Somalia, quiera Dios

Ahora que volamos desde Sanaa, la capital de Yemen, tengo en la memoria todos los testimonios de los somalís con los que he estado; como el de la mujer de veinticinco años, con cuatro hijos y viuda. Su marido se suicidó en el campo de refugiados de Adén, y ella dice que fue un accidente porque tiene miedo de que le acusen de asesinato. Esa mujer vino en un barco, hacinada entre decenas de somalís y etíopes, hace siete años, siendo azotada por los traficantes durante la travesía. Esa mujer me contaba que vio un proyectil entrar en su casa de Mogadiscio, la capital de Somalia, y que mató a su madre. Se vino a Yemen con una tía.
Me pregunto cómo se puede sobrevivir a esto. Pero ella es mujer, y de alguna manera, inexplicable para mí, esta mujer se ha secado las lágrimas, me cuenta su historia y se levanta a limpiar el polvo de la casa.
Cómo se puede sobrevivir en un país sin otro gobierno que el de las armas y la violencia desde 1992, sin que la comunidad internacional se haya escandalizado por eso. En Somalia, quien no muere por violencia, lo hace por desnutrición. No hay país más olvidado en la tierra. Ni siquiera Darfur está tan olvidado, porque al menos en Darfur todavía operan, mientras puedan, algunas agencias humanitarias. En Somalia, los equipos de Médicos sin Fronteras se juegan la vida, literalmente (algunos ya se la dejaron allí), y por eso el personal internacional tiene restringidas las visitas de control a los proyectos. Es el personal somalí, lleno de valientes, que lleva los proyectos de asistencia en el día a día.
Díganme qué hay que hacer, qué hay que denunciar para que alguien se acuerde de Somalia, quiero decir de la población somalí que vive en el infierno. Que alguien se acuerde de que los piratas y sus ataques son una anécdota que afecta a los barcos occidentales que pasan por allí, pero que el drama verdadero está en el interior de un país devastado. No tienen petróleo; no tienen más que gente y desesperación. Muy poca cosa para esa comunidad internacional que se moviliza muy rápido si es un asunto económico, pero muy lento si es una urgencia humanitaria de este calibre.
Por eso me apropié para esta entrega del blog, el día que me marcho de Yemen, de esa expresión con la que se empieza todo en el mundo musulmán o en el de los creyentes de otras religiones. Porque más que una oración, o una simple frase, hoy lo tomo prestado como un grito. Basta de no hacer nada por los somalís. El mundo se ha olvidado de ellos, y el mundo debe volver a Somalia. A mí, al menos, me gustaría volver un día y visitar a mi amigo Hamed, el que estudiaba en la Universidad, y saber cómo le va en su propia tierra.
Inshalá (quiera Dios).