6 meses del éxodo rohingya: un viaje interminable
La historia de Alí Ahmed refleja la durísima situación que viven los más de 688.000 refugiados rohingyas que han huido de Myanmar a Bangladesh. Con lo puesto, emprendieron un peligroso viaje y perdieron en el camino a familiares. Ahora malviven en asentamientos improvisados y se enfrentan a la desnutrición, las enfermedades infecciosas y la temida estación de lluvias.

Alí Ahmed es un refugiado rohingya de 80 años que vive en el asentamiento improvisado de Jamtoli. Es originario de una ciudad con aproximadamente 5.000 casas en el distrito de Buthidaung, Rakhine (Myanmar). Llegó a Bangladesh la primera semana de septiembre de 2017. Esta es la tercera vez en las últimas cuatro décadas que ha encontrado refugio en Bangladesh. Tres campamentos diferentes, más de seis años en total, dos viajes de vuelta a Myanmar. Ha sido padre de seis hijos y una hija; dos de ellos murieron durante la reciente violencia de agosto. Su esposa, ahora fallecida, dio a luz a dos hijos la primera vez que se desplazaron a Bangladesh. Antes de que todos estos acontecimientos marcaran su vida, Alí fue un joven curioso que pasó siete años trabajando como cocinero en un hotel en Rangún (hoy Yangon). Regresó a Rakhine porque echaba de menos a su familia.
El primer viaje
“Era febrero de 1978, tenía 40 años. Mi familia fue apaleada y torturada. Hui con mi esposa y mis dos hijos. En el camino perdí algunas fotos antiguas de mis tiempos en Rangún. Me gustaban mucho, pero cayeron al río durante la huida. Una vez en Bangladesh, nos refugiamos en un asentamiento en Ukhia. Después de tres años, nos enviaron de vuelta a la misma zona de Buthidaung. Nos transportaron en autobús y barco. Tras llegar a nuestro lugar de origen, reconstruimos nuestra casa en la misma parcela donde la anterior había sido destruida. La hicimos de madera, con cuatro habitaciones. Comenzamos a cultivar la tierra a su alrededor. Durante un tiempo, vivimos allí en paz, pero fueron reapareciendo los problemas: a veces nos robaban las vacas y nos arrestaban con frecuencia”.
El segundo viaje
“En 1991, la situación comenzó a empeorar de nuevo y decidimos irnos. Había pasado cuatro años haciendo trabajos forzosos. El Ejército me eligió porque hablaba un poco de birmano. Me acabé marchando con mi esposa, dos hijos, sus esposas y un nieto. Nos llevó siete días llegar a Bangladesh. Pasamos cuatro días en el bosque a medida que avanzábamos hacia la ribera del Naf. Nos llevó tres días más llegar a Bangladesh y, en esta ocasión, terminamos en Kutupalong. Una gran parte de mi familia permaneció desplazada en diferentes partes de Rakhine. Perdí contacto con ellos hasta que volví a casa en 1994. La vida en Kutupalong era aceptable. Había alrededor de 18.000 personas en el campo”.
El tercer viaje
“Al principio me alegré de regresar, pero después de algunos años, en 2002, los arrestos y palizas volvieron a ser habituales. No se nos permitía viajar, ni siquiera podíamos desplazarnos a tres kilómetros de casa. Todos los días había malas noticias. Pensé en volver a Bangladesh muchas veces. Después de algunos eventos violentos en 2014, comenzamos a pensar que debíamos irnos de nuevo. Pensábamos: ‘no pertenecemos a este lugar’.
En la ola de violencia reciente, mi casa fue quemada y dos de mis hijos fueron asesinados. Ahora estamos nueve miembros de mi familia aquí en Jamtoli, incluidos cuatro hijos y una hija. En estos momentos estamos bien, no tenemos grandes problemas en Bangladesh, pero las condiciones empeorarán con la llegada de las lluvias. No podremos movernos de un lugar a otro. El terreno se volverá resbaladizo. No tenemos miedo de regresar a Myanmar, pero queremos que se respeten nuestros derechos”.