Kenia: pequeñas historias desde Busia

Tratar a niños seropositivos no es fácil, los medicamentos no están adaptados para su uso pediátrico y muchas mujeres embarazadas no tienen acceso a las pruebas de diagnóstico. Busia es, sin embargo, un ejemplo positivo: hay diagnóstico rápido accesible y la medicación de dosis combinada infantil está a punto de llegar

MSF
13/11/2007

Roseline Anyango es VIH-positiva y acaba de tener su séptimo hijo, una niña diminuta que envuelve en una tela de colores. Su hija Ruth, de dos años y grandes mofletes, es la única hija de Roseline con VIH. Se toma sus tres jarabes sin rechistar y acto seguido se queda dormida en los brazos de su padre. Toma su medicación dos veces al día, a la vez que su madre.

Este ritual se repite cada día ya que Ruth debe tomar tres medicamentos distintos y la combinación de los tres en una sola dosis para niños no ha llegado a Busia todavía. Esto supondrá una ayuda importante para las madres ya que, con el actual tratamiento, cuesta mucho que los niños se lo tomen (por su sabor amargo) y saber la dosificación exacta.

Joseph Kevera llega al tukul donde viven Roseline y su familia en bici, el medio de transporte más utilizado en esta área llena de campos verdes sólo rotos por caminos de arena rojiza. Este keniata es uno de los voluntarios que trabajan en el programa de atención domiciliaria del distrito de Busia, en el oeste de Kenia, donde MSF tiene un proyecto de VIH/sida desde el año 2000.

Hoy le toca visitar a esta familia, que forma parte del programa de prevención de la transmisión vertical (de madre a hijo) que MSF desarrolla en esta región fronteriza con Uganda. La recién nacida recibió la medicación antirretroviral al nacer como prevención, aunque aún no se sabe si tiene el virus. Dentro de seis semanas podrán hacerle la primera prueba de diagnóstico rápido para obtener un primer resultado. Esta prueba se está utilizando tan sólo hace unos meses y, según cuenta Gabriela Peukert, una médico argentina que trabaja con MSF dando apoyo a clínicas rurales, es un paso importante: “El test nos posibilita diagnosticar al bebé a las seis semanas del nacimiento; no como antes, que teníamos que esperar a los 18 meses para tener un resultado y saber si empezábamos el tratamiento. La ventaja es que si el bebé es seropositivo, lo vamos a saber casi inmediatamente y empezaremos el tratamiento mucho antes”.

Si el resultado de la pequeña de Roseline es positivo, podrán empezar a tratarla enseguida. Si es negativo, tendrá que plantearse si le sigue dando de mamar y sigue asumiendo el riesgo de transmisión a través de lactancia, que supone un tercio de las transmisiones de VIH de madres a hijos (las otras vías de transmisión son a través de la placenta durante el embarazo y durante el parto). Aunque lo más probable es que no tenga otra opción que seguir dándole el pecho, ya que la leche en polvo es una alternativa casi inalcanzable para esta población rural sin recursos.

Joseph supervisa que Roseline y su hija Ruth estén tomando bien la medicación y que la madre haya recibido la información correcta sobre los riesgos de la lactancia en la clínica rural donde la atienden. El voluntario también aprovecha para hablar con Roseline y su marido sobre higiene, nutrición y planificación familiar (ambos se ríen y aseguran en swahili que no van a tener más hijos). Joseph se despide hasta la próxima semana y sigue su camino hacia el próximo paciente.

Roseline es una de los 3.500 pacientes que MSF trata en el distrito de Busia, donde da apoyo a nueve clínicas rurales. No hay otras organizaciones en la zona y, hasta hace poco, tampoco había centros accesibles del Ministerio de Salud donde conseguir los antirretrovirales. Los pacientes van a estos centros a buscar su medicación y someterse a controles médicos. Son los 151 voluntarios del proyecto de atención domiciliaria como Joseph (a quien le corresponden 54 pacientes) los encargados de hacer la supervisión con visitas regulares a sus casas. Además, MSF está gestionando un centro de atención integral (CCC por sus siglas en inglés) al lado del hospital público de Busia, donde se hace el seguimiento de 1.700 pacientes seropositivos (unos 1.000 ya se han traspasado a una organización local).

Philis Buluma, una mujer de aspecto fuerte, acude al CCC cada mes con su hijo Belvin, de 6 años. Algunas veces va al centro haciendo footing con su hijo a la espalda, un trayecto que en coche dura unos 15 minutos. Philis nos cuenta en inglés y con mucho detalle cómo se enteró de que tenía el virus. “Ese día tenía miedo. Quería ir a hacerme el test pero estaba asustada. Me preguntaba: ‘¿Qué pasará? Si soy seropositiva, ¿a dónde iré? ¿Quién se ocupará de mi hijo? ¿Me moriré?’ Pensaba que el sida no tenía tratamiento y que, si era seropositiva, me moriría. Al día siguiente fui al hospital. Me dieron un número, no nos llaman por nuestro nombre. Cuando miré el resultado y vi dos líneas supe que era seropositiva. Lloré, fue un momento duro. Estaba enfadada. Pensaba ‘¿cómo me habré contagiado?’. El estigma estaba dentro de mí, pensaba que mi comunidad me rechazaría. Hicieron la prueba a mi hijo Belvin y a mi marido; los dos dieron positivo. Mi marido y yo empezamos a tomar antirretrovirales enseguida; mi hijo empezó con la profilaxis, ya que su sistema inmunológico aún es fuerte y no los necesita. De momento, cuido mucho su nutrición. He plantado soja en el campo que cultivo al lado de mi casa para hacerle leche y yogur. De esta manera estamos prolongando el tiempo antes de empezar el tratamiento. Todos nos encontramos muy bien. Ahora casi nunca estamos enfermos. Gracias a los antirretrovirales, nos hemos recuperado”.

Philis está segura de que, tarde o temprano, su hijo Belvin también tendrá que empezar a tomarlos. Para entonces, ya estará disponible la medicación de dosis combinada que facilitará mucho el tratamiento para los niños, y cuya llegada a Busia se espera con impaciencia. “Estamos esperando que llegue en las próximas semanas. Será mucho más fácil para tratar a niños con las dosis exactas”, afirma la Dra. Gabriela Peukert.

Philis sigue dándonos su testimonio con mucho entusiasmo. Dice orgullosa que forma parte de una red de voluntarios que trabajan conjuntamente con el equipo de atención domiciliaria. En este caso son todos seropositivos, y su labor se basa en movilizar y sensibilizar a la gente de su comunidad para que vayan a hacerse el test voluntario del VIH al hospital. Se reúnen cada mes para darse apoyo y discutir sobre los temas que les preocupan, así como las dificultades con las que se van encontrando. “Los educadores me dieron fuerza para ir a hacerme la prueba, si no nunca hubiera ido. Ahora formo parte de esta red. Mucha gente no quiere ir porque están lejos de la clínica y esto les supone un problema. Nosotros les explicamos la importancia de ir a hacerse el test”, cuenta sonriente, mientras Belvin sigue pegado a su madre sin moverse.

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