"La erradicación de la malaria y la de la pobreza están en el mismo círculo. La cuestión es cuándo y cómo"
Carlos Recio, médico de MSF, acaba de volver de Tanzania, donde ha coordinado la intervención de MSF en la epidemia de malaria que se ha producido en el distrito de Muleba, donde viven alrededor de 400.000 personas.

¿Qué es lo primero que encuentras al llegar a una zona en la que existe una epidemia de malaria?
Antes de nada, hay que decir que la malaria no es como otras epidemias, pues es más difícil medirla por casos. Cuando hablamos de malaria, tienes que estudiar lo que ha ocurrido en el distrito durante los últimos cinco años y evaluar si el aumento de casos era el esperado o si se escapa de la línea lógica. Hay otros indicadores como, por ejemplo, el de que los centros de salud no puedan asumir un número determinado de nuevos pacientes. En el caso de Muleba, vimos que realmente los centros de salud estaban desbordados, y el hospital de distrito especialmente. En ocasiones, había cuatro niños en cada cama. El laboratorio no daba abasto para realizar las pruebas de diagnóstico. Era una epidemia en la que no había información precisa, porque no se recogían los datos ni se informaba correctamente. Además, se estaba utilizando un medicamento que ya no es eficaz, el FansidarÒ(sulfadoxina + pirimetamina). Este medicamento se introdujo a partir del año 2000, como sustituto a la cloroquina en las monoterapias. Pero los pacientes generan mucha resistencia a este tratamiento. En Tanzania, el fármaco no funciona entre un 60 y un 80% de los casos. Ésta era la situación cuando llegamos.
¿En qué consistió la intervención de MSF?
Principalmente, en introducir una nueva medicación mucho más eficaz para la malaria, la TCA (terapia combinada con artemisinina). Era la primera vez que se introducía este tratamiento en la Tanzania continental. En Zanzíbar ya lo estaban utilizando desde hace dos años. Por otro lado, anteriormente, a los pacientes hospitalizados se les estaba administrando quinina intramuscular, que tiene efectos secundarios muy peligrosos si se administra por esta vía y se debe utilizar bajo un cierto control (es mejor de forma intravenosa, disuelta en un suero cada ocho horas). Te puedes imaginar lo que significaba eso ¡con más de 300 niños menores de cinco años cada semana! Era muy complicado controlar los sueros y garantizar el cuidado del tratamiento para tantos pacientes, así que lo más fácil y rápido era administrarlo de forma intramuscular con el riesgo de todos los efectos secundarios. Tras la llegada de MSF, se cambió la quinina por el artemetero (un derivado de la artemisinina) intramuscular como tratamiento de primera línea para pacientes severos.
¿Hubo una buena aceptación de este cambio de protocolo de quinina por artemetero?
Sí, de hecho el Ministerio de Salud tanzano lo está adaptando como protocolo nacional en caso de epidemia. Si tienes pocos pacientes, son fáciles de tratar con quinina intramuscular. Pero, con el volumen de pacientes que hay en una epidemia, es mejor y más fácil de administrar. El ministerio ya ha hecho el primer pedido de TCA y supuestamente llegará en marzo de 2006. Tanzania introduce así este tratamiento a su protocolo nacional, lo cual ayudará mucho si realmente toda la población puede acceder al mismo.
¿Qué número de pacientes atendisteis en esta epidemia?
Recibíamos del orden de 1.000 a 1.500 pacientes a la semana. Tuvimos un pico de 700 pacientes en ambulatorio menores de 5 años, más unos 400 hospitalizados y 300 mayores de cinco años.
¿Y en cuántos centros se recibían tantos pacientes?
En dos hospitales, un centro de salud y quince dispensarios. El centro más alejado de Muleba, la capital de distrito, en la región de Kaguera, estaba a unos a 60 kilómetros. Nosotros trabajamos en tres de las divisiones más afectadas de Muleba.
¿En qué condiciones se encontraban los hospitales?
Había dos hospitales, pero eran centros privados de religiosos y estaban en muy buenas condiciones en general. Los que estaban peor eran los dispensarios: no había mantenimiento, existían muchos desperfectos que causaban más problemas, y ese olor constante a orina de murciélago que entraban por las aberturas de los techos rotos, que es muy desagradable.
¿Tú eras el único expatriado de MSF trabajando en el área?
Sí. Lo hacía junto a dos enfermeros y un paramédico tanzanos.
Después de este tiempo, ¿cuáles son los cambios palpables en la zona de la epidemia?
Sencillamente, antes había una epidemia que se estaba combatiendo con un medicamento ineficaz; las transfusiones de sangre se hacían sin pruebas de hepatitis B porque en los laboratorios no tenían reactivos. Después de que MSF los introdujera, descubrimos que había un 17% de donantes positivos, lo que quiere decir que durante cuatro meses de 2005, ha habido un 17% de pacientes que se han podido curar de la malaria pero infectarse de hepatitis B. No es una cuestión desbordante como en Darfur, pero se trata de un distrito entero, con cientos de miles de personas sin una atención que les pudiera proteger de la malaria.
¿Lo más duro de la malaria es que afecta a los niños?
En África, las enfermedades infecciosas afectan principalmente a las embarazadas y a los niños. Son siempre los más vulnerables. En el caso de la malaria, a medida que creces, vas desarrollando cierta protección, pero en los niños la malaria puede ser mortal porque no tienen el sistema inmunológico desarrollado.
¿Qué índice de mortalidad hubo durante la intervención?
Por debajo del 5%.
¿Muertes evitables?
Las muertes que ocurrían eran a causa de anemia principalmente. Los niños no se habían protegido con mosquiteras, o llegaban al tratamiento muy tarde, o habían tenido varios procesos de malaria repetidos que redujeron sus niveles de glóbulos rojos. Al final, los órganos vitales quedan afectados y se produce la muerte. Aunque el índice de mortalidad era bajo, siempre resulta muy doloroso.
¿Te puedes llegar a acostumbrar?
No. Siempre está el sentimiento de rabia por la injusticia, por tratase de muertes evitables. En Tanzania no ocurren siempre este tipo de problemas, pero era terrible ver cómo se morían pacientes por el hecho de no vivir en un medio con mejores condiciones.
¿Ves alguna esperanza cercana?
Sí. Consistirá en que la gente pueda acceder a los tratamientos y a mejores medios diagnósticos, medidas preventivas adecuadas y en un medio con un mínimo de higiene.
¿Esperar eso es realista?
Pues sí, aunque esa esperanza está muy relacionada con la erradicación de la pobreza de la que se habla siempre en las cumbres del G-8. Están en el mismo círculo. Nosotros, en España, teníamos malaria en los años sesenta y se erradicó. Suráfrica no tiene malaria hoy en día. La malaria se puede erradicar o al menos evitar que sea un problema de salud pública. La cuestión es el tiempo que se tarde. Cuándo y cómo. Hay que realizar un mejor control del vector transmisor y facilitar el acceso a la atención de salud. En Tanzania, la gente tiene que pagar ciertas cantidades para pasar consulta, aunque el tratamiento que nosotros proporcionábamos era gratuito. Siempre se pueden encontrar alternativas.