Por Carlos Estrella, nuestro coordinador del sistema respuesta a emergencias en Colombia.

Hace tres semanas viajé a Novita, Chocó, departamento en donde Médicos Sin Fronteras tiene un proyecto cercano de salud comunitaria. Algunas veredas que rodean a este municipio han estado confinadas de forma intermitente desde octubre del año pasado por disputas entre los grupos armados. Pasan las semanas y miles de familias se quedan en sus casas, moviéndose justo lo necesario para sobrevivir.

El pasado 5 de junio ingresamos a veredas que llevaban meses aisladas y confinadas. Nos preparamos con una médica, una enfermera y un experto en logística y agua y saneamiento para ir a esos lugares. Salimos de Istmina hacia Novita, municipio que está a dos horas en coche. Desde allí, tomamos una lancha hacia Urabará, trayecto que tardó cerca de tres horas y que no suele ser fácil: el río es muy caudaloso, solamente un lanchero se atreve a hacer ese viaje. Tuvimos suerte, pues nos trasladó a cuatro personas y más de 12 cajas de medicamentos e insumos médicos. Es un río agresivo y empinado. Nos dijeron que mucha gente había muerto ahogada.  

Desde Urabará salimos, nuevamente río arriba y en la misma lancha, hacia Sabaletera, un resguardo indígena que es cercano a la frontera del departamento de Risaralda. Cuando llegamos, la comunidad indígena Emberá nos estaba esperando. Estaban muy contentos, pues dijeron que nunca había llegado asistencia humanitaria a este lugar, en donde no hay señal telefónica ni conexión a Internet. De hecho, difícilmente se encuentra luz eléctrica y no hay servicio de alcantarillado o tratamiento de agua.

Cuando nos bajamos de la lancha vi, a lo lejos, a una niña pequeña colgada de la espalda de su padre. Venían caminando hacía nosotros y me llamó la atención que nunca se soltara de él. Cuando la vi más de cerca, noté que su pierna estaba lastimada. Me contaron que hace dos años, durante la pandemia, se cayó jugando y se fracturó la pierna izquierda. Su nombre es Nelsa, tiene 6 años y lleva 24 meses sufriendo por una fractura de tibia y peroné que nunca fue atendida. En su comunidad no hay puesto de salud y lo único que pudo hacer su familia fue ponerle un vendaje que duró muy poco.

Nelsa lleva dos años arrastrándose o colgada de los hombros de su padre, quien la traslada de un lado a otro todos los días. La fractura no le permite ni siquiera poner el pie en el suelo, tiene que pedir asistencia para movilizarse y no puede dormir bien. Su vida, a sus escasos 6 años, cambió por completo y ya no puede jugar con sus amiguitos como lo hacía antes. Siempre necesita de la ayuda de su padre. “Acá nadie llega por el conflicto armado y porque estamos lejos, muy lejos de las ciudades. Pero al menos deberíamos tener a alguien que nos ayude a trasladar pacientes”, me decían en la comunidad.

Pues bien, para llevar a Nelsa a un centro de salud, por ejemplo, sus parientes tendrían que pagar 400.000 pesos por el transporte, un valor inalcanzable para estas familias. Con la mayoría de la población viviendo en pobreza, reunir esta cantidad de dinero en una comunidad tan pequeña resulta imposible. Por eso entendí que muchas personas estuviesen contentas con nuestra llegada. Nosotros la atendimos y trasladamos a Novita, activamos la ruta de remisión con el centro de salud y se agendó la cita con el especialista.