En la lucha contra el sida, no podemos amedrentarnos (por J.A. Bastos, presidente de MSF)

La Organización Mundial de la Salud acaba de publicar nuevas recomendaciones para el tratamiento del VIH que suponen un importante impulso en la lucha contra la pandemia, y que al mismo tiempo plantean nuevos desafíos en términos financieros ante los que el mundo no puede, no debe, amedrentarse.
Entre otras cosas, los nuevos protocolos recomiendan iniciar la terapia antirretroviral cuando el recuento de linfocitos CD4 en sangre cae a los 500 por mm3, frente a los 350/mm3 que venía recomendando hasta la fecha como umbral de tratamiento. ¿Qué supone esto? Supone algo esencial: que el paciente empieza a recibir tratamiento cuando su sistema inmune aún es fuerte y por tanto es capaz de mantener al virus a raya. Es una persona más sana, que esquiva el sufrimiento innecesario de una salud que decae.
También es bueno para su comunidad, ya que, tal y como se ha demostrado, el tratamiento del paciente VIH-positivo reduce casi a cero el riesgo de que transmita el virus, sobre todo cuando, gracias al tratamiento temprano, la carga viral es reducida. La OMS ha puesto cifra a este crucial avance: la aplicación de esta recomendación puede salvar 3 millones de vidas y evitar 3,5 millones de nuevas infecciones de aquí a 2025.
Millones de vidas salvadas. Así de importantes son estas recomendaciones. Suponen, claro, que la cifra de personas con VIH elegibles para tratamiento aumenta: de los 17 millones de personas en la actualidad a 26 millones con el nuevo umbral. En la actualidad, 9,7 millones de pacientes ya están recibiendo antirretrovirales: es decir, que esta cohorte debe, casi, triplicarse.
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