Los nuevos muros entre México y Estados Unidos
Más de 60.000 personas fueron obligadas, entre 2019 y 2020, a esperar una respuesta de asilo en la frontera entre México y Estados Unidos como resultado del ‘Protocolo de protección a migrantes’ (conocido por sus siglas en inglés MPP); respuesta que, para la mayoría nunca llegó.
En marzo, tomando por excusa la pandemia, el programa fue suspendido y la frontera cerrada mientras estas personas y sus familias seguían esperando y se exponían a la alta inseguridad reinante en estados como Tamaulipas, declarado precisamente por la Secretaría de Estado de los EE. UU. en nivel 4 en riesgo, el más alto en su clasificación, similar a países en conflicto como Siria y Yemen. Ocho meses más tarde, sigue cerrada.
El campamento que se estableció en Matamoros, a pocos metros del puente internacional que conecta con Estados Unidos, llegó a tener unos 2.200 solicitantes de asilo. Todos tenían la esperanza de encontrar protección en el vecino del norte tras haber sufrido violencia, extorsión o secuestro en sus países o a lo largo de sus diferentes rutas a través de México.
Debido a los muros administrativos y burocráticos, a la inseguridad y a la precariedad, cientos de ellos se han ido yendo paulatinamente del campo. La desesperación los ha empujado a buscar otros refugios en la región, a intentar cruzar el río, a regresar a la violencia de la que estaban huyendo o, incluso, a perder la vida. Hoy, cerca de 700 personas siguen esperando en este emplazamiento informal al aire libre la reapertura de la frontera y de los procesos de solicitud de asilo.
Desde el comienzo del MPP, Médicos Sin Fronteras (MSF) hemos prestado atención sanitaria en el campo de Matamoros. Durante el pico de la epidemia de la COVID-19, de marzo a junio, proporcionamos 843 consultas médicas y 735 de salud mental. Desde esta posición, hemos sido testigos del impacto de las políticas migratorias y del sufrimiento que estas generan en los solicitantes de asilo y que socavan su protección.
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Tiendas de campaña en la única zona cubierta del campamento. En estas condiciones de hacinamiento, las recomendaciones para prevenir la COVID-19 como mantener la distancia física resultan casi imposibles de implementar. © MSF/Arlette Blanco
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Un solicitante de asilo lava su ropa en uno de los puntos de agua establecidos en el campamento. © MSF/Arlette Blanco
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Las familias delimitan de manera improvisada los espacios de sus tiendas. Emplean materiales como bolsas de plástico, lonas o mantas para protegerse del viento, la lluvia y el sol. © MSF/Arlette Blanco
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Solicitantes de asilo recogen una vez a la semana productos de aseo y de limpieza para prevenir la propagación de la COVID-19. © MSF/Arlette Blanco
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A causa de la pandemia, niñas, niños y adolescentes han perdido sus actividades recreativas diarias y tampoco reciben clase. Pasan el día ayudando a sus familias en tareas como en preparar la leña que se distribuye diariamente. © MSF/Arlette Blanco
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Niños y niñas se refugian de las altas temperaturas en las tiendas de campaña. © MSF/Arlette Blanco
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En el campamento se instalaron puntos de agua para el lavado de manos. En esos puntos, además de información sobre el correcto lavado, se pegan carteles de personas desaparecidas que vivían en el campamento y estaban a la espera de su petición de asilo. © MSF/Arlette Blanco
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Un equipo de MSF realiza charlas de promoción de salud en la clínica instalada en el campamento. A causa de la epidemia, las sesiones sobre temas como salud sexual y reproductiva, dengue, salud mental y prevención de la COVID-19 se organizan con un número reducido de personas. © MSF/Arlette Blanco
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Un promotor de salud de MSF conversa con unas niñas que esperan en el campamento junto con sus familias la reapertura de la frontera. En agosto se vivían 1.600 personas, pero ahora se observan grandes vacíos tras la huida de algunos de la ciudad por temor, de quienes han intentado cruzar la frontera por otros medios o de aquellos que han retornado a su lugar de origen. © MSF/Arlette Blanco
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Las autoridades rodearon el campamento con una valla a causa de la pandemia. Las solicitantes de asilo ya no cuentan con la misma libertad de salir, ni pueden acudir al río Bravo para lavar ropa ni buscar leña por su cuenta. Ahora dependen de donaciones que llegan durante el día. © MSF/Arlette Blanco
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Elizabeth lleva a su hijo Carlos. Embarazada, decidió cruzar la frontera nadando el río Bravo. Se puso de parto cuando fue capturada por la patrulla fronteriza de Estados Unidos y dio a luz a Carlos. Dos días después, ambos fueron deportados con la orden de esperar su proceso de solicitud de asilo en México. Carlos, a pesar de haber nacido en Estados Unidos, fue devuelto al país del que su familia busca huir. © MSF/Arlette Blanco
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Mercedes, médica de MSF, realiza la primera atención postnatal a Carlos y explica a Elizabeth los cuidados básicos que tiene que tener con su hijo recién nacido. © MSF/Arlette Blanco