Doctor Livingstone, supongo (por Alberto Rojas, desde RCA, en Jotdown)

MSF
02/05/2013

Cinco de la madrugada. Noche sin luna. Del piloto sudafricano solo se aprecia la brasa de su cigarrillo en los márgenes de la pista. Huele a queroseno. Las últimas gotas de lluvia refrescan la noche del trópico y abrillantan el asfalto del aeródromo de Bangui. Antes, cuando no existía la luz eléctrica, se encendían teas de petróleo en el asfalto. El neón azul del día perfila ya el horizonte cuando la avioneta se une al viento sobre los primeros árboles de la jungla. No es un momento menor. Cada vez que una avioneta despega en África se renueva una promesa de aventura, aunque el destino sea un lugar de mínimas esperanzas y éxitos precarios.

Las carreteras, que nacen orgullosas en la rotonda central de la capital, van arruinando su reputación cuando se alejan de su nacimiento. Fuera de la ciudad ya son pistas de tierra. Más allá, caminos de cabras. Hasta que la naturaleza las engulla más adelante. Entonces solo quedará este pequeño minibus alado para sobrevolar 600 kilómetros de selva.

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