Sin camino a casa: las cicatrices de la guerra en Siria permanecen
Después de 14 años de guerra, millones de sirios permanecen desplazados, atrapados entre campos improvisados y pueblos destruidos. Familias como la de Walid han perdido hogares, vidas y oportunidades, mientras luchan por sobrevivir sin acceso a atención médica ni servicios básicos. Entre el dolor de la pérdida y la esperanza de un futuro mejor, estas historias muestran las cicatrices humanas que deja la guerra y la fuerza de quienes intentan reconstruir sus vidas.

Al salir de la antigua ciudad de Damasco, la destrucción se alinea a lo largo de la carretera desértica que va hacia el norte; ríos de escombros se extienden por los suburbios, y agujeros de bala salpican las pocas fachadas derrumbadas que aún permanecen en pie.
En Idlib, en el noroeste de Siria, las ruinas van dejando paso poco a poco a pueblos compuestos por tiendas de campaña y estructuras semi de hormigón, dispersas al azar entre las olas de olivares que se extienden hasta la frontera con Turquía.
“Todas las tiendas y refugios que no tienen techo están ahora vacíos”, dice Yahya Abboud, nuestro promotor de salud. Señala las hileras de tiendas sin lonas que las cubran, repartidas por el paisaje ondulado. “Son los afortunados: sus casas siguen en pie, así que han recogido sus cosas y han vuelto a casa”.
Desde que comenzó la guerra en Siria, hace más de 14 años, millones de personas han sido desplazadas tanto dentro como fuera del país. Aunque el régimen de Asad cayó en diciembre de 2024, todavía hay aproximadamente 7,2 millones de personas desplazadas dentro de Siria.
“Mucha gente ha intentado volver a casa desde la caída del régimen, pero todavía hay millones que permanecen aquí, en Idlib, en estos campos informales”, afirma Yahya. “Algunas han regresado solo para encontrar que sus casas ya no existen, que sus pueblos están desiertos, sin servicios”.
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Los restos de edificios destruidos en la ciudad de Tadif, en el este de Alepo, Siria.
© Ahmad Amer/MSF
14 años de desplazamiento
Walid es solo una de los millones de personas que siguen desplazadas en Idlib. Tras el fin de la guerra, él y sus 13 familiares regresaron a su aldea, en el sur de la gobernación de Alepo, solo para encontrar que su hogar y su pueblo habían sido arrasados.
“En los primeros días tras la caída del régimen de Asad, hicimos las maletas y nos preparamos para volver a casa después de años de paciencia”, recuerda Walid, sentado en el improvisado salón de su refugio en el campo de Al Kuwaiti, en el norte de Idlib.
“Soñábamos, después de 14 años de sufrir la guerra, el miedo y la destrucción, con regresar a nuestras casas, a la tierra donde crecimos, para ver a nuestros hijos viviendo una vida normal.
Pero nos quedamos en shock por lo que vimos: un pueblo fantasma, casas en ruinas, tierras agrícolas que parecían bosques abandonados, cubiertos de escombros de más de dos metros de altura. Era un lugar desolado y lúgubre, plagado de serpientes y restos de minas y bombas dejadas por el régimen de Asad”.
Walid y su familia dejaron su pequeña aldea del sur de Alepo en 2011, cuando el régimen comenzó a bombardear la zona. En los 14 años siguientes, se trasladaron al menos 7 veces, obligados a huir mientras los mortales ataques aéreos les seguían de un lugar a otro.
Pero fue en la localidad de Abu Duhur, donde la familia se refugiaba en 2012, cuando ocurrió la tragedia irreversible. “Al llegar a Abu Duhur, vimos que la mayoría de las casas estaban destruidas. Pero algunas seguían en pie, así que entramos en una que no había sido derribada y nos refugiamos allí. Vivimos allí un año o un poco más”, cuenta Walid.
“Pero poco después, nos sorprendieron más ataques aéreos. Uno de ellos golpeó una reunión de personas desplazadas, matando a casi 70 personas ante nuestros ojos”.
Durante esos ataques, varios miembros de la familia de Walid resultaron heridos mientras huían. Su madre murió y dos de sus hijas quedaron paralizadas de forma permanente. Su bebé Hamza fue alcanzado por metralla en los ojos, y su hijo Jummah Mansour sufrió graves quemaduras y heridas por metralla, quedando semiparalizado.
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La familia de Walid en su refugio en el campamento Al Kuwaiti, en Idlib, en el noroeste de Siria.
© Ahmad Amer/MSF
“Empecé a buscar a mi madre, a mi hijo y a los demás, pero ya no podía distinguir entre mi hijo y el del vecino, porque todos estaban completamente quemados por la bomba”, recuerda Walid. “Luego me llegó la noticia de que mi hijo, Jummah Mansour, estaba en un hospital en Saraqib”.
Tardó dos días en localizar a todos sus hijos, que habían sido trasladados a diferentes centros médicos de Alepo e Idlib.
Tras el ataque, la familia se mudó a una zona llamada Cueva Miras, a unos 15 kilómetros de distancia, donde vivieron 6 o 7 meses. Pero los bombardeos aéreos no cesaron y tuvieron que huir una y otra vez. Finalmente, se establecieron en el campo de Al Kuwaiti, en el norte de Idlib, donde siguen hoy.
La historia de Ibrahim
La familia de 14 personas comparte un pequeño refugio de cemento dividido en tres cuartos y una diminuta cocina. Dependen por completo de la ayuda y los servicios humanitarios, que en el último año se han reducido debido a los recortes de financiación de Estados Unidos y a la salida de organizaciones internacionales tras la caída del régimen.
Hace un mes, el hijo menor de Walid, Ibrahim, murió de insuficiencia renal por falta de medicación.
“Cuando vimos que su estado empeoraba, lo llevamos a dos médicos en un hospital de Adana”.
Ibrahim necesitaba un medicamento extranjero, difícil de encontrar en las farmacias de Idlib y costoso. Al cabo de un tiempo, la familia se vio obligada a reducir la dosis por falta de dinero. Su estado empeoró y desarrolló una inflamación renal aguda.
“Estaba desgarrado entre mantener a mi familia y darle tratamiento a Ibrahim. El mundo se nos cerraba por todos lados y tuvimos que reducirle la dosis, lo que empeoró su estado. Murió. Solo tenía tres años”, dice Walid, mirando una pequeña foto de su hijo menor sonriendo junto a sus hermanos en el campo.
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La familia de Walid en Idlib y sus alrededores, y el campamento en el que viven.
© Ahmad Amer/MSF
Servicios en caída para millones de personas necesitadas
Por la falta de fondos y un sistema sanitario destruido por la guerra, la atención médica especializada en Siria se ha convertido en un lujo. Médicos Sin Fronteras (MSF) somos una de las pocas organizaciones que ofrecemos atención gratuita en los campos, que acogen a millones de personas en las gobernaciones de Idlib y Alepo. Nuestras clínicas móviles brindan atención básica, salud sexual y reproductiva, y atención en salud mental; sin embargo, para recibir atención especializada, la gente debe desplazarse a las principales ciudades.
Pero no solo la atención médica escasea en esta región montañosa y agrícola: el agua y otros servicios básicos también han disminuido, especialmente desde la caída del régimen, cuando muchas organizaciones de ayuda se trasladaron a ciudades más grandes como Homs y Alepo.
Para Walid, la falta de atención especializada es una carga enorme. Dos de sus hijas, Raghad y Ghofran, están postradas en cama, mientras que Jummah Mansour y Hamza siguen afectados de forma permanente por sus heridas.
“Actualmente apenas podemos cubrir nuestras necesidades básicas. El salario diario medio no supera las 150 o 200 libras sirias, apenas suficiente para comprar nueve panes. Antes, la recogida de basura en el campo funcionaba bien y todo estaba organizado. Sin embargo, después de la liberación, empezamos a enfrentar varios problemas, el primero de ellos la reducción en el suministro de agua, que se volvió extremadamente limitado”.
Además de las ya terribles condiciones en los campos, los recortes de financiación del gobierno de Estados Unidos han agravado el sufrimiento, limitando gravemente el acceso a la atención médica. Estos recortes han tenido un impacto directo en la suspensión de actividades médicas en el noroeste de Siria.
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Los restos de edificios destruidos en la ciudad de Tadif, en el este de Alepo, en Siria. © Ahmad Amer/MSF
Según la OMS, en mayo de 2025, personas en las 14 gobernaciones de Siria se han visto afectadas por los recortes estadounidenses, que han obligado a más de 280 centros de salud a reducir su capacidad o suspender actividades por completo. Esto incluye 41 hospitales, 149 centros de atención primaria, 41 equipos móviles y 49 centros especializados.
Mientras más de la mitad de la población previa a la guerra sigue desplazada —la cifra más alta desde 2011—, 16,7 millones de sirios necesitan ayuda vital, según la ONU. Pero a pesar de la sombría situación, Walid mantiene la esperanza en el futuro de Siria.
“Se cumplieron nuestras esperanzas y terminó la era de la injusticia —el reinado de ese tirano [Asad] bajo el que sufrimos tanto—“, dice.
“Esperamos que nuestros hijos pequeños puedan completar sus estudios, aprender y reconstruir una nueva vida. Ojalá nos hagan olvidar los días de miedo y terror que hemos pasado, además de la destrucción, el desplazamiento y la humillación que hemos vivido”.
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Vista de miles de refugios que albergan a personas desplazadas en Idlib, en el noroeste de Siria.
© Ahmad Amer/MSF