Colombia: los jóvenes son los que más sufren la violencia
En la ciudad de Buenaventura, detectamos tendencias depresivas, intentos de suicidio, embarazos no deseados y reclutamiento forzado entre los más jóvenes. Nuestro trabajo busca incidir mucho más en ellos.

Lucía Morera regresa de ejercer como coordinadora de nuestro proyecto en Buenaventura (Colombia). La ciudad portuaria del Pacífico ha sido su hogar durante nueve meses, después de haber trabajado en otras organizaciones en países como Afganistán, Líbano, Palestina o Sudán del Sur y de haber ejercido como educadora en Brasil para niños vulnerables y en riesgo social.
Morera explica su experiencia coordinando nuestros equipos que en Buenaventura inciden en la atención médica integral a víctimas de violencia y violencia sexual y que, por ello también, asisten a mujeres que necesitan interrumpir su embarazo.
“Buenaventura impresiona porque parece que sea una ciudad creada por el puerto, que lo domina todo. El espacio físico es duro, debido a su carácter industrial y hay una sensación por ello de falta de planificación urbana en el que permea su historia de violencia, con muchos desplazados llegados de las áreas rurales. Aunque ahora la situación está más calmada, la gente es escéptica, creen que esta calma es solo una fase: es una ciudad castigada por el conflicto, la violencia, los grupos criminales. Esta es una situación que no es única a Buenaventura o limitada a Colombia, por supuesto, pero sí pesa en el ambiente, una carga dura.
Eso es lo que explica en parte la importancia del trabajo que hacemos, en el que se vio la necesidad de ofrecer servicios en salud mental a una población muy castigada, vulnerable, con afectaciones psíquicas en un contexto de violencia histórica, reproducida, de falta de servicios y de población de aluvión, desplazada, con muchas familias desestructuradas, falta de trabajo formal, muy dependiente del puerto, del rebusque.
Detectamos, especialmente entre la población joven tendencias depresivas, de intentos de suicidio incluso, de episodios psicóticos, por encima de la media de Colombia.
Hace un par de años se decidió asimismo iniciar un centro de llamadas para que la gente tuviera un número a través del que iniciar su atención en salud mental, una especie de línea de crisis, que también sirve como una puerta de acceso a los servicios.
Y este año lo que pretendemos es aumentar y estabilizar el número de pacientes, especialmente entre los más jóvenes, de entre 15 y 17 años, la población masculina, y las víctimas de violencia sexual, para poder atenderlas antes de las 72 horas y evitar así la posibilidad de contracción de enfermedades de transmisión sexual o embarazos no deseados.
Llegar a los más jóvenes
Para ello, vamos a formar una red de lo que llamamos “multiplicadores” que serán jóvenes entre 15 y 17 años, algunos de los cuales ya han sido pacientes nuestros, para que puedan multiplicar nuestro mensaje sobre la importancia de la salud mental y la necesidad de buscar ayuda.
Hemos detectado que nos hace falta llegar a los más jóvenes que, en parte, son muy afectados por esta herencia de violencia y desestructuración, de violencia sexual, de embarazos siendo demasiado jóvenes, de reclutamiento forzado o adicciones. Al ser, precisamente, muy jóvenes, tienen problemas para identificar sus problemas, para detectar y analizar su situación y también buscar la ayuda en un adulto.
Seguiremos participando en los programas de interrupción del embarazo. En la zona hace falta mucha información en planificación familiar, hay poca educación sexual y eso se nota también entre los jóvenes. En MSF solo realizamos una interrupción del embarazo farmacológica, hasta las 12 semanas, y de ser una gestación más avanzada, lo que hacemos entonces es derivar a la paciente a la estructura sanitaria indicada. En algunos casos, acompañamos a las pacientes en este proceso, que a veces puede ser un poco complicado, dado que supone acudir a centros fuera de la ciudad.
A pesar de que todos los días los equipos escuchan muchas historias difíciles, también hay muchos pacientes que nos recuerdan la importancia de nuestro trabajo en Buenaventura. Pacientes con historias difíciles de violencia que paralizan su vida hasta que reúnen fuerzas para pedir apoyo. De ellos, recuerdo una joven que había mantenido en silencio durante meses un evento de violencia sexual. Incapaz de procesarlo sola, había dejado los estudios y se había aislado de su familia y sus amigos. Tras el proceso de terapia, consiguió volver a la universidad y, poco a poco, aprender a vivir con lo que había pasado. Y sí, por ella y por el resto como ella, nuestro trabajo es imprescindible en Buenaventura”.