La guerra, que supone el enfrentamiento directo de facciones armadas regulares o irregulares con un objetivo determinado, es la manifestación más violenta de un conflicto entre diferentes grupos humanos. Su origen puede ser el control político de un territorio, su población y sus recursos naturales, o el choque de diferentes ideologías o religiones. En los casos más extremos, la guerra persigue conscientemente la destrucción total del enemigo.

Cada año permanecen abiertos en el mundo más de 30 conflictos. Desde principios del siglo XX, el impacto directo de las guerras en las poblaciones civiles se ha ido agravando: a menudo son víctimas buscadas de los bombardeos, ataques y abusos, y cuando no, quedan atrapadas entre las facciones en liza sin posibilidad de recibir asistencia, o se ven obligadas a huir en las más adversas condiciones.

Además, en los países en los que trabajamos, estamos observando elevados niveles de la violencia no asociada a conflictos armados clásicos. Por ejemplo, la violencia ejercida por bandas callejeras de delincuentes y traficantes se está recrudeciendo en algunos lugares, especialmente en Latinoamérica, y ha alcanzado proporciones difíciles de ignorar desde nuestra condición de organización médico-humanitaria; este tipo de violencia no afecta solo a una clase sociocultural determinada, aunque suele aparecer asociada a sectores marginados, y genera víctimas en ambos sexos. Estas otras situaciones de violencia también se encuentran habitualmente vinculadas a la actividad de las mafias de tráfico de personas.

¿Cómo intervenimos?

 

Debido a su extrema vulnerabilidad, las poblaciones víctimas de la guerra y la violencia son prioritarias para nosotros, y en particular en aquellas crisis donde las necesidades son más acuciantes y donde no hay otras organizaciones trabajando o no las suficientes. Estamos convencidos de que es ahí donde son más valiosos nuestros conocimientos médicos, nuestro respeto y defensa de los principios humanitarios y nuestra capacidad de operar en entornos de riesgo y de ejercer influencia política.

Nuestros equipos trabajan para reducir la mortalidad, la morbilidad y el sufrimiento humano de las víctimas de la guerra, de la violencia directa y de la violencia sexual. Tratamos los efectos directos de la violencia (traumatismos como fracturas o heridas de bala, o lesiones causadas por agresiones sexuales) y también sus efectos indirectos (como las epidemias).

Nuestra asistencia médica es integral, y pone especial énfasis en la atención a menores de edad y a mujeres (por ejemplo con servicios de obstetricia de urgencia). Hemos desarrollado paquetes específicos para víctimas de la violencia sexual y también ofrecemos atención a la salud mental como componente esencial de nuestra asistencia en conflictos.

MSF y las guerras

 

El nacimiento de nuestra organización está ligado a la guerra: en la de Biafra (Nigeria), a finales de los años 60 empezó a gestarse lo que más tarde sería MSF. Desde entonces, nuestros equipos han prestado atención médica y humanitaria en los principales conflictos de las últimas décadas: Líbano (1976 y 2006), Afganistán (desde 1980 hasta hoy), Sri Lanka (desde 1986 hasta 2012), Liberia (1990), Somalia (desde 1991 hasta 2013), las dos Guerras del Golfo (1991 y 2003), Bosnia (1992-1995), Burundi (1993), las dos guerras de Chechenia (1995 y 1999), Kosovo (1999), la segunda Intifada en los Territorios Palestinos Ocupados (2000), Sierra Leona (2000), Angola (2002), Gaza (2009), Libia (2011), Mali (desde 2012), Siria (desde 2012), Irak (desde 2013), Ucrania (desde 2014), Yemen (desde 2015) y, de forma recurrente durante los últimos años e incluso décadas en países como República Democrática del Congo, República Centroafricana, Sudán o Sudán del Sur.

En 2022, el 60,5% de nuestros proyectos en todo el mundo se desarrollaban en contextos de conflicto armado abierto (30,1%), inestabilidad interna (27,1%) o posconflicto (3,3%), frente a un 39% en contextos estables.

Los conflictos de los últimos años en Oriente Próximo nos plantean nuevos retos, relacionados, entre otras cuestiones, con la fuerte polarización religiosa y política, el uso de armamento moderno, el hecho de que la misión médica se haya convertido en un blanco directo, y la presencia de conflictos abiertos en zonas urbanas densamente pobladas. Y como viejo desafío al que seguiremos enfrentándonos en los próximos años, destacan los conflictos enquistados, como los que sufren República Democrática del Congo, República Centroafricana o Sudán del Sur, donde los picos de violencia y caos se suceden sobre un telón de fondo de fragilidad permanente y de derrumbe social y económico.