Diario de un equipo móvil de MSF en Ucrania

Te mostramos cómo han sido dos días de uno de nuestros equipos ofreciendo apoyo a las personas de un pequeño pueblo de una zona rural en el centro de Ucrania.

MSF
06/07/2022

A diferencia de otras emergencias humanitarias en las que los sistemas de salud locales se colapsan o tienen dificultades para cubrir las necesidades de la gente, los hospitales y las organizaciones de la sociedad civil en Ucrania siguen funcionando en medio de la guerra que asola en el país. Como la atención médica está generalmente cubierta, nuestros equipos se centran actualmente en construir una red de apoyo para hospitales y voluntarios, sobre todo a través de capacitaciones y donaciones.

Aquí abrimos una ventana a la visita de dos días de uno de nuestros equipos, a finales de mayo, ofreciendo apoyo a las personas de un pequeño pueblo de una zona rural en el centro de Ucrania.


Día 1
Un equipo móvil en ruta

A las 7:30 de la mañana hay mucho trajín en la entrada de un hotel en Kropivnitski, una ciudad en el centro de Ucrania a 150 kilómetros del frente más cercano. MSF establecimos una pequeña base allí en abril. Las personas cargan algunos materiales médicos y logísticos en tres automóviles y el coordinador del proyecto hace una última sesión informativa sobre la situación y las actividades planificadas con los miembros del equipo móvil mientras se preparan para partir.

14 personas, entre ellas personal de medicina, psicología, traducción, logística y conducción, se dirigen a Holovanivsk, una pequeña localidad de 16.500 habitantes, situada a dos horas y media por carretera hacia el oeste. El convoy cruza campos extensos y en su mayoría vacíos de soja, maíz, trigo y girasoles, ya que los cultivos aún no han crecido. El cielo azul nublado y las flores de soja amarillas recrean la bandera bicolor de Ucrania.

División en grupos según tareas
A las 11 h, nuestro equipo llega a Holovanivsk. En el pueblo hay registrados más de 1.000 desplazados por la guerra, pero viven dispersos, la mayoría en aldeas cercanas.

El equipo se divide en cuatro grupos. Olexander y Juan Pablo, médicos de Mariúpol y Argentina, van al hospital local y al centro de ambulancias. En cada uno de estos lugares harán capacitaciones sobre cómo realizar un triaje en una situación de alta afluencia de heridos y sobre de contaminación, es decir, cómo proceder en caso de un ataque con armas no convencionales.

Dos psicólogas ucranianas, Olga y Alissa, van a evaluar las comunidades desplazadas. Les gustaría ofrecer consultas individuales sobre salud mental y tratar de organizar un grupo de psicoterapia. La guerra está teniendo un enorme impacto psicológico y muchas personas sufren síntomas como miedo intenso, estrés constante, preocupación persistente, desesperanza y ataques de pánico.

La partera, Florencia, y la responsable de actividades de salud mental, Ariadna, de Argentina y México, acompañadas por la traductora, Olga, se dirigen a una escuela para impartir un taller de dos días sobre violencia sexual y de género. Mientras tanto, el logista brasileño Tanain y otros trabajadores visitan el centro humanitario para donar material de ayuda humanitaria.

Atender las necesidades de las personas desplazadas
Allí espera Olena, una ex profesora de química y biología que actualmente es la secretaria del consejo del pueblo.

“Durante los primeros días de la guerra, llegaban diariamente entre 150 y 180 personas”, explica, “principalmente de noche. Muchos estaban de tránsito hacia otros lugares. Fue horrible… nadie estaba preparado, así que nos organizamos para hacer diferentes tareas: cocinar, limpiar… Todo el mundo traía cosas. Como las mujeres con bebés no podían quedarse en los centros sociales, algunos lugareños ofrecieron sus casas. Hubo mucha solidaridad, nunca había visto algo así”.

El hijo de Olena y su pareja vivían en Kiev, pero también se mudaron aquí poco después de que comenzara la guerra.





“Ahora es muy importante recibir asistencia humanitaria”, dice Olena. "Podemos pedir temporalmente a los agricultores que proporcionen alimentos, pero otras cosas, como los artículos de higiene, son útiles... la gente se está quedando sin dinero, ya ha gastado mucho".

Uno de nuestros equipos había estado en Holovanivsk dos semanas antes por lo que, antes de esta visita, las autoridades locales habían identificado lo que hacía falta: mantas, toallas, sábanas, linternas solares y fundas de almohadas.

Victimización y barreras para supervivientes de violencia sexual
No muy lejos, unas 35 sanitarias, trabajadoras sociales, maestras y psicólogas, todas ellas mujeres, participan en la capacitación sobre violencia sexual y de género. Las facilitadoras hablan sobre el sentimiento de victimización que pueden tener algunas mujeres después de dar a luz a un hijo como resultado de una violación, o sobre las barreras que experimentan los hombres que han sufrido una agresión.

“No importa lo que te pongas”, afirma la partera Florencia durante la sesión, “no llevas una señal que diga que tienes que ser violada. Siempre es culpa del perpetrador”.

“La formación es muy útil e informativa”, asegura Olga, psicóloga de la escuela. “Es muy importante en estos tiempos porque a menudo nos encontramos con casos de violencia. Tenemos ejemplos de Luhansk, Donetsk, la región de Kiev, Bucha... Queremos que la mayor cantidad de gente posible esté al tanto de estos casos".

Dia 2

Sortear los desafíos burocráticos
Al día siguiente, el grupo comienza con un juego de roles. Cada participante asume un papel diferente: un policía, una médica, una psicóloga. La mujer que representa a una superviviente sostiene una cuerda y se mueve de una persona a otra en busca de ayuda.

Al hacer esto, crea una telaraña compleja con la cuerda. La telaraña simboliza los obstáculos burocráticos que los supervivientes de violencia sexual se encuentran en la vida real. ¿La solución? Crear una plataforma única con todos los servicios, incluido el tratamiento médico y la asistencia psicológica, algo con lo que estamos tratando de apoyar a las autoridades sanitarias en algunas partes de Ucrania.

“Nuestro objetivo es sensibilizar a estos trabajadores de primera línea y así aumentar el número de personas que acceden a los servicios”, dice Florencia.

Pero está resultando difícil.


 


 

La violencia ha puesto a la gente en situación de vulnerabilidad
En otra sala de la escuela, nuestros psicólogos realizan sesiones de apoyo psicológico con adultos y sus hijos desplazados por el conflicto. Marina y Olena vienen de la región de Donetsk y llegaron aquí hace uno y dos meses, respectivamente. Viven en una casa vacía en una aldea cerca de Holovanivsk con otra mujer; todas ellas tienen hijos de entre seis y 12 años de edad.

“Los funcionarios de la administración le informaron a un pariente nuestro que vive aquí [en Holovanivsk] acerca del lugar donde estamos ahora”, explica Olena. “Cuando llegamos por primera vez, teníamos miedo de cómo reaccionaría la gente. No queríamos que sintieran pena por nosotros. Pero la actitud ha sido muy buena, la gente ha sido muy acogedora”.

Ambas son emprendedoras. Antes de la guerra, Marina tenía un salón de belleza y Olena llevaba una pequeña tienda. Ahora están ayudando en una cocina local para preparar comida y cultivan algunas verduras.
 

 

 

 

Sandra también comparte su experiencia sobre los efectos de la guerra. Está en el último año de su licenciatura en Administración internacional y es de Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania.

“Me siento bien, en general”, asegura. “Estoy viva y mis padres y mi esposo están conmigo. Nos casamos aquí hace apenas un mes. Pero no puedo leer las noticias. Solo me lleva un minuto frustrarme, comenzar a llorar… Todavía no puedo creer que esto sea posible”.

Hace todo lo que puede para ocupar su mente con tareas, ya sea dibujando o escribiendo poemas. Explica que algunos de sus amigos decidieron quedarse en Járkov a pesar de que la situación allí es extremadamente difícil: una amiga suya que tiene una hija pequeña vive en una casa parcialmente destruida.

“No extraño ninguna pertenencia material”, dice Sandra, “pero echo de menos mi ciudad, los árboles, los edificios. Me gustaría volver a casa”.

Pero luego recuerda por qué huyeron.

“Era muy estresante. No podía aguantarlo. Sentía náuseas con solo mirar la comida. Durante los primeros días siempre nos trasladábamos al búnker. Más tarde, cuando caían las bombas, íbamos al baño y nos cubríamos la cabeza con almohadas y mantas. Nos sentábamos de cuclillas y rezábamos. Los aviones de combate sobrevolaban el edificio. El sonido de las bombas era tan fuerte que parecía que caían sobre nosotros”.

Formaciones del personal sanitario
En el hospital, nuestro equipo médico ha concluido ya las capacitaciones; Yanina y Oleksii se sientan nuevamente en el despacho del departamento de pediatría vestidos con sus habituales batas blancas. Estudiaron medicina juntos. Ella es de Zaporiyia y él de Melitópol, en el sureste, pero ambos se mudaron a Holovanivsk hace dos años.

 

“Hemos tenido menos pacientes desde el 24 de febrero [inicio de la guerra]”, dice Yanina, “pero vienen con condiciones más severas. Mucha gente de la región se ha ido de Ucrania y muchas personas desplazadas dentro de la región no saben exactamente lo que hacemos”.

La pared está llena de dibujos, hechos por niños que han recibido apoyo médico. Los pacientes dibujan sobre sus experiencias con problemas de salud. Un gato, por ejemplo, fue dibujado por una niña que tenía asma.

“En el primer mes de la guerra trabajábamos de noche”, cuenta Yanina, “y el equipo quirúrgico estaba las 24 horas de guardia. Durante las sirenas antiaéreas íbamos al búnker con los pacientes. Estos días nos quedamos en la zona segura del pasillo. Hemos recibido ayuda humanitaria en los últimos meses. Las formaciones también son importantes en las zonas rurales, para que el personal desarrolle conocimientos, no entre en pánico y sepa actuar paso a paso. Hemos tenido niños de territorios ocupados, como un pequeño de Mariúpol. Había desarrollado rinitis alérgica [inflamación en la nariz] tras pasar un mes en el búnker y estaba en una mala condición psicológica”.

Las cosas tampoco son fáciles para los propios médicos. Cada día contactan con sus familias para ver cómo están.

Trato de evitar pensar mucho, lo más fácil es simplemente venir a trabajar”, ​​explica Oleksii. “Todavía tengo tantos parientes en Melitópol. Mis padres viven cerca del aeropuerto militar y escuchan aviones de combate. Las personas que intentan salir de Melitópol hacia otras partes de Ucrania pasan días en cada puesto de control”.

Durante la conversación, la sirena antiaérea suena en los teléfonos móviles de todos. Es la tercera vez ese día. Los dos anteriores fueron en medio de la noche. En el pueblo, los diferentes miembros de nuestro equipo se reagrupan tras terminar el trabajo. Almuerzan y se suben a los tres coches para viajar de regreso a Kropivnitski. La visita de dos días para apoyar a la población de Holovanisk ha llegado a su fin.