Día de la Malaria: Bahati, con la suerte de su lado (por Chris Bird)

Cuando se pone el sol y las crestas de las montañas de Mitumba adquieren una tonalidad azulada, puede verse una hilera de madres sentadas en un banco de madera delante del puesto de las enfermeras en la tienda de pediatría. Los niños postrados en su regazo acaban de ser admitidos. Están demasiado débiles para protestar siquiera contra las enfermeras que llevan linternas frontales para poder encontrar mejor la vena en la que colocarles el suero.
Estos niños tienen malaria severa, una mezcla de signos y síntomas, resultados de laboratorio (si es que los hay) e infección con un tipo de parásito de la malaria, el Plasmodium falciparum. Una vez que el parásito falciparum, como si de un taladro se tratase, ha entrado en el organismo a través de la probóscide de una hembra hambrienta de sangre del mosquito anofeles, se reproduce con gran rapidez y, como una microscópica bola de demolición, aplasta los glóbulos rojos, dejando a los niños sin aliento, con anemia severa, y se pega a los vasos sanguíneos del cerebro, causando ataques epilépticos, el coma y la muerte.
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El test de diagnóstico SD Bioline permite determinar con rapidez si una persona tiene malaria. © Gijs Van Gassen