“Además de atender a las víctimas del conflicto en Colombia, tenemos que darles voz”

MSF trabaja en Colombia desde 1994 y, desde 2008, específicamente en el departamento de Nariño, al suroeste del país, donde la población civil se encuentra atrapada entre varios fuegos y sufre las consecuencias físicas y psicológicas de las hostilidades.

MSF
17/08/2010

¿En qué consiste el proyecto y a quién va dirigido?

La población a la que se dirigen principalmente nuestros esfuerzos son las víctimas directas del conflicto en Nariño, quienes sufren constantemente por la disputa territorial entre los actores armados. Se trata de un departamento muy grande, por lo que no se pueden abarcar todos los frentes; sin embargo, lo que intentamos es llegar a las áreas más remotas, donde parece que los civiles no le importan a nadie y son olvidados a propósito. El objetivo es mejorar y garantizar su acceso a la salud primaria, haciendo énfasis en la salud mental y el tratamiento de la violencia sexual.

¿Cuál es la gravedad de la situación?

Nariño es, a la vez, el departamento donde las víctimas civiles de minas y de explosivos superan en número y porcentaje a las víctimas militares y el que tiene más desplazamientos masivos de población. Hay que recordar que Colombia es el segundo país con más desplazados en el mundo, después de Sudán.

¿Cuáles son las necesidades principales de la población?

Son muchas. Hay poblaciones en la cordillera, la zona más montañosa al este del departamento, que están confinadas, sin acceso a los mínimos servicios de salud, que no se pueden mover de su zona porque la totalidad del territorio está bajo el control de algún actor armado. Están en la línea de frente de la disputa territorial, por lo que todo el tiempo son víctimas de la violencia, son estigmatizados y acusados de colaborar con el enemigo, por el sólo hecho de estar ahí.

¿Cuáles son las principales consecuencias de la violencia en la salud de la población?

Colombia es un país que lleva muchísimos años en conflicto. Cada día muchas familias tienen que dejarlo todo, perdiendo sus derechos a la salud, a la identidad, a muchísimas cosas, por lo que su situación es de extrema vulnerabilidad. El impacto de esta sobreexposición a la violencia como daño o alteración en su salud mental es considerable, especialmente para los indígenas y comunidades afrodescendientes que ven como se afecta y deteriora sustancialmente su calidad de vida.

A nivel de salud mental ¿qué patologías son las principales?

Hay varias, desde trastornos adaptativos hasta estrés post traumático pasando por problemas de relación asociados con el abuso, depresiones mayores, duelos o trastornos del estado de ánimo como consecuencia de la exposición continua al conflicto. Lo interesante es que en Colombia –como consecuencia de la gravedad de la situación–  hemos trabajado mucho sobre ésta y otras afecciones de la salud mental, hasta el punto de que tenemos un conocimiento muy amplio de cómo atender este tipo de casos tanto en nuestras actividades regulares a través de clínicas móviles como en intervenciones de emergencia con desplazamientos masivos de población. Su importancia es tal, que también desde MSF compartimos este conocimiento con las instituciones del Estado. Esto ha supuesto una gran ganancia.

Aparte de las condiciones de seguridad propias del contexto, ¿cuáles han sido los principales obstáculos para llevar a cabo el proyecto?

Principalmente, la invisibilización de la situación por parte de las autoridades, el hecho de que haya gente que lleva tanto tiempo trabajando con desplazados que termina quitándole la severidad que esto tiene y que hace que las víctimas estén doblemente estigmatizadas. Otro aspecto es que el acceso a la población es muy complicado, no sólo por razones geográficas, sino como consecuencia del dominio territorial de los actores armados.

¿Qué balance puede hacerse de la intervención de MSF en Nariño?

Para mí el balance es muy positivo. Creo que es un proyecto que ha logrado el objetivo de atender a la población más vulnerable a nivel de Departamento, a la vez que hemos tenido la capacidad responder a situaciones de emergencia gracias al monitoreo constante y la reactividad de la organización. MSF ha podido responder a las 19 emergencias que se han presentado en la zona, ofreciendo asistencia en salud mental, distribuyendo alimentos y bienes no alimentarios. Se ha ganado en efectividad y en coordinación con las demás organizaciones nacionales e internacionales que trabajan en la zona.

A nivel personal y profesional ¿qué significado tiene una experiencia como ésta?

En Colombia he entendido mucho el sentido del trabajo humanitario. No tengo ninguna duda de que es un país donde debemos estar. Si no estamos nosotros en los sitios donde trabajamos, no hay nadie que pueda asistir y escuchar las historias de estas personas, que han estado viviendo el desarraigo y la violencia sostenida durante muchísimos años y de generación en generación. No me cabe duda de que tenemos algo qué decir sobre estas víctimas: además de atenderlas, tenemos que ser la voz de los que no tienen voz.

¿Qué tendríamos que decir?

Que, a veces, el Estado no responde como debería; que el acceso a la salud está restringido en algunos sitios, muchas veces por razones de seguridad, pero que a veces la seguridad es una excusa para dejar de hacer lo que se debería. Tenemos que seguir diciendo que en Colombia hay un conflicto que sigue activo y que es la población civil la que está sufriendo las consecuencias.