Mi nueva amiga ROSS (por Emmett Kearney)

Pasé la mayor parte de mi primera semana en la oficina de Médicos Sin Fronteras delante de mi ordenador, el mismo frente al cual había estado sentado la semana anterior en casa de mis padres, cerca de Chicago, en Estados Unidos. Cinco vuelos después, el escenario había cambiado sensiblemente. Los aeropuertos y los aviones se fueron volviendo cada vez más pequeños, hasta que aterricé en la localidad de Raja, en Sudán del Sur, en un avión monomotor del Programa Mundial de Alimentos. La pista de aterrizaje, de tierra, se encuentra aproximadamente a una manzana de la oficina de MSF, que a su vez está separada del hospital en el que trabajamos por la distancia equivalente a un campo de fútbol.
Aunque la planificación e investigación que me tiene atado al ordenador es esencial para mi trabajo, siempre que puedo levanto la mirada por encima de la pantalla, alejándome, movido por la curiosidad de saber qué es lo que está sucediendo, y deseoso de “ensuciarme” las manos.