Secuelas de un puesto de control (por Thaer Medhat, psicólogo de MSF en los Territorios Palestinos Ocupados)

Hace unos meses, Abbas*, un niño de 14 años de Hebrón, fue atacado por soldados israelíes. Iba junto a su primo de camino a un pueblo cercano a Jerusalén para visitar a su padre que estaba trabajando. Para llegar hay que cruzar un puesto de control en la carretera. Allí, los soldados israelíes les pidieron que se bajaran del taxi. Siguieron sus instrucciones y se sorprendieron al ver que los soldados lanzaban sus perros sobre ellos. Abbas estaba aterrorizado y empezó a gritar. Algunas personas intervinieron y ayudaron a los niños a esconderse de los perros.
Siete meses después, el padre de Abbas llevó a su hijo a la clínica de Médicos Sin Fronteras (MSF). Describió a su hijo como un niño triste y solitario. Explicó al psicólogo de MSF que el niño sufría mucho yo era capaz de salir solo de casa por sus miedos. Dejó el colegio, no se comunicaba con nadie y llevaba siempre un gorro. Por las noches tenía pesadillas.
Después de conocer al niño, el psicólogo se dio cuenta de lo deprimido y asustado que estaba. No iba solo a la sala de consulta; alguien de la familia tenía que acompañarle hasta la puerta del edificio. Cuando empezó la terapia, no era capaz de escoger la actividad o juego que quería hacer. Sufría muchísimo. Ni siquiera miraba al psicólogo, casi no hablaba o contestaba cuando se le hacía una pregunta. No hacía nada fuera de las sesiones; se quedaba en casa con un gorro que no se quitaba nunca y siempre estaba triste. El psicólogo estaba frustrado porque no podía ayudarle y, sobre todo, porque ni siquiera conseguía que hablara o jugara.
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