Las mujeres nunca lloran en el Congo (por Pavithra Natarajan)

MSF
13/04/2010

Recuerdo bien el día en que llegué a República Democrática del Congo, cruzando desde Ruanda. No podía creerme que el taxista me dejara en la frontera con un “creo que veo el coche de MSF al otro lado”. Y hacia allí que me encaminé, cruzando a pie por el fango, de un país a otro, con mi enorme maleta a cuestas. Una situación surrealista. A menudo me acuerdo de aquel día, en el que un paso tras otro me iban conduciendo a Congo.

Mweso fue mi hogar durante unos pocos meses. Mweso, en el este del Congo, concretamente en la provincia de Kivu Norte. Durante esta mi primera misión en terreno con MSF fui responsable de los Servicios de Medicina Interna, Maternidad y Pediatría del hospital local, así como de la farmacia y de toda la logística relacionada con esta última, en total un equipo de 30 enfermeras, además de a otros seis médicos. Sumad esto a la supervisión médica del hospital, incluyendo la unidad de cuidados intensivos, y tendréis un resultado muy cuantificable: 20 llaves colgando de mi cinturón. Ah, también llevaba una radio.

Mweso es una aldea pequeña con una calle principal. Los demás “expatriados” (como llamamos en MSF a los trabajadores internacionales) pensaban que estaba loca cuando la llamaba “la calle principal”, porque no es más que una carretera de barro, flanqueada por casas de adobe, que a su vez están coronadas por techos de paja, todo ello animado por cabras. Y poco más. Pero a mí me daba una cierta sensación de normalidad. En comparación, el hospital es enorme. La gente venía de las aldeas de las cercanías, pero también de otras más alejadas, a veces hasta a seis horas de distancia caminando.

 

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