Mugisho y el globo naranja

MSF
18/10/2010

Cuando le pregunté su nombre me dijo que se llamaba Mugisho, que en lengua mashi significa Bendición.
 
Desde el primer momento supe que su estado era grave, que un niño anémico y desnutrido como él, que casi no podía tenerse en pie, difícilmente aguantaría los estragos de la tuberculosis. Sin embargo, estaba convencida de que saldría de esta y después de una larga estancia en el hospital podría volver a casa con su familia.
 
Nos encontramos con él cuando ayer llegamos a uno de los centros de salud a los que prestamos apoyo en la periferia de Kalonge. Los enfermeros nos dijeron que su madre lo acababa de traer, así que le examinamos detenidamente antes de plantear un diagnóstico. Estaba nervioso y asustado (entre otras cosas porque no creo que hubiera visto a muchas enfermeras blancas en su vida), pero conseguí arrancarle una sonrisa cuando saqué el globo naranja de la mochila, un recurso que reservo para estos casos de urgencia.

Una vez que tuvimos claro el diagnóstico, comenzamos el tratamiento en el centro de salud para no perder ni un segundo y pusimos rumbo al hospital, pero cuando el ataque de tos comenzó y el pañuelo se tiñó de rojo vivo, todos nos miramos sin decir palabra. 
 
El camino entre el centro de salud y el hospital son algo menos de 20 km por una ruta de tierra. Se puede tardar entre una hora y media y cinco (dependiendo del capricho de la lluvia), pero este día todo estaba en orden y Mugisho estuvo tumbado frente a mí y apoyado en la pierna de su madre durante todo el trayecto. Sin rechistar, tranquilo y en posición fetal y abrazado a su globito.
 
Le dejé en el hospital con el médico y ni siquiera me despedí de él, ya que pensaba pasarme al día siguiente a visitarle y llevarle más globos de repuesto... pero no me dio tiempo. No aguantó ni 24 horas.
 
Mughisho sólo tenía 12 años. Desde el momento en que le vi, sabía que tenía que escribir sobre él, sobre las patologías que enferman a los niños en esta parte de África, recordar la tuberculosis, la desnutrición, las enfermedades respiratorias, la diarrea... quería escribir sobre lo que enferma a los niños pero no sobre lo que les mata. Desafortunadamente, sucede muy a menudo que una cosa lleva a la otra...
 
Cada día que pasa hay un incidente nuevo. Hace poco fue el camión de fuel que explotó dejando tras de sí un balance que a día de hoy asciende a 300 fallecidos. Hace menos aún, otro camión repleto de gente tuvo un accidente y cayó sobre el lago Tanganika. Ni siquiera encontraron los cuerpos. Mañana otro poblado será masacrado por hombres en uniforme que saquearán las casas y violarán a las mujeres. Sus habitantes serán obligados a dejar sus hogares, huyendo simplemente con lo puesto y convertiéndose en desplazados, algo tristemente habitual en la zona de los Kivu.... Y así, tragedia tras tragedia van pasando los días en la República Democrática del Congo.

Que se produzcan violaciones y que estas queden completamente impunes, que haya tanta gente sin acceso a la salud, que la población viva atemorizada y se vea obligada a dejar sus casas cada noche para dormir en el bosque por miedo a un ataque, son cosas verdaderamente difíciles de asimilar y contra las que hay que luchar con firmeza. 
 
Pero yo creo que todos podemos hacer algo por tratar de cambiar esta situación. Cada cual a su manera, eso ya es cosa de cada uno, pero no debemos olvidar quela muerte de un hijo es igual de dura para una madre de la República Democrática del Congo que para una madre de cualquier país del norte.
 
Es cierto que muchas veces los pacientes llegan cuando ya es demasiado tarde para hacer nada por ellos, pero también es verdad que día tras días salvamos cientos de vidas. Y ese es sin duda el motivo por el que estamos aquí.