El cruce del Darién: “No esperas una crisis humanitaria como esta en un país como Panamá”
Era una chica de 17 años. La habían violado en la ruta. Pero ese no era su único trauma. Se había distanciado en el camino de su madre, la gente lleva ritmos diferentes y ella, más joven, se había adelantado. Cuando la atendimos en Bajo Chiquito, no solo estaba traumatizada por la violación, sino que también sufría de una ansiedad añadida por cómo estaría su madre.

“Era una chica de 17 años. La habían violado en la ruta. Pero ese no era su único trauma. Se había distanciado en el camino de su madre, la gente lleva ritmos diferentes y ella, más joven, se había adelantado. Así que cuando la atendimos en Bajo Chiquito, no solo estaba traumatizada por la violación, sino que sufría de una ansiedad añadida por cómo estaría su madre, si su madre pasaría por lo mismo, si volvería a ver a su madre en vida”.
Es uno de los casos que Guillermo Girones, coordinador médico en Panamá de los nuestros proyectos, recuerda con mayor nitidez, “aunque todos los casos de violencia sexual son terribles, durísimos, inaceptables”. Gironés finaliza ahora tres meses en su puesto en los proyectos que atienden a la población migrante una vez han cruzado la selva del Darién, entre Panamá y Colombia.
¿Qué te sorprendió de los proyectos a tu llegada?
Que fuera tan global. Es cierto que la mayoría de los migrantes son oriundos de Haití que se trasladan desde países como Chile o Brasil donde habían migrado antes, pero el hecho de encontrar gente también de Pakistán o de Congo (el otro día conocí a congoleños de Kinshasa que habían estado residiendo en Argentina) me sorprendió.
Tampoco te esperas una crisis humanitaria como esta en un país como Panamá y, sobre todo, la violencia asociada, la brutalidad con la que se encuentran en el camino, tanto la violencia sexual como la general que se produce durante los robos.
¿Cuáles son tus cometidos como responsable médico?
Más allá de lo que respecta a la estrategia de abordaje de los pacientes y negociación con las autoridades para que se pueda disponer del apoyo necesario en Bajo Chiquito por el Ministerio de Salud, con los que trabajamos de la mano, hemos tenido que hacer asimismo bastante trabajo de divulgación de lo que supone ser superviviente de violencia sexual, de la necesidad de no revictimizar a las supervivientes (mediante la repetición de preguntas, numerosas entrevistas, etc.), de la importancia de la confidencialidad, de la necesidad de que la denuncia sea voluntaria…
Habéis atendido 288 casos de violencia sexual desde que se inició el proyecto a finales de abril. ¿Se denuncian todos a las autoridades?
No, ni mucho menos. Y tenemos que pensar que los casos que hemos visto pueden significar únicamente el 25% de los que realmente se producen. Pero los migrantes por lo general no denuncian, por dos razones: su criminalización por parte de los Estados y sus organismos hace que desconfíen de las autoridades; por otro lado, y de forma natural, lo que ellos quieren es avanzar en su camino lo antes posible, llegar a su destino lo antes posible y evitarán meterse en procesos que pueden demorarlos y demorarlos además por un resultado incierto.
¿Cómo se atiende a una persona que ha sido sujeta a violencia sexual?
Para evitar lo que comentaba antes, la necesidad de someter a la persona a numerosas entrevistas y cuestiones, procuramos hacer una única consulta integral, con presencia de médica y psicólogos. En asistencia médica, si el suceso se ha producido en las 72 horas antes, ofrecemos tratamiento para prevención enfermedades de transmisión sexual, VIH y embarazos, además de tratar el dolor que puedan tener por el asalto y los golpes. El 89% de los que atendemos, además, reciben tratamiento psicológico, de forma voluntaria, y que puede demorarse durante una hora. Imagínate la carga emocional para el psicólogo o la psicóloga, que igual tiene que atender 7 u 8 casos en un día. Todos los casos son terribles, durísimos, inaceptables.
Y no disminuye, ¿cierto?
No, durante unas semanas entre septiembre y octubre, descendieron los números, con una mayor actividad en todos los frentes por parte de las autoridades (militares, de procuraduría, etc.). Pero a lo que esta actividad ha disminuido, los grupos criminales han vuelto. Hemos tenido 18 casos en la última semana, números desmesurados. Es evidente que se puede parar, está demostrado, pero es necesario que se vuelvan a tomar las medidas pertinentes para poner solución.
¿Qué patologías más comunes observáis?
Las patologías más comunes son lesiones de la piel, infecciones respiratorias y alteraciones gastrointestinales que se derivan de los peligros asociados a una ruta de cinco días a lo largo de la selva donde además hay una violencia enorme.
El Darién tiene tres peligros: la violencia, obvio. Los ríos, con crecidas súbitas de enormes corrientes (ahora me decía una compañera que estaba atendiendo a una mujer que había visto cómo el río crecido se había llevado a siete personas de su grupo), contra las que es difícil luchar para alguien que lleva tal vez cinco días agotadores de camino en una selva por la que avanzar es un tormento. Luego están las caídas por ese mismo tormento. Es una selva con muchos desniveles que hay que subir y bajar y en terreno resbaladizos. Se producen caídas, algunas letales y los migrantes siguen explicando que hay gente herida a la que tienen que abandonar en la selva a su suerte, tal vez a la muerte si no se consigue llegar a ellos en algún rescate.
Por otro lado, la comunidad de Bajo Chiquito en los últimos meses ha puesto un servicio -pagado- de piraguas que acortan dos días la travesía en el tramo final. Eso alivia en gran manera, ya no vemos a gente emerger del Darién con esos pies tan destrozados por la humedad, quemados por el roce del agua y la arena, terriblemente hinchados. Aún así, el Darién sigue siendo una travesía despiadada. Y es por ello que Médicos Sin Fronteras pedimos rutas seguras para esta población, compuesta en gran medida por unidades familiares con niños y niñas. Migrar no es un crimen.