En 2009 atendimos a más de 5.600 víctimas de violencia sexual

MSF
27/09/2010

 

Hoy es sábado, y aunque apenas son las 9 y media de la noche, ya estoy metida en la cama para escribiros unas letras. Tengo que tratar de dormir lo que pueda antes de que la gata que merodea por aquí me despierte maullando a las 4 de la mañana tratando de entrar en mi habitación, de que el gallo comience a cacarear y de que los cuervos se pongan a andar por el tejado.

Hoy hemos podido salir un poco al chiringo de paja que está enfrente de casa, uno de los pocos lugares donde podemos reunirnos con los compañeros de trabajo y pasar un rato juntos. Allí hemos estado charlando de todo y de nada y al final hemos terminado hablando del oro, de los diamantes, de las armas... Me sigue resultando curioso hablar con los congoleños y ver como tienen tan asumida la guerra, ver que para ellos ya es algo normal después de todos estos años. Y sin embargo, para mí es difícil de entender.

Hace ya tres meses que me fui de España y sólo me quedan 3 más... Aquí en Kalonge tenemos mucho trabajo, pero la verdad es que estoy muy contenta y animada para seguir con lo que queda. Esta semana está lloviendo muchísimo y me temo que seguirá así todavía un buen tiempo, pues hasta dentro de un mes no empieza la estación seca. Y esta lluvia a nosotros nos dificulta aún más el poder llevar a cabo actividades tales como supervisar los centros de salud de la periferia, porque como ya visteis en el anterior post, al final nos pasamos el día embarrados en el camino.

Cada mañana nos vamos a las 6 y media con dos 4x4 por una cuestión de mera seguridad, pues suele pasar que un coche tiene que tirar del otro para salir de los agujeros que hay en la carretera. En el episodio que os conté el otro día, ya visteis que invertimos casi 5 horas para hacer 35 km, pero me han dicho que el récord del proyecto lo tienen unos compañeros que tardaron 6 horas en recorrer 5 km...

Yo soy la supervisora del equipo de la periferia y trabajo en un ambiente casi exclusivamente masculino. Los chóferes, los enfermeros del centro de salud, los médicos y supervisores del ministerio con los que trabajamos conjuntamente, son todos hombres... En África se respeta al hombre y a los adultos, y sobre todo a los ancianos, y yo soy joven y mujer, así que al principio, cuando todavía no me conocían bien, la adaptación fue un poco dura. Sin embargo ahora pasamos tantas horas juntos que poco a poco vamos cogiendo confianza.

El otro día tuvimos una reunión de formación con la médico congoleña que se ocupa del programa de violencia sexual. Allí sentados me resultó increíble escuchar los comentarios de algunas personas que finalmente acaban culpabilizando a las mujeres de todo lo que les ocurre. Me dolió especialmente comprobar la visión que tienen algunos hombres con respecto a las violaciones, y sobre todo ver cómo defienden a quienes echan de casa a sus mujeres, a veces incluso a sus hijos, cuando estas son violadas. Es sobre todo duro ver que cuando sufren una agresión de este tipo, las mujeres son frecuentemente repudiadas y estigmatizadas por la comunidad.

La incidencia de la violencia sexual utilizada como arma de guerra es enorme en esta región del Congo. Sólo el año pasado atendimos a 5.600 víctimas de agresiones sexuales entre Kivu Norte y Kivu Sur, y aun así nos cuesta mucho trabajar en este área porque engloba demasiados aspectos culturales y sociales difíciles de entender para una mentalidad europea. Todavía queda mucho trabajo de sensibilización por hacer, y esto es sin duda una parte importante de nuestra labor aquí.

El contexto del Congo es complicado y por supuesto que en unos pocos meses no se puede llegar a entender ni una pequeña parte de la infinidad de enigmas que encierra en sus miles de kilómetros cuadrados, pero estoy convencida de que poco a poco las cosas tienen que ir cambiando, de que poco a poco la mentalidad de quienes aún no comprenden llegará a cambiar, y que todas esas personas lograrán finalmente entender que las mujeres que han sido forzadas y agredidas son víctimas, y que como tales hay que protegerlas. Poco a poco las mentes deben pensar, razonar y asumir su responsabilidad para que las miles de mujeres que sufren agresiones día tras día en el este del Congo tengan derecho a una asistencia sanitaria y psicológica, derecho a la seguridad, derecho a no sufrir miedo ni vergüenza y, sobre todo, derecho a una vida digna. Y en la medida de lo posible, MSF seguirá luchando por ello.