Haití (1): 'De lejos es bello, ¿no te parece?'

Si para llegar allí pasas por el JFK de Nueva York, o por el aeropuerto de Miami, te cruzas con ellos, te preguntan cómo quieres el café, o te dicen que mejor utilices otro lavabo porque están limpiando en el que ibas a entrar. Si te quedas un poco más en Nueva York, también los verás firmando cuadros impresionantes en el museo metropolitano o conduciendo el taxi que te lleva por la Gran Manzana. Los hay también excelentes escritores, profesores que un día emigraron como cientos, como miles, y forman hoy esa pequeña gran Haití que en Estados Unidos es tan abundante y te hace presentir que algo pasa en un país que expulsa a tantos de sus habitantes a punta de miseria.
Por segunda vez en mi vida, llego a Haití, un lugar que te engancha o te produce una sensación de estupor, de extrañeza, que nunca llegarás a comprender, no ya sobre lo que aquí ocurre, sino lo que siempre parece estar a punto de ocurrir. Y es curioso, porque en mi memoria, hace muy poco, se trataba de un país que se preparaba para una posible negociación de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Había la esperanza de que algo iba a cambiar. Había cierto orden. Te hablo de hace sólo cinco años. Sin embargo, muy poco después, veo que el aeropuerto está tomado por los helicópteros de la ONU, y no sólo el aeropuerto, sino Puerto Príncipe entero lo patrullan los carros blindados de los cascos azules brasileños, uruguayos, nepalíes, entre otros.
Difícil explicar, comprender lo que ha pasado desde mi última visita hasta hoy. He seguido desde lejos las noticias de esta transformación, pero aun así impacta contemplar el cuerpo herido de un país así. El 2004, la última vez que vine a Haití, ahora parece tan lejos como la Suráfrica en la que se refugia el que era entonces presidente, Jean-Bertrand Aristide, un antiguo sacerdote de la Teología de la Liberación, con un gran apoyo popular que aunó muchas esperanzas en un país desangrado por las dictaduras de los Duvalier (padre e hijo). Sin embargo, Aristide terminó al frente de un Gobierno acosado por las sospechas, las intrigas y todo lo que degeneró en una violencia que se cobró la mayoría de las vidas donde siempre, en los barrios más pobres de Puerto Príncipe.
Pero todo lo que te estoy contando no es nada. Es sólo una parte de la historia, eso que puedes leer en cualquier parte, en los boletines de agencias de noticias. Yo quisiera que estuvieras aquí, y vieras como subimos a Petion Ville, el único distrito de la ciudad donde se agolpan todas las casas de la comunidad internacional. Porque en Haití no hay términos medios. O vives en Petion Ville, o vives en la miseria. Todo Puerto Príncipe, ¡y eso que es la capital!, es un inmenso suburbio, un chabolerío que sólo goza del remanso de unas plazas que se juntan en el centro viejo de la ciudad frente al palacio de gobierno. El resto, nada, y eso es todo. La vida de Haití, incluso la vida cultural, económica y política, vive bajo esta barbarie urbanística y social. No hay derecho, dices con los ojos cuando miras. Pero luego, paseas por Petion Ville, y hay lugares, como la terraza del hotel Ibo Lele, donde realmente es una gozada ver caer la tarde y mirar Puerto Príncipe desde arriba. "De lejos es bello, ¿no te parece?", comenta un compañero. Y tengo que responderle que sí, aunque lo que esté diciendo se me atragante. Porque recuerdo el barrio de La Saline, porque recuerdo Cité Soleil, porque recuerdo su pobreza, y las imágenes de la violencia. Mañana bajamos allí. Han pasado cinco años, una vida o quizás nada. Mañana lo veré. De momento, cae la tarde, y de lejos, quizá este sea uno de los atardeceres más bellos del mundo.
Al irte del hotel, paseas por sus pasillos y te encuentras con fotos de artistas de Hollywood que estuvieron aquí durante los cincuenta y los sesenta. Ves hasta una del presidente Nixon. Podrías pensar que hubo aquí un tiempo de esplendor al que sucedió esta miseria. El hotel es espectacular y triste, un abandono que aún funciona a duras penas. Y entonces, recapacitas un poco, y ves que ese tiempo de esplendor de las fotos fue de los Duvalier, y sabes que todo fue mentira. No hubo esplendor. Pero sí hubo risas como las de las fotos, hubo bailes, hubo quienes estuvieron viviendo a costa de la miseria que se divisa desde arriba.