“Ahogamos la realidad con la soga de la actualidad”
Entrevista a Alfonso Armada, periodista y profesor de reporteros en ABC, por Fernando Calero y Guillermo Algar, del servicio de Información de MSF.

Alfonso Armada, periodista, poeta y dramaturgo, cubrió el cerco de Sarajevo, el genocidio de Ruanda y recopiló historias en Zaire, Liberia, Sudán o Somalia para El País. Fue corresponsal de ABC en Nueva York, reconoce que lo que mejor hace es leer y reivindica la capacidad de escuchar.
Se cumplen ahora 20 años del genocidio de Ruanda ¿Hubo alguna posibilidad de detenerlo?
Los informes que envió Dallaire [comandante de los cascos azules] a Nueva York y a Kofi Annan, que era el jefe de las Misiones de Paz de la ONU, antes de que se desencadenara el genocidio eran inequívocamente precisos de que se estaba preparando una matanza a gran escala.
No sé si se podía haber impedido, aunque una intervención decidida quizás hubiera reducido el impacto. De hecho, solo se reaccionó de forma masiva cuando se produjo el éxodo masivo de refugiados a Burundi, Tanzania y, sobre todo, a República Democrática del Congo y se crearon aquellas ciudades instantáneas con cientos de miles de refugiados y una epidemia de cólera empezó a matar gente. Hubo una reacción cuando ya era muy tarde.
Estos días has recuperado historias como la de la masacre de la iglesia de Gikoro, donde una chica pedía ayuda a unos soldados de Naciones Unidas que ignoraban su llamamiento ¿Fue esa muchacha un símbolo de lo que le sucedió a todo un país?
Es una especie de expiación personal. Me han preguntado ¿y por qué no hiciste nada? Pues no lo sé: por miedo, por cobardía, porque dependía de los soldados para moverme, porque ya el camino de Kigali hasta allí había sido pavoroso...
El horror de algo así, en aquella cosa tan difícil de asumir y de contemplar... era un rasgo extra de humanidad, estaba pidiendo además un auxilio concreto aunque fuera en silencio. Y nadie se lo prestó, yo el primero.
Supongo que, de alguna manera, simboliza eso.
¿Dónde empieza y dónde termina la responsabilidad del periodista? ¿Hasta qué punto puede llegar la implicación con las víctimas?
Si dejas de sentir, al final no tiene sentido el trabajo que haces. Recuerdo cuando estuve en Sarajevo cubriendo el cerco. Corinne Dufka, fotógrafa de Reuters, llevaba mucho tiempo trabajando en el conflicto y haciendo fotografías de historias tremendas. Una vez me contó que, acompañando a una patrulla británica, entraron en una casa, levantaron una trampilla y había dos mujeres y dos niñas muertas con los ojos abiertos, muertas. Se puso a hacer fotos de forma sistemática y sin sentir nada; entonces se dio cuenta de que tenía que parar, que tenía que alejarse. Porque si no tienes capacidad de sentir compasión o empatía, al final tu trabajo no tiene sentido.
También es muy importante en qué medida la ausencia o presencia del periodista modifica la realidad. De nuevo me viene a la memoria Corinne Dufka, cuando en Liberia unos guerrilleros le pidieron que fuera a hacer fotos de una ejecución y ella se negó.
A veces, la presencia de un periodista provoca que ocurran cosas que si no estuvieran las cámaras no tendrían lugar. En la medida que tu presencia puede provocar más horror tienes que ser consciente de ello y no convertirte en cómplice pasivo o activo.
Otras veces ocurre lo contrario: cuando no hay testigos es cuando suceden las cosas más espantosas.
Aquellos testimonios importantes que en su día se te quedaron en el tintero, ¿sientes la responsabilidad de recuperlos en algún momento o si en aquel momento no los narraste ya prefieres olvidarlos?
Depende de cada caso. Creo que si la historia dejó una huella en ti, al final acaba saliendo. Es una especie de axioma de herida o de pústula que acaba asomando. Creo que debe primar un valor periodístico, pero después hay siempre implicaciones morales en todo lo que haces, si callas o si lo dices. No lo sé.
Esta historia de la muchacha de Gikoro la conté en Cuadernos Africanos y a veces en conferencias la he mencionado, pero sentía que tenía la necesidad de volver a ella.
Cuando fuiste corresponsal de ABC en Nueva York dedicaste varias semanas a realizar un recorrido por la frontera de Estados Unidas con México ¿Tendrían cabida esas crónicas en los periódicos de hoy?
No porque no hay sensibilidad hacia ello. Una de las razones por las que los periódicos han perdido impacto e interés es porque cada vez contamos menos historias. Creo que, en gran medida, hemos dejado de contar historias y de ponernos en el lugar del otro.
Tengo una especie de cansancio y fastidio con el mundo de las noticias, de los medios, de los periodistas y de lo que estamos haciendo con la profesión y con la realidad. Creo que estamos ahogando a la realidad con la soga de la actualidad, que es absolutamente reduccionista.
En la medida en que las noticias son breves, espectaculares y simples contribuyen a instilar en la mente del lector que no hay nada que hacer. No digo que sea una conspiración, sino que forma parte un poco de este carrusel del entretenimiento, de una saturación de emociones y de impactos que provocan satisfacciones superficiales e inmediatas pero también mucha ansiedad. Creo que en la medida en que los periodistas contribuimos a esta especie de carrusel de ruido fomentamos la sensación de que el mundo se ha vuelto incomprensible, que todos mienten y que todo es demasiado complejo, lo que lleva a una especie de desmovilización y de desentendimiento.
En España, sobre todo, creo que los medios tenemos un problema fundamental con la verdad y nos desentendemos de nuestra función social que es contar el mundo con toda su complejidad, con todo su color, porque el mundo es fascinante.
En Frontera D has escrito que los periódicos contribuyen al ruido ambiente
Volviendo a Ruanda, explicar un genocidio es muy complicado, pero tu obligación como periodista es hacerlo. El papel de los medios es ese. A veces las razones son muchas y necesitas mucho especio para contarlas, primero para estudiarlo, después para escuchar. Hace falta introducir historia, economía, sociología, política, escuchar y, después, ir y ver.
Lo que también está pasando con los medios es que todos están encerrados en su cubículo y están alimentando el ruido con supuestas noticias, porque la obsesión de los medios es conseguir más pinchazos, nos hemos vuelto heroinómanos.
Creo que el periodismo se está deshumanizando por esa obsesión por el pinchazo, por el número, por conseguir más. Estamos reduciendo la información a fragmentos de realidad.
En las jornadas de Ruanda, 20 años después dijiste que el periodismo español tiene una falta de respeto por los hechos. Como director del máster de Periodismo de ABC ¿Qué pautas les das a los alumnos?
El respeto por la verdad y el equipaje ético de un periodista es fundamental. Separar los hechos de las opiniones, que haya que hacer hincapié en esto… pero es que en España se entremezclan hechos con opiniones en las crónicas y en las informaciones. Recuerdo a Arcadi Espada hablando de la objetividad. Decía: “la objetividad es la capacidad de ser fiel a los hechos al margen de las propias convicciones”. Y creo que es posible hacerlo si eres honesto.
No podemos convertir la verdad en una masa de arcilla para manipularla a voluntad.
Antes a los conflictos ibais los periodistas más experimentados y ahora las guerras son cubiertas por jóvenes con muchas ganas y poco miedo, pero con una situación de precariedad enorme, que venden sus crónicas por 60 euros o sus fotografías por 25 ¿Hasta qué punto le estamos siguiendo el juego a los directores de los medios aceptando estas condiciones de trabajo? Porque para otros temas sí que hay presupuesto
Espérate al Mundial de fútbol de Brasil y verás. Igual que los gobiernos adoptan prioridades en cuanto al gasto, los medios también establecen prioridades, determinan qué zonas del mundo les interesan más, si deciden destinar dinero a cubrir eventos deportivos o de moda o a coberturas internacionales de asuntos que a los anunciantes les incomodan.
Como ha comentado Gervasio Sánchez, a los anunciantes en las revistas de papel cuché les molesta que haya un anuncio de perfumes o de coches al lado de un reportaje doloroso. Eso es muy inquietante porque hay mucha gente que no quiere ver la cara sucia de la vida, quieren solo el lado amable y no quieren ver qué implicaciones tiene su modo de vida.
Cuando bajas a la escala del periodista, es deplorable que la gente vaya a los conflictos sin ninguna garantía de publicar, muchos van sin cascos, ni chalecos, sin seguro. Están completamente expuestos. Se juegan la vida y después sus textos, sus fotos o sus vídeos no son publicados o son mal publicados o mal vendidos.
¿Sería posible hoy en día una cobertura por parte de los medios españoles como la que hicieron del genocidio de Ruanda o la crisis de los refugiados en Zaire?
En España muchos de los medios están en situación crítica. El sistema informativo español está resquebrajándose ante nuestros ojos. Somos culpables en parte de nuestro destino. La cercanía al poder también ha influido.
Los medios en situación precaria son más débiles en cuanto al poder ecónomico y político. Si antes ya no se atrevían a criticar a grandes bancos porque eran anunciantes, ahora que dependen no sólo de la publicidad, sino de los créditos y de las deudas que pueden ejecutar, imagínate: el grado de independencia y de capacidad crítica se ha reducido todavía más.
He viajado mucho con MSF y con otras ONG., lo cual era estupendo, porque te permite acceder a algunos lugares, pero el que los medios tengan que aliarse con las ONG para poder cubrir una crisis en el fondo resulta un poco perverso.
Los latinoaméricanos tienen algo fundamental: vienen llorados de casa. Lloran mucho menos que nosotros. Ellos dicen que llevan en crisis desde el descubrimiento de América y que ya están curados de espanto. Y no sólo porque tienen condiciones laborales muy duras, sino porque muchos se juegan la vida en el ejercicio de su trabajo. En México, en los últimos 10 años, han matado a unos 90 periodistas.
En el prólogo de Cuadernos Africanos, citabas, indignado, a Kapuscinski:“las únicas noticias provenientes de África que atraviesan el telón de la indiferencia son las que confirman nuestros prejuicios”. ¿Ha cambiado algo 16 años después?
Creo que incluso ha ido a peor. Hay grandes zonas del mundo que están en completa oscuridad. Los que hemos estudiado el mundo con esos Atlas basados en las proyecciones Mercator, que nos muestran a Europa y Occidente con unas dimensiones que no se corresponden con las reales, tenemos una visión distorsionada de la realidad. Ese desenfoque y esa manipulación permanente hacen que no veamos el planeta tal y como es. Internet debería ser un arma para luchar contra eso, para ayudarnos a ponernos en la piel del otro. Contamos únicamente fragmentos de la realidad y eso hace que los que confirman estereotipos sobre África, al final acaben introduciendo en la mente de los lectores que África es un continente por el que no se puede hacer nada. Escuchar forma parte de eso: del tiempo que dedicamos a mirar a la gente, a estar con ella y a compartir, porque si no la vida al final se convierte en fragmentos de irrealidad.
¿Después de todos los conflictos que has cubierto, te quedarían ganas de ir a un lugar como Sudán del Sur o la RCA?
Sí, por supuesto. Añoro mucho África. Pero no sólo por contar los conflictos, sino todo tipo de historias. La gente en África hace más cosas que estar matándose todo el día, pero esas no las contamos.
Cuándo pasas de África a Nueva York, ¿cómo influye toda tu experiencia anterior en las crónicas que mandas desde allí?
Lo viví como una traición: llevaba cinco años en África, empezaba a saber del continente, a tener fuentes. Me costó muchísimo, pero le dije al director de mi periódico que lo que quería era escribir sobre cultura en África, deportes en África… en definitiva, que quería que le dieran a África la importancia que merecía. Y su respuesta fue que no éramos el New York Times como para tener a una persona dedicada en exclusiva a África. Por otro lado, tal y como un amigo me dijo: “No te olvides que buena parte de las decisiones que afectan a la vida de África se toman en Nueva York, en Washington y en Chicago”, así que, en parte, eso me sirvió de aliciente.