"Shakila perdió a su bebé; se sobrepuso al dolor y se ofreció a amamantar al hijo recién nacido de Amina"

En un país donde muchas mujeres embarazadas no tienen acceso al hospital y sin los medios para asegurar un parto sin anestesia, las mujeres afganas luchan por salir adelante con fuerza y dignidad.

MSF
18/08/2022
Pediatras de MSF atienden a recién nacidos en la sala de neonatos del hospital de maternidad de MSF en Khost.

Por Katharina Thies, ginecóloga de Médicos Sin Fronteras en Jost, en Afganistán:

La maternidad de MSF en Jost atiende una media de 2.000 partos al mes y cuenta con 60 camas para las mujeres que van a dar a luz, a las que hay que añadir otras 28 camas en la unidad neonatal. También cuenta con dos quirófanos.

En Afganistán, muchas mujeres embarazadas no tienen el acceso adecuado a cuidados pre y postnatales, y el sistema sanitario no cuenta con la capacidad suficiente para atender a posibles complicaciones que las mujeres puedan tener durante el embarazo. La escasez de personal sanitario femenino también afecta al grado de acceso que tienen las mujeres a la atención médica, ya que la mayoría de las maternidades son espacios exclusivos para ellas.

Las tradiciones culturales, que vienen de mucho tiempo atrás y que no son algo que se haya introducido en los últimos tiempos como consecuencia de los cambios en el Gobierno (como, por ejemplo, el hecho de que una mujer tenga que estar siempre acompañada por un familiar o que no puedan tomar decisiones por sí mismas, aunque afecten a su propia salud) afectan el acceso a la atención médica materna y a cualquier otro tipo de atención médica.

Shakila
Shakila se encuentra mejor. Aún sigue un poco pálida, pero al menos ya logra incorporarse y quedarse sentada en su cama de la sala de obstetricia. Cuando llegó a la maternidad de Jost hace dos días, tenía hipertensión severa y sufría un sangrado que habría sido potencialmente mortal de no haber sido atendido a tiempo.

Estaba embarazada del que iba a ser su sexto hijo, pero como les ocurre a muchas otras mujeres que solo acuden a nuestra maternidad cuando las complicaciones ya son demasiado graves, Shakila no podrá llevarse a su bebé de vuelta a casa. Lamentablemente, el pequeño falleció en el vientre de su madre cuando esta trataba desesperadamente de llegar hasta aquí.

Shakila vive en un pequeño pueblo que está aproximadamente a una hora en coche del hospital. Allí no tiene acceso a cuidados prenatales gratuitos y su familia no cuenta con dinero suficiente para hacerse revisiones en una clínica privada. Esto provocó que no le diagnosticaran ni trataran la hipertensión arterial que sufría y que le provocó una separación prematura de la placenta. Fue ahí cuando empezaron el dolor y el sangrado que le hicieron alarmarse.

Nuestro equipo consiguió controlar su hipertensión y le hizo varias transfusiones de sangre que lograron salvarle la vida. Sin embargo, para el bebé ya era demasiado tarde.

Este tipo de casos se repiten de manera regular en Afganistán, lo cual resulta terriblemente frustrante y triste, ya cualquier profesional médico es consciente de que muchos de ellos podrían evitarse con una atención prenatal adecuada y gratuita.

Amina
Desde hace décadas y no solo ahora, ser mujer en Afganistán ha sido siempre muy difícil. Y, a pesar de ello, las mujeres que he conocido desde que llegué a Jost tienen una capacidad increíble de gestionar, con una enorme fuerza y dignidad, cualquier situación que se les ponga delante, por muy difícil que esta pueda llegar a ser. Durante mis chequeos matutinos, visito a Shakila, y la encuentro amamantando a un bebé recién nacido. Confusa y sorprendida por la situación, reviso dos veces el archivo para asegurarme que estoy con la paciente adecuada. Pero entonces, la matrona me explica lo que sucede:

El recién nacido pertenece a Amina, que es la mujer que está en la cama de al lado de la de Shakila. Ella aún no tiene suficiente leche materna y Shakila, al ver que el bebé tenía hambre, se ofreció a ayudarla al instante. Sin pensarlo dos veces, y sobreponiéndose su dolor físico y también a la terrible desazón que le había dejado la pérdida de su bebé, Shakila estaba ayudando a aquella otra mujer a que lograra sacar el suyo adelante.

Esto, que sin duda es un hecho extraordinario, es solo un pequeño ejemplo de cómo son las mujeres en Jost. Pero es que estoy segura de que muchas de ellas, si se encontraran en la misma situación, tendrían el mismo gesto de generosidad hacia cualquier otra mujer. Es una forma de darse apoyo mutuo y lo demuestran cada vez que tienen la oportunidad de hacerlo.

Fátima
Como decía, aquí las mujeres son increíblemente fuertes. Sobre todo, en lo que se refiere a su fortaleza mental. Fátima es otra de nuestras pacientes. Es joven, diría que no tiene más de 20 años, pero en realidad aquí nadie lleva la cuenta de los años que tiene. Llegó con el embarazo de su primer hijo ya a término y, cuando yo la conocí, ya estaba en pleno trabajo de parto.

Su pierna derecha estaba inmovilizada con un fijador externo, lo que hacía que fuera totalmente incapaz de doblar la rodilla y, mucho menos, de caminar. Tiene atado un cordón alrededor de su pie, del que tira para levantar la pierna y poder moverse.  Me contó que no tenía posibilidades económicas para poder comprar materiales ortopédicos como muletas o una silla de ruedas.      

La madre de Fátima, que la acompaña, me cuenta qué ocurrió para que su hija acabara con aquel fijador en la pierna; fue en septiembre del año pasado. Aquel día, poco después de enterarse de que estaba embarazada, Fátima salió a hacer recados. Y, de pronto, estalló un enfrentamiento armado enfrente de su casa.

Fátima se vio accidentalmente encerrada en medio de la pelea y en un momento dado, un disparó le impactó en la pierna, que quedó gravemente herida. Su madre logró acudir en su auxilio y llevarla de vuelta a casa, no sin recibir un disparo ella misma. Afortunadamente, las consecuencias de este otro disparo no fueron tan graves como las de su hija.

En los meses siguientes, Fátima tuvo que pasar por una odisea de visitas médicas, varias cirugías y meses de inmovilización. Todo esto, claro, mientras su embarazo avanzaba.

Sorprendida
La matrona de la sala de partos está preocupada porque no sabe si Fátima podrá dar a luz de forma natural, ya que no logra moverse de la camilla. Pero Fátima se ve con fuerzas para intentarlo. Aquí, en la provincia de Jost, las cesáreas no son lo más conveniente, ya que la media de hijos que tienen las mujeres es de seis o más, así que la preocupación de mi compañera es bastante lógica.

Cualquier parto tiene sus dificultades y provoca mucho dolor a la madre, pero en otros lugares normalmente se usan remedios para aliviarlo, como por ejemplo la epidural o el óxido nitroso, opciones para la madre que aquí ni siquiera existen. Y teniendo en cuenta que Fátima ni siquiera puede levantarse o moverse durante las contracciones para lidiar con el dolor, como lo haría cualquier otra mujer que estuviera de parto, toda ayuda suplementaria habría sido buena.

La miro y siento una tremenda admiración por la fuerza y determinación que muestra en todo momento. No tiene miedo. Y pienso en cómo esa fuerza se la transmitirá sin duda a su pequeña cuando esta crezca. 

Su madre está sentada detrás suya en la camilla de parto, sosteniendo la parte superior de su cuerpo y ayudando en todo momento. Entre contracción y contracción, Fátima apoya su cabeza sobre el hombro de su madre. Y cada vez que el dolor de parto se intensifica, muerde la bufanda para soportarlo.

Su motivación y su fuerza dan resultado, después de nueve horas de parto, Fátima da a luz de forma natural. Es increíble la lección de vida que nos ha dado a todas ¡Qué orgullo de mujer!

Gul Meena
Otra mujer que siempre tendré gravada en la mente es Gul Meena. La primera vez que la vi estaba en la sala de partos, embarazada de gemelas y con el tratamiento para inducir el parto comenzado, a causa de la hipertensión que le había provocado el embarazo.

Calculo que Gul Meena debe estar alrededor de los 30 años. Es madre de ocho hijos y, como muchas mujeres afganas, es ella quien se encarga de todas las tareas de la casa. Aquel día estaba hablando por teléfono en voz alta y, aunque no entendía lo que decía, supongo que estaba dando instrucciones a alguien más, probablemente alguna de sus hijas, sobre cómo llevar las tareas de la casa en su ausencia.

Muchas madres probablemente se sentirían abrumadas ante la perspectiva de criar a gemelas, más aún cuando ya tienes otros 6 hijos a los que alimentar, pero nada en la expresión de Gul Meena llevaba a pensar que ella sintiera presión alguna por el reto al que tendría que enfrentarse.

Llevaba sonriendo un rato, como si supiera el desastre que le esperaba al volver a casa, así que bromeamos con ella y le dijimos que no nos sorprendía que aquella mañana tuviera la presión un poco alta.

Gemelas
Gul Meena tuvo a sus gemelos al día siguiente. El parto fue atendido por una de nuestras matronas y no tuvo ninguna complicación. Cada vez que pasaba por el área de obstetricia durante mis rondas, la veía sentada con las piernas cruzadas y cogiendo a sus bebés, dos niñas pequeñas que ya desde el primer día iban vestidas de la manera tradicional afgana, como si fueran dos rollitos de sushi.

Me decía que se sentía bien cuidada en el hospital, pero que tenía ganas de volver cuanto antes a casa para poder ocuparse de su gran familia. 

A los pocos días, después de firmar su alta médica, Gul Meena me pidió que le ayudara a ponerle nombre a una de las niñas. Aunque son muchos los nombres de mujer que he oído desde que llegué a Afganistán, no se me ocurría ninguno que pudiera encajar para una niña.  Gul Meena, viéndome dudar, se me acercó y me dijo: “¿Sabes qué? Le pondré tu nombre a mi hija, en reconocimiento a lo amable que has sido conmigo”. Yo sentía que quería llorar de emoción; aquella preciosa muestra de generosidad me alegró sin duda el día, la semana y el resto de mi estancia en Jost, pero estoy segura de que para ella fue algo simplemente “normal”, porque las mujeres de Jost son así: fuertes, con una enorme determinación y generosas; enormemente generosas.

Artículo originalmente publicado en El Mundo