Níger: Yagana, refugiada en Kintchandi

Testimonio recogido por un psicólogo de MSF que trabaja en Diffa.

MSF
14/08/2018

Una mañana de marzo, al llegar al centro de salud de Kintchandi, me fijé en una mujer que estaba sentada apartada de las demás. Apoyaba la barbilla en su mano y se la veía triste e irascible. 

Decidí acercarme a ella y pedirle que me siguiera a la consulta, a resguardo de miradas indiscretas. Le expliqué quién soy. Inmediatamente insistí en la confidencialidad de mi trabajo, porque sé por experiencia que inspira confianza. 

Malestar y pesadillas

Desde las primeras palabras que pronunció, comprendí que había hecho bien en acudir a ella. Yagana* me cuenta que no se siente bien, que no tiene fuerzas. También le duele el corazón, le late demasiado rápido. Por no mencionar el dolor físico, le duele todo el cuerpo. Sin embargo, Yagana no deja de repetir que ni siquiera recuerda la última vez que realizó un trabajo físico, probablemente hace varios meses. Cuanto más habla Yagana, más patente se hace su malestar. Me relata sus noches de insomnio a causa de las pesadillas. Además, afirma que ese fue el motivo que la llevó a visitar el centro de salud, quería conseguir fármacos para poder dormir de una vez por todas. Necesita recuperar fuerzas para cuidar a sus hijos y hacerse cargo de las tareas domésticas. Pero ya no le quedan.

Huida de Nigeria

Intenté hacerle algunas preguntas para entender mejor lo que sucedía. Fue entonces cuando Yagana comenzó a hablar de verdad. Me contó que tenía 21 años y que provenía de Nigeria. Allí su esposo era comerciante y ganadero. Tenía muchas vacas. Pero un día llegaron varios hombres armados y se lo llevaron todo: posesiones, dinero y vacas. Y además los expulsaron del pueblo, tanto a ella como a su esposo. Y ese, concluyó, era el motivo por el que se encontraban aquí en Kintchandi. Su esposo emplea el vehículo en el que vinieron como modesto servicio de transporte, pero lo que gana no basta para alimentarlos a todos: a ella, a sus otras dos esposas y a todos los niños. Siempre falta comida.

Se siente abrumada por pensamientos negativos. Yagana recuerda a su tío, asesinado, y a su hermano, al que secuestraron y de quien no supo nunca nada más. Piensa en su padre, que murió hace tres meses y era uno de los únicos apoyos que le quedaban.

La escuché en silencio. Entendí que necesitaba hablar pese a su gran estado de agitación. En Kintchandi, Yagana pensó que encontraría la calma, pero le asustan los incidentes regulares que se suceden en la zona. Incluso el estallido de una bolsa de plástico hace que se sobresalte. Come poco o nada, apenas tiene hambre. Y cuando cierra los ojos por la noche, no para de ver hombres y sombras que la persiguen para matarla. Pesadillas, una vez más. Esto es probablemente lo que más fatiga a Yagana.

Se pregunta cuál es el significado de su existencia en estas condiciones. Ha perdido la esperanza de que la situación mejore algún día. “Desesperada”, así es como está. Yagana cree que ha encontrado la palabra correcta para describir su situación.

Terapia

Después de esta primera sesión, le sugerí que volviéramos a vernos. Ella aceptó. Estamos en la tercera sesión de lo que nosotros, los psicólogos, llamamos una terapia cognitivo-conductual. Se trata de sesiones durante las cuales trabajamos en métodos de relajación a través de ejercicios de respiración profunda y visualización. También tratamos de restaurar la confianza en sí misma, comenzando por combatir la sensación de culpabilidad que a menudo presentan los pacientes que atendemos aquí.

Mientras tanto, Yagana también se ha unido a un grupo de conversación con otras jóvenes de su edad que afrontan problemas similares.

Yagana me confía que últimamente sus noches han sido más tranquilas y que ha recuperado el apetito. Incluso habla de crear una pequeña empresa de venta de especias. Le respondo con una sonrisa.

* Nombre modificado para proteger la privacidad de la paciente.