Costa de Marfil: una incierta sensación de alivio en el oeste del país

Tras la caída del ex presidente Gbabó, la población intenta recuperar la normalidad. Jean-Marc Jacobs, responsable de prensa del equipo de emergencias de MSF, ha hablado con médicos y pacientes en el hospital de Bangolo, al oeste del país, donde se sienten momentáneamente a salvo ante un futuro incierto.

MSF
18/04/2011

En el quirófano, Olga deja escuchar su voz cantarina a través de la mascarilla que cubre su boca mientras pasa el instrumental quirúrgico a Martial, cirujano de Médicos Sin Fronteras (MSF). A diferencia de muchos de trabajadores sanitarios de la región, Olga Oulaï no huyó del conflicto. Además de su inestimable ayuda como enfermera, sus canciones son como una inyección de ánimo para el resto del equipo.

 

Desde que la violencia alcanzó su punto más álgido en la zona occidental de Duékoué hace un par de semanas, el equipo quirúrgico de MSF ha atendido a 180 heridos. Con la mayoría de cirujanos habiendo abandonado la zona, la carga de trabajo para los que se quedaron era enorme y la llegada del equipo quirúrgico de MSF al hospital de Bangolo fue como una bocanada de aire fresco para el único cirujano local que quedaba.

 

En este centro, sólo a unos pocos kilómetros del lugar donde se desencadenó una violencia inusitada hace unos días, personas de todas las comunidades –militares y civiles– acaban compartiendo las mismas salas, pasando unos días de tregua a costa a veces de terribles heridas. El conflicto nunca cruza la entrada del hospital.

 

“Aquí estamos a salvo”

Martial Ledecq, experto cirujano de guerra de MSF, está a punto de intervenir a un paciente con una bala de Kaláshnikov en la rodilla. “Esta clase de balas provocan heridas masivas porque, una vez dentro del cuerpo, son como un taladro que va dañando todo lo que encuentra a su paso hasta salir por el otro lado. En este caso, ha destrozado por completo la cabeza del fémur, dejando al hombre con un enorme agujero rodeado de tejido muerto: un campo de cultivo perfecto para microbios e infecciones”.

 

La infección de este paciente empeoró durante los días que tuvo que permanecer escondido en el monte antes de conseguir llegar al hospital. Tras la gran afluencia inicial de pacientes entre el 28 de marzo y el 1 de abril, todavía hay un reguero de nuevos pacientes que, tras estar escondidos durante días, por fin deciden aventurarse a ir en busca de ayuda. Sus heridas a menudo están infectadas y han empeorado, debido a la distancia que han tenido que recorrer y los días que han pasado sin el tratamiento adecuado.

 

Durante sus rondas en las salas del hospital, entre operación y operación, el doctor Ledecq aprovecha para dedicar un tiempo a cada paciente. No hace falta comprobar su historial; conoce bien sus nombres, su situación y su tratamiento. Rápidamente llena las páginas de su libreta con el calendario de operaciones para los días siguientes, priorizando los casos más urgentes.

 

En la zona verde, donde se encuentran los casos menos urgentes, Martial tiene que explicar a los pacientes que tendrán que esperar un poco más de tiempo. Cuatro hermanas, incluida una pequeña de 5 años, tendrán que esperar unos cuantos días antes de que les pueda extraer las balas de rifle que perforaron sus piernas y sus caderas. Con un guiño y bromeado, el cirujano incluso logra arrancarles una sonrisa. Seguramente una sonrisa de alivio, una sonrisa que significa “aquí estamos a salvo”.

 

Heridas visibles e invisibles

Sentada en el suelo a su lado, se encuentra una pequeña con el pie amputado tras sufrir una herida de bala que le provocó daños masivos y le destrozó el pie. “Tener que amputar te hace sentir como que has fracasado y significa que, tras haberlo probado todo, nada ha funcionado y no queda otro remedio”, declara Martial.

 

Pasadas unas cuantas habitaciones, hay una mujer cuya mano tuvo que ser amputada. Cuando ella y Martial tuvieron que tomar la decisión, ella le preguntó: “Con un brazo más corto, ¿mi vida también será más corta?” A lo que él respondió “No.” Y entonces ella aceptó su suerte porque necesitaba vivir mucho tiempo por el bien de sus hijos.

 

El próximo episodio en la vida de estas personas sigue siendo un gran interrogante. Algunas tienen demasiado miedo para regresar a sus aldeas, otras vieron como sus casas quedaban reducidas a cenizas o eran saqueadas. Regresarán a sus hogares o a lo que queda de ellos con cicatrices visibles y permanentes como consecuencia de la reciente violencia. Las invisibles, sin duda, también les acompañarán durante el resto de sus días.

 


Tras la violencia postelectoral en Costa de Marfil, MSF ha estado proporcionando atención primaria y secundaria de salud, organizando clínicas móviles y apoyando a los centros de salud y a los hospitales en zonas del oeste del país y en la ciudad de Abiyán. Los equipos de MSF también asisten a refugiados y a poblaciones locales al otro lado de la frontera en la vecina Liberia. 

 

Actualmente, MSF tiene 50 trabajadores internacionales y 150 nacionales en Costa de Marfil. En Liberia hay 30 expatriados y 30 trabajadores locales. MSF, una organización médico-humanitaria imparcial, observa la más estricta neutralidad en sus operaciones. Sus actividades en Costa de Marfil están financiadas exclusivamente con fondos privados, lo que asegura la total independencia de la organización en este país.