De Libia a Túnez, el mismo cinismo europeo
La UE mira al Norte de África como un conjunto de estados-contenedores donde confinar a las personas que huyen de la guerra y la pobreza.

Giorgia Linardi, responsable de incidencia de Médicos Sin Fronteras en Libia:
En una explosión a bordo de la énesima cáscara flotante cargada de personas que trata de llegar a la isla de Lampedusa, dos niños pierden la vida y otra persona sufre graves quemaduras. Casi lo habían conseguido. Tenían Europa ante sus ojos. Podrían estar entre los muchos que, atrapados en el Mediterráneo y rechazados en Libia varias veces por la Guardia Costera libia, intentan la travesía desesperada desde Túnez, pero no lo han logrado.
Mientras tanto, precisamente por eso, la Unión Europea lleva tiempo cortejando a Túnez ofreciéndole dinero y medios para aplicar también allí la misma cínica política de contención, como hizo con Libia y Turquía. Una Europa que mira al Norte de África como un conjunto de estados-contenedores, donde confinar a las numerosas personas que, cuando no han abandonado sus hogares a causa de los conflictos, lo hacen por razones injustamente definidas como económicas, que si se examinan más detenidamente se remontan a una vergonzosa explotación por parte europea de los recursos de sus países de origen.
En los agitados días en que se ha dado forma el nuevo Gobierno italiano, en medio de un conflicto internacional que desde febrero ha hecho que los europeos sientan la amenaza de la guerra más cerca que nunca, la mortal explosión de la barcaza que se dirigía a Lampedusa recuerda con crudeza que la gente sigue cruzando el Mediterráneo.
La tragedia tuvo lugar pocos días antes de la renovación del acuerdo bilateral entre Italia y Libia, que sitúa a Italia en primera línea de apoyo a los guardacostas libios con el uso de fondos europeos. Un apoyo destinado a garantizar la contención de las personas que huyen a Libia y su traslado desde el puerto a los centros de detención arbitraria, tal y como hemos sido testigo en los desembarcos en Trípoli.

He visto en un centro de detención libio a cientos de personas hacinadas unas encima de otras, obligadas a dormir sentadas, a vivir en aseos pútrefactos. Las visitas de los equipos de MSF son el único momento en que los detenidos ven la luz del día.
Un joven cubierto de sarna nos contó que pasó 7 meses en un hangar a la espera de hacerse a la mar. Tras una redada, fue detenido y ahora dormía en una celda con las piernas contra el pecho, cubierto de úlceras y pus, comido por las moscas. Me pregunto: ¿qué ha cambiado en su estado entre el hangar de los traficantes y el centro de detención oficial? "¿Puedes llamar a mi madre y decirle que estoy vivo? No he sabido nada de ella desde que me fui”. Esa fue su única petición.
A su lado, un hombre languidece boca abajo en el suelo en un estado de desnutrición avanzada. Otra persona sale de la celda, serpenteando entre los demás reclusos. Una vez fuera, comienza a moverse convulsivamente en la zona frente a la celda donde prestamos asistencia médica y psicológica.
Parece bailar, como si anhelara la libertad perdida, como si tratara de ocupar todo el espacio del que no dispone en la celda, de alcanzar el aire que falta dentro y por el que compiten demasiados, impregnado de los olores que hacen irrespirable el centro a causa de las condiciones del mismo. Los ojos muy abiertos y las palabras confusas tratan de relatar sin éxito el indecible sufrimiento que vivió en Libia. Un amigo suyo confirma que unos meses antes "no era así". No se sabe qué le ha pasado.
Mientras tanto, en Europa se alardea de que la presencia de la ONU es suficiente para considerar a Libia un refugio seguro, pero si uno salta al otro lado del Mediterráneo pronto se da cuenta de que no es así. Las agencias de la ONU tienen un acceso limitado al país, que no reconoce al ACNUR, y en el que faltan rutas de salida seguras y legales. En 2022 solo un Estado europeo asignó una cuota para recibir refugiados y solicitantes de asilo procedentes de Libia.
Desde la entrada en vigor del acuerdo con Libia en 2017, alrededor de 100.000 personas han sido capturadas en el mar y devueltas a los centros de detención y a las redes de tráfico de personas en Libia, mientras que solo unas 8.000 han sido evacuadas.
Para cambiar esta situación, debe establecerse un diálogo con Libia que no la vea como una caja que hay que llenar de migrantes, sino como un país que debe revisar sus leyes que criminalizan a las personas migrantes condenándolas a una detención ilimitada a menos que paguen una multa, lo que a menudo da lugar a la extorsión o a la compra de su libertad por parte de un patrocinador libio, propiciendo formas de explotación y trabajo forzado.
Se deben reforzar las rutas de salida seguras desde Libia y los países de origen y tránsito para garantizar que estas personas no se lancen al mar, no crucen el desierto exponiéndose a un ciclo interminable de abusos. Para eso, no hacen falta “bloqueos navales”.
Artículo publicado originalmente en las cabeceras regionales del grupo Vocento