“¿Qué podemos hacer por esa mujer que sonríe bajo un árbol en medio de la nada?”

MSF da asistencia a casi 50.000 nuevos desplazados en el sur de Darfur

MSF
15/12/2006

Después de una serie de violentos ataques ocurridos en los últimos dos meses, al menos 50.000 civiles del sur de Darfur han huido hacia tierras áridas. Sus aldeas han sido quemadas, los han disparado, sus pozos de agua y sus almacenes de comida han sido destrozados. Médicos Sin Fronteras da asistencia quirúrgica a los heridos, ha puesto en marcha clínicas móviles, y distribuye comida, mantas y plástico para construirse un pequeño refugio.

Unas cuantas familias se esconden del sol implacable bajo una acacia. Hombres, mujeres y niños están sentados junto a las pocas posesiones que pudieron llevarse consigo cuando huían de un ataque a su aldea. Han usado unas ramas para colgar una manta para conseguir sombra y cubrirse del sol.

 

Los equipos móviles de MSF, que se desplazan más allá de la ciudad de Muhajariya, han encontrado centenares de familias que viven en condiciones así, entre los árboles dispersos en decenas de kilómetros de tierra inhóspita. El agua es escasa –la estación seca ya ha empezado- y algunos se ven forzados a beber agua estancada que comparten con el ganado. En las consultas, los médicos y las enfermeras de MSF ya empiezan a tratar a personas que sufren las consecuencias de estas penosas condiciones de vida. Los casos de diarrea se están incrementado rápidamente, las enfermedades de la piel se multiplican; algunos de los niños ya tienen infecciones respiratorias.

 

Al menos 50.000 personas han tenido que huir y buscar tan precario refugio en tierras tan áridas después de una serie de violentos ataques en Muhajariya y zonas colindantes. Para muchos de los civiles, ésta no es la primera vez que tienen que huir y buscar refugio: muchos habían llegado a la ciudad procedentes de otras zonas previamente atacadas y ya vivían con grandes dificultades en campos de desplazados.

 

Después de un periodo de relativa calma en Muhajariya, en octubre se reiniciaron los combates y se incrementó la tensión entre diversos grupos armados. Los civiles se encuentran con que en este conflicto muchas veces son un blanco directo. En las semanas siguientes la violencia se apoderó del sur y el este de la ciudad, forzando la huida de la población. Cuando los equipos móviles de MSF pudieron desplazarse por la zona encontraron civiles que habían sido golpeados o habían sufrido disparos. También vieron aldeas quemadas, puntos de agua inutilizados, stocks de comida destrozados. La desesperación inundando vidas.

 

MSF encontró un anciano bajo un árbol: había sufrido disparos y tenía una fractura de fémur. Explicó como su casa, en la aldea de Angabo, había sido atacada el pasado 13 de noviembre. “Entraron unas diez personas y me preguntaron quién era yo y si tenía un arma. Me dispararon, me robaron todo el dinero y quemaron mi casa. Aún estaba yo dentro cuando decidieron prenderle fuego”.

 

Para muchos, la violencia estalló sin previo aviso. “Estaba en casa cuando oí tiros de repente”, explicó otro hombre. “Permanecí donde estaba y al minuto siguiente me dispararon: me dieron en la mano. Vi dos vehículos con guerrilleros. Había unos quince por coche. Disparaban y disparaban contra nuestras casas”.

La violencia ha continuado de forma intermitente desde principios de octubre. En algunas ocasiones los civiles que huían fueron atacados de nuevo y fueron forzados a huir. La clínica de MSF en Muharajiya ofrece servicios quirúrgicos y va recibiendo un flujo regular de víctimas que requieren cuidados médicos. Desde el principio de los enfrentamientos 131 personas han sido tratadas a causa del conflicto, 107 de ellas por herida de bala. Una cuarta parte eran civiles, e incluso en la clínica se sentían inseguro: el pasado 23 de octubre, durante una serie de ataques y represalias, el equipo de MSF se vio obligado a buscar protección y unos 15 pacientes huyeron del hospital.

 

Quizás lo más preocupante de esta situación sea la forma en que este conflicto armado obliga a las poblaciones a moverse en todas direcciones, sin respetar las agrupaciones étnicas, lo que inflama las tensiones en la región. La dimensión étnica ha irrumpido y empieza a provocar ataques puntuales en aldeas o en campos de desplazados, lo que significa que civiles sin ninguna relación con los grupos militares pueden llegar a ser objetivos directos. Esto complica la ya de por sí desastrosa situación humanitaria en Darfur, por ejemplo, haciendo a la gente temerosa de volver a casa aunque la situación se haya calmado.

 

Cada día el staff de MSF se enfrenta al sufrimiento, la desesperación y la miseria que viven personas que sólo tratan de seguir adelante con sus vidas. “No puedo pegar ojo pensando en esta gente”, dice Jonathan Henry, el coordinador del proyecto de MSF en Muhajariya. “Una mujer me dijo que estaba en su casa con sus siete hijos cuando empezó una pelea. Hombres armados quemaron su hogar y todas sus propiedades. Dispararon a sus hijos cuando intentaron huir”. Han tenido que abandonar su aldea y sólo piensan en alejarse lo máximo posible de Mihajariya. Y no sé dónde pueden ir”.

 

Debido a la rápida huida con apenas tiempo para llevarse lo imprescindible, las personas desplazadas necesitan ayuda urgentemente y apenas tienen para paliar su sed y su hambre. Los equipos de MSF están aumentando la asistencia a las personas más vulnerables con agua que trasladan en camiones cisterna y reparando los sistemas de agua locales. Pero el agua se está acabando en muchos lugares porque son muchas las personas y las cabezas de ganado que tienen que beber. “El agua no va a durar más de una semana. Cuando se acabe tendremos que ir a otro sitio, pero no sé donde”, explica una niña de 16 años que huyó de su aldea cuando ésta fue atacada el pasado 12 de noviembre: cuatro de sus seis familiares fueron asesinados, y desde entonces viven debajo de un árbol. Los alimentos también se están acabando. La estación de lluvias ha sido buena este año, así que se esperaba una buena cosecha, pero la mayoría de la gente tiene demasiado miedo de volver a los campos a recogerla. Los equipos de MSF que circulan por la zona han comprobado que parte de la cosecha ya había sido recolectada, pero el resto se está echando a perder. Las Naciones Unidas y las organizaciones de ayuda han distribuido alimentos, pero los continuos desplazamientos y los movimientos de población hace imposible asegurar que la comida llega a todas las personas que la necesitan.

 

Hay muchas zonas donde los desplazados no pueden recibir asistencia sanitaria, cuando su estado de salud es bastante precario y puede empeorar a causa de las durísimas condiciones de vida. En las últimas semanas MSF ha montado una clínica en Sileah –a 36 kilómetros al sur de Muhajariya-para dar asistencia médica a más de 17.000 personas. Entre otras actividades, la organización va a evaluar la situación nutricional y a iniciar una campaña de vacunación de sarampión para niños de 6 meses a 5 años. Por otra parte, ya se han distribuido 4.500 piezas de plástico para construir pequeños refugios, más de 7.000 mantas y unas 1000 paquetes de galletas de alto contenido calórico. Pero aún contando el esfuerzo de todas las organizaciones de ayuda, de Naciones Unidas y del gobierno sudanés, decenas de miles de personas siguen necesitando asistencia humanitaria.

 

En los últimos días se han intensificado los combates entre grupos rivales, dejando un nuevo rastro de muerte y amenazando la labor de MSF en los alrededores de Muhajariya. Algunos de los desplazados han sido forzados a volver a la ciudad. Evaluar la gravedad de los combates está más allá del alcance de la organización, pero lo cierto es, a partir de estos nuevo ataques del 29 de noviembre, los equipos quirúrgicos de MSF trataron a 59 heridos de bala en apenas 3 días.

 

Sea porque se hallan simplemente atrapados entre un fuego cruzado o porque son un blanco deliberado, estas personas desplazadas–especialmente las que viven al raso- se juegan la vida cada vez que deciden cualquier tipo de movimiento, sea para intentar garantizar a su familia algo de comida o agua o para enterrar a sus muertos. “¿Qué podemos hacer por esa mujer que sonríe bajo un árbol en medio de la nada?”, se pregunta Giles May, una enfermera que trabaja en una de las clínicas móviles de MSF. La mujer del árbol enseña orgullosa el fardo que acoge entre sus brazos: es una niña de apenas 13 días. Para su madre es fácil recordar el parto: fue el día en el que tuvieron que huir de su aldea ante una amenaza de ataque inminente. El bebé nació bajo un árbol y ha iniciado su vida como un desplazado más a causa del conflicto.