Sin agua segura ni medicinas: reforzamos nuestra respuesta frente a la malaria y el cólera en Kivu Sur
En Fizi, Kivu Sur (República Democrática del Congo), donde familias desplazadas caminan hasta 20 kilómetros para buscar ayuda y dependen del agua del lago para sobrevivir, intensificamos nuestras actividades para frenar dos amenazas que avanzan a la vez: la malaria y el cólera. Entre agosto y noviembre, nuestros equipos atendieron a 19.000 personas por malaria, instalaron 31 puntos de cloración y derivaron suministros a través de tres países por la inseguridad creciente.
Ante las necesidades urgentes de las personas desplazadas por la reciente escalada de los combates en el territorio de Fizi, en Kivu Sur, en República Democrática del Congo (RDC), así como la salida de varias organizaciones humanitarias tras los recortes en la financiación internacional y en los servicios de salud, hemos puesto en marcha dos respuestas conjuntas de emergencia contra la malaria y el cólera.
Entre agosto y noviembre de 2025, nuestros equipos en Baraka y en la aldea de Lweba han tratado a 19.000 personas con malaria. En un periodo de 8 semanas, entre septiembre y octubre, también hemos atendido a 652 pacientes con cólera.
Resurgimiento de la malaria
En la ciudad de Baraka y las aldeas circundantes, los mosquitos proliferan durante la temporada de lluvias, provocando un resurgimiento de la malaria que afecta por igual a menores y adultos.
Aline es madre de cinco hijos. Vive en Mulongwe, en un asentamiento improvisado al sur de Fizi. En el hospital de Baraka, Adelphine, su hija de 7 años, lucha contra los síntomas de la malaria: fiebre, escalofríos y sudoración. La vida diaria es dura e incierta. “No tenemos suficiente para comer porque no podemos acceder a nuestros campos debido al conflicto armado. La tierra, nuestro único recurso, nos ha sido arrebatada”.
MSF estamos tratando casos de malaria en el hospital de Baraka. También hemos establecido 5 puntos de malaria para realizar pruebas y tratar a los pacientes. En la zona de Fizi, la lucha contra la malaria ha sufrido años de falta de inversión. El Ministerio de Salud no ha llevado a cabo actividades de prevención durante tres años y la escasez de mosquiteras es extrema.
Los recientes recortes en la financiación global de la salud y la ayuda humanitaria están agravando aún más la situación. El programa nacional de malaria, que anteriormente recibía grandes fondos del Fondo Mundial, se ha debilitado considerablemente. Como consecuencia, nos hemos convertido en el único proveedor importante de medicamentos antipalúdicos en la región.
Trabajamos por llegar a las personas desplazadas por la violencia
Las decenas de miles de personas desplazadas que han huido recientemente de los combates están especialmente expuestas a la malaria y al cólera. Durante varios meses, los enfrentamientos entre el ejército congoleño (FARDC) y una coalición de milicias respaldadas por el propio ejército, conocidas como los ‘Wazalendo’, contra los Twigwaneho, el brazo armado de los Banyamulenge, se han intensificado. La violencia alimenta un antiguo y violento conflicto interétnico en la zona.
En las tierras altas y colinas de Fizi, otras 57.000 personas que huyeron de la violencia permanecen aisladas, rodeadas de grupos armados (según datos de la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios). El acceso humanitario es actualmente imposible.
Además, más de 20.000 personas han huido de los enfrentamientos hacia Baraka. Para estas personas desplazadas, el acceso a la atención médica es muy limitado. Muchas no tienen medios de transporte para llegar a los centros de salud o a los puntos de malaria, y los numerosos puestos de control de los grupos armados complican aún más sus desplazamientos.
“Estoy muy preocupada por toda la gente que no puede llegar a la atención médica; tienen miedo de pasar por los controles de los grupos armados en la zona”, explica Maria Santo, responsable médica en Fizi. “Vemos pacientes llegar al hospital de Baraka con malaria ya en estado grave porque tardaron demasiado en venir. Hace poco, un niño de 3 años llegó a pie con su abuela al hospital de Lweba”, cuenta Santo. “Tenía malaria grave y estaba anémico porque tuvo que caminar 20 kilómetros desde Bibogobogo”. Por ello, nos preparamos para instalar cinco nuevos puntos de malaria adicionales para acercar la atención a la población.
También nos enfrentamos a importantes desafíos logísticos. Durante la temporada de lluvias, grandes tramos de la carretera a lo largo del lago Tanganika son arrasados, haciendo imposible el trayecto entre Bukavu y Uvira. Por ahora, llegar a algunas zonas más allá de la ciudad de Fizi, donde hay más personas desplazadas, no es posible.
A esto se suman las líneas de frente cambiantes y peligrosas, que dificultan aún más el suministro de medicamentos y material. Como no podemos desplazarnos directamente de las zonas controladas por el M23 a las controladas por el gobierno, los suministros no pueden transportarse de forma directa de Bukavu a Baraka. En su lugar, deben tomar un desvío largo y complejo a través de Ruanda, Tanzania y Burundi. Este trayecto dura varios días y retrasa significativamente la llegada de medicamentos como los antimaláricos, así como de artículos esenciales como pruebas de malaria y kits de higiene para pacientes con cólera.
Brote de cólera ahora bajo control
“Mientras estaba en el lago recogiendo agua, encontré a mi hijo de 2 años vomitando y con diarrea, muy débil”, cuenta Bokumba, sentado junto a su hijo en el centro de tratamiento de cólera de Baraka. “Al principio pensé que estaba enfermo por algo que había recogido del suelo y comido, pero no, es cólera. En nuestra comunidad, principalmente bebemos agua del lago. El agua potable existe, pero es muy escasa”.
La falta de inversión en infraestructuras de agua y saneamiento es una de las principales causas de la epidemia de cólera.
“El problema es el agua”, señala el doctor Christian Rajabu, médico del centro de tratamiento de cólera de Baraka donde trabajamos. “Muchas personas obtienen su agua directamente del lago o de los ríos, por falta de alternativas. La infraestructura sanitaria es claramente insuficiente y medidas básicas de higiene, como el lavado adecuado de manos, aún no están extendidas”.
Para frenar la transmisión del cólera, hemos instalado 31 puntos de cloración de agua en los barrios más expuestos y realizado diversas actividades de sensibilización comunitaria sobre medidas de higiene para evitar contagios. Además, en colaboración con los comités locales de agua, hemos desinfectado y rehabilitado 13 bombas manuales. En las 8 semanas de respuesta, el número de casos de cólera ha disminuido un 55% y la epidemia está ahora bajo control. Pero, a largo plazo, se necesitan inversiones urgentes del Estado en infraestructuras de agua.
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