Un día cualquiera en Congo

Es domingo por la tarde. Ha llovido y todavía se siente en el ambiente la fragancia de la tierra húmeda. La música del transistor envuelve mi habitación y mis recuerdos comienzan a mezclarse con la nostalgia para transportarse hacia un lugar muy muy lejano...
Parece increíble que ya hayan pasado 3 meses desde que llegué a la República Democrática del Congo para trabajar como enfermera de terreno y encargarme de la supervisión de 5 centros de salud que Médicos Sin Fronteras apoya en la zona de Kivu Sur.
Tal día como hoy hace 3 años estaba en el centro de París intentando vocalizar y moviendo la boca como una idiota para hacer la diferencia entre “e” “è” y “é” (aun con el paso de los años todo me sigue sonando igual...) y hoy estoy en el centro de África con cara de “Mzungu” (blanco) intentando aprender un poco de swahili... ¡lo que es la vida!, ¿no?
Hace mucho tiempo que en este pequeño pueblo perdido entre las montañas me siento como en casa. Es una sensación reconfortante, aunque frecuentemente, al mirar el lugar en el que me encuentro, me acabo preguntando lo mismo... ¿por qué en este país tan fascinante tienen que pasar cosas tan horribles?, ¿por qué la población civil tiene que sufrir cada día?, ¿por qué este conflicto absurdo?, ¿por qué tanta violencia? La respuesta de muchos congoleses es que la riqueza de su país es la que provoca su ruina... y probablemente sea cierto.
Hoy estoy intentando recuperar la fuerza para comenzar una nueva semana, porque ayer fue un día de esos que no se olvidan fácilmente...
Como cada mañana nos dispusimos a salir de casa a eso de las 6 y media de la mañana para ir a uno de los Centros de Salud dónde trabajamos (a unos 20 km de aquí).
Aquí nos encontramos en plena estación lluviosa y la gente de las aldeas cercanas al camino han intentado arreglarlo echando tierra nueva encima, pero la tierra fresca junto a la lluvia se ha convertido en todo un barrizal, a lo que podemos añadirle que tuvimos la suerte de quedar atrapados bajo una bonita y fuerte tormenta, así que estuvimos sumergidos “literalmente” en fango hasta que se nos hizo noche en el camino...¡pasamos un total de 13 horas en el barro!...¡¡¡Catastrophe!!!
Nuestro coordinador estaba preocupadísimo porque teníamos que volver a la base, nosotros tirando del 4x4 para tratar de sacarlo del fango y con barro hasta las orejas.... y dentro del coche una mamá a punto de parir que llevábamos de camino al hospital... ¡¡¡¡todo un espectáculo!!!
Al final tuvimos que dejar los coches en el sitio y después de andar un trecho por el medio de la selva casi a oscuras, con todos los cacharros en la cabeza, con la mamá y su barriga a cuestas, y metiendo el pie de charcho en charco, llegamos a un punto dónde los otros compañeros de MSF vinieron a “salvarnos”.
A las 8 de la noche, después de embarrarnos otras doscientas mil veces, por finllegamos sanos y salvos a la base, aunque en un estado lamentable y sin haber comido nada desde las 6 de la mañana.
Ya me he ganado sin duda el puesto de “la expatriada más limpia del mes”, pero me pregunto yo: ¿a quién se le ha ocurrido hacer las camisetas de Médicos Sin Fronteras blancas? Así son las cosas en la vida del campo. Ya tengo comprobado que en Kalonge se sabe a que hora vas a salir, pero nunca sabes a que hora vas a llegar...