"México no es una opción para mi familia"

La terrible violencia y el trato inhumano que muchos migrantes y solicitantes de asilo han experimentado en sus países de origen y en su tránsito por México suponen una verdadera crisis humanitaria.

MSF
28/05/2019

En este momento, miles de migrantes y solicitantes de asilo viven en refugios y calles de ciudades fronterizas, como Reynosa, Mexicali y Nuevo Laredo, expuestos a los altos índices de violencia que caracterizan a estas zonas. Viven en la incertidumbre porque el gobierno de EE. UU. les ha obligado a permanecer en México, incluso a quienes han presentado legalmente sus solicitudes de asilo en Estados Unidos.

En estas ciudades son pocos los refugios donde pueden resguardarse y muchos de ellos están en su máxima capacidad, lo que ha obligado a muchos solicitantes de asilo a salir a las calles con dinero limitado y sin acceso a asistencia médica ni legal. Temen por su seguridad y no están seguros de su futuro.

Mientras la administración del presidente Trump continúa avivando las llamas en torno a su ‘estado de emergencia’ creado en la frontera con México, la verdadera crisis es la terrible violencia y el trato inhumano que muchos migrantes y solicitantes de asilo han experimentado en sus países de origen y en su tránsito por México.

Cuando los solicitantes de asilo llegan a la frontera, los abusos que ocurren en Guatemala, Honduras y El Salvador y que están causando que miles de familias tomen la decisión imposible de huir para salvar sus vidas, se repiten. Han viajado hasta la frontera buscando protección contra la persecución y la violencia y se han topado con ella en más de una ocasión en su paso por territorio mexicano.

Clínica móvil de MSF para atender a migrantes en el estado de Guerrero, México

“En este punto de la frontera, en Nuevo Laredo, Tamaulipas, el secuestro está a la orden del día, por eso razón, los migrantes evitan transitar por las calles porque es muy peligroso”, cuenta Felipe Reyes, psicólogo de Médicos Sin Fronteras que asiste a migrantes, solicitantes de asilo y deportados mexicanos en dos albergues de la ciudad, La Casa Amar y la Casa del Migrante Nazaret, y donde brindamos asistencia médica, psicológica y de trabajo social a cientos de personas que continúan llegando a la frontera.

“Es una situación muy crítica, porque tienen que lidiar con la tristeza, la depresión, sentimientos de culpabilidad y pensamientos suicidas que conlleva la desesperanza. Tienen afectaciones del sueño y sufren ansiedad debido a que las listas de espera para iniciar los trámites son muy largas y no existe ninguna certeza de refugio para ellos”, señala Reyes, quien, junto a otros de nuestros profesionales médicos, atiende esta clase de afectaciones emocionales a diario.

José, un hondureño que enfrentó robos y agresiones durante su larga travesía en territorio mexicano, viajó con sus hermanos hasta la frontera mexicana donde planeaban iniciar su trámite de solitud de asilo, pues las maras en Honduras los tenían amenazados de muerte; relata con dolor el secuestro de su hermana, que sucedió en cuanto llegó a Nuevo Laredo.

“Cuando bajamos del autobús unos hombres nos jalaron a mi hermano y a mí y a mi hermana se la llevaron para otro lado. Luego de unas horas a él y a mí nos soltaron, pero a ella no.  Seguimos sin saber de ella. Pagamos 5.000 dólares (4.500 euros) de rescate, que era todo lo que teníamos, pero no la han soltado. No sé quién puede ayudarnos. No confiamos en la policía de aquí. Nuestro plan era llegar comenzar el proceso de solicitud de refugio en EE. UU., pero ahora no quiero moverme de aquí hasta no saber qué pasó con ella”, concluye con un tono de desesperación.

En el caso de los varones y mujeres que viajan con sus familias, vemos lo difícil que es para ellos tratar de reconstruir su identidad después de la huida, con el deseo de alcanzar un nuevo proyecto de vida para sus hijos entre el temor de vivir en México y con el miedo de tener que regresar a sus países.

“Durante dos años sufrimos extorsiones. Llegó el día en que ya no pudimos pagar más. Hipotequé mi casa y vendimos todo”, recuerda Margarita, una mujer migrante de 36 años de Guatemala que llegó a la frontera mexicana con su esposo y sus tres hijas de 16, 7 y 6 años.

“Mi sueño nunca fue el americano, yo vivía bien con mi familia, pero ellos (las pandillas), no nos dieron opción. Queremos seguir las reglas. Aquí nos dieron una visa humanitaria, pero México no es una opción para mí familia”, dice con certeza Margarita, quien sufrió un intento de secuestro en la estación de autobuses de Nuevo Laredo. “Se quisieron llevar a mis hijas, grité con todas mis fuerzas y logramos escapar. Vamos a esperar aquí como nos lo han pedido, antes de solicitar el proceso en la unión americana”, dice con aire de resignación, porque sabe que por el momento no tiene otra opción.

A pesar de su corta edad, la hija más pequeña de Margarita es consciente de la difícil situación que ha tenido que vivir su familia. “¿Ya estás cansada?, ¿quieres que nos regresemos a Guatemala?”, le pregunta su mamá. “No, porque ahí te matan”, contesta la niña sin titubear.