Solo un día en Zimbabue, y parece que hayan pasado meses

Tsholotsho, el distrito en el que Médicos Sin Fronteras tiene un programa de prevención de transmisión del sida entre madre e hijo, lleva cinco días sin corriente eléctrica por causas desconocidas. El sonido del generador que alimenta la casa MSF y también el hospital donde trabaja el equipo ha sustituido al ruido del tráfico y el bullicio de Barcelona; los walkie-talkies son ahora los nuevos móviles, y los coches de MSF han reemplazado a las tarjetas de metro.
A pesar de haber tomado todas las medidas previas, nuestros smartphones no funcionan. Sin embargo, con gran sorpresa nos hemos dado cuenta de que, incluso en la zona más rural del país (con una tasa de desempleo de cerca del 75%) la gente utiliza el WhatsApp para comunicarse normalmente. Ni Sophie ni yo habíamos visto aún los modelos de móviles que son habituales por aquí.
Nuestros compañeros del proyecto nos han hecho sentir parte del equipo desde el primer momento. MSF cuenta con un equipo de tan sólo cuatro expatriados (una yemení, un colombiano, un keniano y un indio) y más de 70 trabajadores zimbabuenses, así que pensamos que una de nuestras tareas consistiría en explicarles la importancia del origen privado de los fondos de nuestra organización. No ha hecho ninguna falta: son todos muy conscientes de que los más de 300.000 socios con los que cuenta MSF hacen posible proyectos tan increíbles como el que se lleva a cabo aquí, y que gracias a ello podemos actuar con total independencia. Notamos en su discurso un cierto orgullo de formar parte de un grupo respaldado por tantas personas, sin apenas apoyo de gobiernos ni instituciones.
El protocolo es fundamental aquí: nadie puede llegar a Tsholotsho sin pasar por una serie de presentaciones. Nuestro primer paso ha consistido en presentarnos oficialmente a las autoridades locales: la dirección del hospital, los representantes del gobierno y la policía local. Todos parecen ilusionados con nuestro propósito de entregar a las mujeres zimbabuenses los mensajes que los colaboradores de MSF han escrito para ellas. Nos preguntamos si a ellas también les hará ilusión recibir cartas llegadas desde tan lejos y escritas por desconocidos.
Durante las visitas nos sorprende la actitud de los zimbabuenses. La imaginación colectiva podría hacer pensar que los africanos son muy extrovertidos, pero después de esta ronda descubrimos que la gente en una primera instancia es muy reservada, muy discreta y que casi susurran en vez de hablar. Será por que África no es un país, sino un continente en el que las culturas, los idiomas, y maneras de ser son tremendamente variados.
Durante toda esta semana Sophie y yo intentaremos descubrir detalles sobre Tsholosho, a través del personal de MSF y de los beneficiarios, para poder compartirlas con vosotros.
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