencia o que simplemente no pueden hacer todos los viajes necesarios para que todos tengan agua todos los días, es muy costoso e ineficaz. Pero en la mayor parte de los sitios, no hay otra solución. Nosotros, como podéis ver en el vídeo que han hecho mis compañeros desde Palorinya, hemos empezado a instalar plantas potabilizadoras que suministran millones de litros de agua en algunos de los asentamientos de la zona, pero de momento no llegamos a todos los lugares necesarios.

Las tierras que se asignan a los refugiados tampoco son todas cultivables y es casi cuestión de suerte recibir o no un terreno fértil. Y naturalmente una se pregunta por qué se asentó a los refugiados aquí si las autoridades ya sabían que eran zonas tremendamente áridas. Cierto es que, independientemente de si son cultivables o no, y de que los refugiados puedan dejar de depender de las distribuciones de alimentos, estas tierras permiten al menos vivir lejos de la violencia de Sudán del Sur. Pero, quitando eso, ¿les permiten también llevar una vida digna?

Si las decisiones del sector humanitario se basan en lo que la gente necesita con mayor urgencia, entonces esta es una realidad hasta cierto punto esperada. La gente lo primero que necesita es un lugar en el que estar a salvo de la violencia y, viéndolo así, puede entenderse que no importe mucho dónde está el refugio que se les ofrece. Lo más importante es que puedan llegar a un sitio donde haya servicios básicos de salud, agua y comida. Estoy de acuerdo, pero aquí tampoco disponen siempre de todo eso.

En lo que concierne al agua, es cierto que, durante una crisis humanitaria, el suministro de suficiente agua potable es un desafío y que, en el momento agudo de la emergencia, la asistencia se brinda en virtud de las necesidades más básicas para la supervivencia. Sin embargo, en Ofua, la población lleva más de seis meses asentada en lugares que incluso no se llaman oficialmente campos de refugiados, sino asentamientos. Esto es porque se prevé que todas estas personas tengan que permanecer en Uganda por un largo tiempo. Y sin embargo, Alice, como muchos otros aquí, me comentan con frecuencia que ellos lo que esperan es poder volver lo antes posible a Sudán del Sur, donde las cosas antes eran distintas. Quieren rehacer sus vidas, volver a lo que antes era la normalidad.

 

Nuestros equipos trabajan en Ofua, en el asentamiento de Rhino, desde principios de 2017. Hemos construido y gestionamos un sistema de suministro de agua a partir de dos pozos de alto rendimiento, desde los que se lleva el agua, mediante un sistema de tuberías de 8 kilómetros de largo, a un depósito central y 17 fuentes comunales situadas en dos zonas de Ofua. También ofrecemos atención médica gratuita tanto a refugiados sursudaneses como a ugandeses de la comunidad local en dos puestos de salud y un centro de salud con capacidad de hospitalización y paritorio. Estos programas emplean a más de 200 personas contratadas localmente, entre refugiados sursudaneses y residentes ugandeses.