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La población del campo de Dibaga, inicialmente diseñado para dar cabida a 4.500 personas, ha llegado ahora a su capacidad máxima. Se está construyendo un nuevo campo a 3 km de distancia. A medida que las operaciones militares en el área de Makhmour continúan generando nuevas oleadas de desplazamientos, varios miles de recién llegados han sido alojados en tiendas de campaña en un campamento temporal establecido en un estadio cercano. © Manu Brabo/MEMO
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Campo de Dibaga en el Kurdistán iraquí. © Manu Brabo/MEMO
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Los equipos de Médicos Sin Fronteras (MSF) que trabajan en Dibaga ofrecen servicios de salud mental y física tres veces a la semana para las muchas personas desplazadas que lo han perdido todo, han sufrido traumas por la violencia y tienen poca esperanza de volver pronto a sus hogares. Muchos luchan para hacer frente a su nueva situación. "Una gran cantidad de pacientes se queja de síntomas físicos genéricos e inexplicables", explica el Dr. Marc Richard de la Cruz, jefe del equipo médico, "que son claramente de naturaleza psicológica y son remitidos a los servicios de salud mental". © Manu Brabo/MEMO
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Hay 3,3 millones de iraquíes desplazados en el país. La respuesta humanitaria en los campos de la región del Kurdistán iraquí ha sido fuerte y la gente tiene en general un buen acceso a los servicios, pero la mayoría vive fuera de los campos, con sus familiares, en casas alquiladas, en edificios sin terminar, sobreviviendo con sus ahorros y luchando para encontrar trabajo y con poco acceso a la ayuda. © Manu Brabo/MEMO
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La gente que se encuentra en el campo de Dibaga procede, en su mayoría, de las aldeas cercanas a Makhmour. Al llegar, las personas se ubican primero en grandes tiendas de campaña en una zona de tránsito. Las mujeres están separadas de los hombres. El procedimiento de investigación puede tardar hasta 10 días. Una vez obtenidos los documentos de residencia, la gente es libre de irse, pero solo puede desplazarse en dirección sur hacia Kirkuk. © Manu Brabo/MEMO
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MSF ha estado gestionando clínicas móviles en la zona durante más de un año. Cuando el campo se abrió en septiembre de 2015, el equipo médico comenzó a trabajar en el centro de salud de Dibaga, donde se proporcionaba atención primaria, con especial dedicación a madres y niños, a las enfermedades crónicas y a los servicios de salud mental. En los últimos cuatro meses, se llevaron a cabo más de 4.500 consultas. Las morbilidades más frecuentes fueron las infecciones del tracto urinario y las enfermedades de la piel. © Manu Brabo/MEMO
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"Soy el Sheikh, el jefe de una comunidad de 650 familias de la tribu de Al Sabawi", dice el Sheikh Abdul Kader. "Siempre hemos tenido relaciones muy estrechas con los kurdos, por lo que cuando nuestro pueblo fue atacado por el ISIS en enero de 2014, la mayoría de nosotros nos refugiamos en Kurdistán. Dado que los combates se reanudaron en marzo en el distrito de Makhmour, varios miles de personas de mi tribu han estado llegando y se espera que lleguen muchas más. Me preocupo por ellas, porque los procedimientos de seguridad son lentos y una familia no puede establecerse adecuadamente si sus documentos no están listos". © Manu Brabo/MEMO
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Fatma nació hace un mes en el hospital de Debes, una estructura médica a unos 45 minutos en coche del campo de Dibaga. Sus padres y sus seis hermanos han estado viviendo en el campo de Dibaga desde que fue fundado hace un año. "Fue un parto difícil", dice su madre, "duró dos días y una comadrona me ayudó a dar a luz. Hoy he venido a la clínica porque el ombligo del bebé tiene un problema. Yo tampoco me encuentro bien, estoy mareada y sigo sangrando". © Manu Brabo/MEMO
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"Adelante, hazme una foto: no me importan las consecuencias, quiero que todo el mundo sepa lo que está pasando", dice un beneficiario de MSF. "Soy de Kabaruk, un pueblo cercano a Makhmour. El 7 de mayo, un cohete cayó no muy lejos de mi casa y de repente había un mal olor que se extendió por todo el pueblo por el fuerte viento. Todos corrimos hacia el cohete y lo cubrimos con arena lo mejor que pudimos. Ahora tengo dolor de garganta y dificultad para respirar, me duele la nariz. Estoy seguro de que fue un ataque de gas". © Manu Brabo/MEMO
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Un tercio de los que llegan a Dibaga salen adelante una vez que obtienen la autorización y los papeles de las autoridades. La vida en tiendas de campaña con temperaturas de hasta 50 grados en verano, sin trabajo ni dinero, es dura. Los que pueden permitírselo tratan de encontrar soluciones alternativas desplazándose a Kirkuk, donde alquilan una vivienda o se encuentran con sus familiares o amigos, y donde esperan encontrar algún trabajo. © Manu Brabo/MEMO
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Mariam, de 45 años, está a la espera de ver a un médico en la clínica de MSF en Dibaga. "Me duele el cuello desde que el combate comenzó en mi pueblo", cuenta. "Fue aterrador: las bombas caían por todas partes y todos tuvimos que huir. Caminamos todo el día para ponernos a salvo. Tengo polvo en el ojo desde entonces. Por favor, no me hagáis fotos: todavía tengo una hermana en Mosul que podría meterse en problemas. Desde que llegué aquí hace tres semanas las cosas han mejorado: me han dado una casa en el campo y algunas donaciones, no me puedo quejar". © Manu Brabo/MEMO
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"Antes era mecánico", dice Ali, "pero cuando el ISIS llegó todas las empresas cerraron: la gente no tenía dinero. Sobrevivimos gracias a nuestro ganado y ovejas, pero no había madera para hacer fuego y el agua que bebíamos era salada. Solo los combatientes del ISIS tenían acceso a agua dulce. Los niños caían enfermos a causa de eso. También hemos sobrevivido a un ataque de gas y ahora tenemos problemas para respirar. Una bomba cayó en el pueblo y la gente empezó a toser y estornudar. Incluso me di una ducha y tomé un poco de jarabe, pero nada ayudó". © Manu Brabo/MEMO