“No tengo el lujo de detenerme”: vivir en Gaza tras 19 meses de guerra
La joven palestina Nour Alsaqqa, desplazada en Gaza y trabajadora de Médicos Sin Fronteras, relata con serenidad desgarradora la pérdida, el miedo y la lucha diaria por sobrevivir entre escombros, alertas y despedidas sin duelo. “Siento una inmensa frustración, enfado y desamparo”, confiesa.

Así resume Nour Alsaqqa lo que significa vivir en Gaza desde hace más de un año y medio. A sus 25 años, esta joven palestina ha sido testigo directo del conflicto que ha devastado la Franja desde octubre de 2023.
Nuestra compañera trabaja en Comunicación para nuestra organización y su voz, serena pero firme, es un antídoto contra la indiferencia.
Desde el inicio de la ofensiva, Nour ha sido desplazada a la fuerza, ha perdido su hogar en el barrio de Tal el Hawa y ha visto morir a parte de su familia. “Perdí a mi tío y a mi primo en un ataque contra el hospital Al Shifa. Y después, a uno de mis amigos más íntimos. Sigo en estado de negación. No he podido procesar que ya no están”.
Durante los breves días de tregua en enero, Nour regresó a las ruinas de su casa en Ciudad de Gaza. Fue, dice, uno de los momentos más duros. “No estaba preparada para encontrar los restos de mi niñez. Me vi superada. Sentí parálisis, lágrimas, irrealidad”.
Recuerda especialmente un detalle que la marcó: “Mi madre me confesó que echaba de menos las tarjetas que mis hermanos y yo le escribíamos por su cumpleaños. Le dije que si pudiera iría ahora mismo a ese cajón. Y se echó a llorar”.
"Si el mundo ha permitido que lleguemos hasta aquí, ya no tengo motivos para pensar que esto pueda acabarse”.
Nour Alsaqqa, gazatí desplazada y trabajadora de MSF
En Gaza, todo se ha vuelto supervivencia. “Días a la carrera”, como los llama Nour. “Corremos de un sitio a otro, siempre en estado de alerta. Ayudo a mi familia, voy al trabajo, vigilo las noticias. Vivimos en modo supervivencia”.
A pesar de todo, se considera una privilegiada: está viva, tiene empleo, su pareja también. Pero sabe que la mayoría no tiene esa suerte. “Hay gente que ya no quiere evacuar más. No soportan volver a empezar”.
La ayuda humanitaria, señala, es insuficiente. “Hace falta registrarse y desplazarse, pero muchos no tienen acceso a internet o a transporte. Lo que llega no alcanza”, señala. Lo cotidiano se ha vuelto una carrera por lo esencial: “Agua potable, algo para cocinar, abrigo”. Nour sigue adelante porque no puede permitirse otra cosa. “No tengo el lujo de detenerme”.
A pesar de su fuerza, reconoce haber perdido la esperanza. “Pensé que habíamos llegado al límite, que la guerra se detendría. Pero no era así: seguía empeorando. Si el mundo ha permitido que lleguemos hasta aquí, ya no tengo motivos para pensar que esto pueda acabarse”.
Nour Alsaqqa no necesita usar palabras grandilocuentes para explicar la tragedia. Su voz, llena de humanidad, dignidad y honestidad, basta para recordarnos que el horror no puede ni debe normalizarse.
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