Sudán del Sur: “El tiempo se acaba para 80.000 personas”
Caroline Scholtes, enfermera belga de MSF, acaba de regresar de una misión de tres meses en el estado de Jonglei, en Sudán del Sur, una zona que ha sufrido numerosos brotes de violencia en los últimos meses. Desde entonces unas 80.000 personas han desaparecido. Al ocultarse, se han quedado sin ayuda humanitaria.

¿Cuál es la situación en el estado de Jonglei?
Como consecuencia de una serie de escaramuzas entre los rebeldes y las fuerzas armadas de Sudán del Sur, la gente del Condado de Pibor, en el sur del estado, huyeron hacia el monte. A mediados de julio, en el bosque, hubo unos violentos choques entre comunidades que dejaron a muchos heridos. Desde entonces, la gente tiene miedo de volver a sus hogares y mercados porque temen que puedan ser blanco de ataques. Sabemos que algunos se han refugiado en Kenia, Etiopía y Uganda, y en la capital, Juba. 24.000 personas han sido localizadas en los alrededores de la ciudad de Gumuruk y 10.000 más en dos zonas remotas del condado. Pero sigue habiendo 80.000 personas en paradero desconocido, que se han escondido y han de sobrevivir en condiciones de inseguridad y dificultades de todo tipo.
¿En qué consiste el trabajo de campo de MSF?
Muchas organizaciones humanitarias han evacuado a sus equipos debido a que sus centros de salud han sido saqueados. MSF tiene un ambulatorio en Gumuruk que proporciona asistencia médica primaria. En dos días, nuestro equipo estableció una unidad quirúrgica en el ambulatorio, en una tienda de campaña. Desde allí intentamos acceder tanto a los heridos de guerra como a las personas que han huido, que viven en un aislamiento sin precedentes. Desconocemos cuál es su estado de salud.
También hemos establecido consultorios móviles mediante helicópteros. Aterrizamos en el bosque con cajas de medicamentos, material plástico y postes para proporcionar un poco de sombra, y nos ponemos a trabajar únicamente con lo básico. Los mensajeros, como en tiempos de los romanos, viajan a través de la naturaleza y lo hacen saber a las personas que encuentran. En poco tiempo llegamos a cientos de personas. Cada día, atendemos más de 100 consultas seleccionadas: personas con infecciones graves, niños desnutridos, mujeres embarazadas que padecen infecciones y muchos otros problemas.
Nos dimos cuenta de que las personas rechazaban volver a sus pueblos cuando necesitaban hacerlo, incluso para conseguir alimentos o tratamiento. En Gumuruk, atendimos a pacientes del bosque, algunos de ellos heridos de guerra, pero, sobre todo, a mujeres y niños. Los hombres continuaban escondidos. Estas personas nos explican los días que habían errado por el bosque, las familias dispersas, rotas, afectadas por la muerte de sus seres queridos. Vi a un niño de unos tres o cuatro años de edad traumatizado cuando se le acercaba un adulto, porque había pasado tres días solo y sin ayuda en los manglares.
Estas personas carecen de todo. Cuando pregunté a las mujeres cuáles eran su prioridades, todas me dijeron que eran los alimentos y el acceso a la atención médica. Tenían miedo de la hambruna debido a que se encuentran en una situación sin precedentes: tras los robos de ganado ocurridos a mediados de julio ya no les queda ningún animal, no han podido cultivar sus tierras, y no tienen medios para alimentar a sus familias. Al no poder volver a sus pueblos, estas personas se encuentran en una situación humanitaria drástica. En sus relatos pude percibir un auténtico grito de ayuda.
¿Cuáles son los desafíos a los que se enfrenta el equipo de MSF?
Esta región es una vasta llanura, con barrizales y ríos tortuosos que desembocan en el Nilo. Es un paisaje árido y abierto, con pocas carreteras. Cuando hay una gran tormenta, estas zonas se inundan y se convierten en barrizales. El primer desafío es, pues, logístico, de acceso a estas personas que se encuentran en el manglar. El helicóptero es a menudo el único medio de acceso. También existe un desafío geográfico: en una vasta región, de un tamaño similar a cuatro veces Bélgica, es fácil imaginar las dificultades para encontrar a las personas que se esconden. También existe un alto riesgo de epidemias. Al tener un acceso muy limitado a agua potable y a alimentos, existe el riesgo de epidemias como el cólera, la malaria o el sarampión. También hay riesgo de epidemia de hepatitis E, ya hubo un brote en un campo de refugiados del norte, cerca de la frontera con Sudán, una zona en la que MSF también está trabajando.
Nuestros equipos se enfrentan a una lucha diaria. El tiempo se acaba para estos millares de personas desaparecidas. Cuando me marché, los equipos estaban esperando un helicóptero para realizar búsquedas intensivas. También estamos persuadiendo a otras organizaciones para que distribuyan alimentos, material de abrigo, equipos de purificación del agua, etc.
¿Qué te impactó más a nivel personal durante esta misión?
El día a día de los equipos no era fácil: vivíamos en tiendas con un acceso muy limitado al agua potable; cocinábamos encima de un fuego y nuestras comunicaciones estaban limitadas al teléfono vía satélite. Pero cuando el helicóptero aterriza en medio de la naturaleza y estás rodeado de centenares de hombres y mujeres que continúan conservando su dignidad a pesar de estas inimaginables condiciones de vida, no puedes permanecer indiferente. La actitud y la fortaleza física de estas personas son impresionantes. Escucharlas me producía escalofríos. Al conocer a estas personas, no puedes evitar decirte a ti mismo que, a pesar de que las condiciones de vida sean precarias, debes perseverar.