¿Cómo es emprender un viaje migratorio, huir de la violencia, buscar una vida mejor y, al mismo tiempo, controlar los niveles de azúcar en el cuerpo? Bien lo saben Amina, Ghassan y Anis, tres de nuestros pacientes de diabetes en Atenas (Grecia). Para ellos, es clave el acceso a bolígrafos de insulina, mucho más fáciles de aplicar pero todavía demasiado caros o difíciles de conseguir en países como Irak, Territorios Palestinos Ocupados y Siria.

MSF
13/11/2024

La diabetes es una de las 10 principales causas de muerte en el mundo y afecta a más de 500 millones de personas en todo el planeta. Sin embargo, más del 80% de los afectados viven en países de renta baja y media, para quienes los bolígrafos de insulina y los nuevos medicamentos pueden simplificar el tratamiento y reducir las complicaciones. Aunque están ampliamente disponibles en los países de renta alta, el acceso en los de renta baja y media y en los entornos humanitarios es extremadamente limitado debido principalmente a sus precios más elevados.

En este artículo Amina, Ghassan y Anis (pacientes en Grecia) nos cuentan cómo viven con diabetes y cómo lidiaron con su enfermedad mientras emprendían peligrosas y duras travesías migratorias. Los tres subrayan cómo la insulina en bolígrafos es más fácil de transportar y administrar, especialmente en situaciones difíciles y humanitarias y en comparación con la insulina en viales e inyectada con jeringuillas.

MSF hemos aumentado significativamente el número de consultas de diabetes en nuestros programas médicos. Solo en 2022, realizamos 205.122 consultas en todo el mundo. 

Amina: " La decisión de viajar con tres hijos, uno de ellos enfermo, no fue fácil”

Sentada en su cocina de Atenas, iluminada por el sol y de color verde menta, Amina* nos cuenta las dificultades a las que se enfrentó en Irak para controlar ella sola la diabetes de tipo I de su hijo y cómo, a pesar de lo que sabía que iba a ser un viaje migratorio extremadamente difícil de Irak a Grecia con tres niños pequeños a cuestas, huyó de su marido maltratador. 

“La decisión de migrar con niños y un hijo enfermo no fue fácil. La única razón por la que lo hice fue mi marido”.

“Mi hijo Ehsen* tenía 7 años cuando noté los primeros cambios en él. Empezó a mojar la cama y su apetito aumentó. Inmediatamente le llevé al médico, le diagnosticaron diabetes de tipo I y le pusieron inyecciones de insulina para controlarla.

Al principio, los bolígrafos de insulina -mucho más fáciles de usar- no estaban muy extendidos en Irak, así que yo tenía que ponerle las inyecciones a Ehsen. Las jeringuillas eran difíciles porque yo no tenía experiencia en administrarlas. Me dolía mucho inyectar a mi hijo, sobre todo porque era muy pequeño y a veces lloraba. Muchas veces, yo lloraba antes que él.  Tras su diagnóstico, llevé el historial médico de Ehsen a su colegio, pero con 47 alumnos en una clase, el director me dijo que no podrían atender a Ehsen, por lo que se vio obligado a abandonar los estudios. Sentí una profunda tristeza y angustia por mi hijo, porque aunque el diagnóstico de Eshen fue rápido, su salud no era estable. Sus visitas al hospital eran frecuentes y numerosas. Más tarde, Ehsen empezó a experimentar niveles inestables de azúcar en sangre, que subían y bajaban repetidamente. Cuando bajaba, se desmayaba. Si era alto, necesitaba largas estancias en el hospital para mejorar su estado. 

Sobrellevar esto fue muy difícil. No tenía ningún apoyo. Era huérfana antes de casarme, y la pertenencia de mi marido a una milicia local y los actos violentos en nuestra comunidad hacían que la gente me evitara. En casa, el trato de mi marido era peor. Era violento, me pegaba y tuve que someterme a varias operaciones; pero no temía por mí. Temía por mis hijos y por su futuro.

  • Los medicamentos para la diabetes del hijo de Amina

La decisión de viajar con tres hijos, uno de ellos enfermo, no fue fácil. En primer lugar, consulté a mis hijos a pesar de su corta edad. Me senté con ellos y les dije que quería dar este paso por su seguridad, para protegerlos de la violencia de su padre. Les pregunté si les parecía bien y me dijeron: ‘Estaremos contigo en el camino que elijas’. Así que cogí algo de dinero y solo dos plumas de insulina para mi hijo y nos fuimos.

En el aeropuerto, tuve que suplicar a un funcionario que nos dejara subir al avión a mí y a mis hijos pequeños. Al final, aceptó 300 dólares y me dejó pasar. En Turquía era una extraña y no conocía el idioma ni sabía adónde ir, pero aunque las cosas se fueron haciendo más fáciles, Ehsen pronto se quedó sin medicación. Su estado empeoró y fue hospitalizado. Pasó un mes y trece días en el hospital. Durante este tiempo, me enteré de que mi marido me estaba buscando y supe que teníamos que irnos.

Conociendo mi situación y mis condiciones de vida, en el hospital nos dieron el alta con medicación y plumas de insulina suficientes para seis meses, un dispositivo para controlar el azúcar en sangre e incluso un recipiente con fruta y leche.

Cuando llegamos a la costa para viajar en barco a Grecia, el contrabandista me vio y me dijo: ‘¿Qué son todas estas bolsas? ¿Cómo vas a cruzar con ellas?’. Le dije que eran mis maletas. Me dijo que tenía que dejarlas y llevar solo una bandolera pequeña. Éramos cuatro personas y, salvo mi hijo enfermo, todos llevábamos una bandolera pequeña, cada uno con su material médico.

Por desgracia, nuestro primer intento fracasó y regresamos a mitad de camino antes de llegar a Grecia. Vivir esto no fue fácil, pero lo intentamos de nuevo. Durante los viajes, mi hijo tomaba su medicación, pero no era regular. Cuando llegamos a Grecia, volvió a ser hospitalizado.

Cuando llegamos a Grecia, solicité asilo. Esto permitió a mi familia, y especialmente a mi hijo, tener un seguro médico para que pudiera ir al hospital y recibir tratamiento. Sin embargo, nos rechazaron dos veces, nos suspendieron el seguro y no pude comprar medicamentos para Ehsen. Así es como llegué a MSF hace un año, ya que a través de ellos puedo acceder a medicación gratuita, incluidas plumas de insulina, para mi hijo.

Gracias a Dios, ahora mi hijo puede cuidar de sí mismo y gestionar su tratamiento. Sobre todo porque usar bolígrafos es mucho más fácil, mientras que la jeringuilla requiere que alguien le ayude. Al final, lo único que quiero es asegurar el futuro de mis hijos en un país que los acoja y cuide de ellos.

*Seudónimo para proteger la intimidad del testimonio.
 

Ghassan: “Mi nivel de azúcar en sangre bajaba a 60 y entonces entraba en coma”

  • Ghassan con un bolígrafo de insulina

Ghassan Fakhri Jabar deja con cuidado la taza de café. En el pequeño apartamento donde hablamos, en Agios Panteleimonas, una zona vibrante y multicultural de Atenas, la capital griega, se respira un ambiente de excitación contenida. Ghassan vive aquí desde hace cuatro meses tras emprender un largo viaje desde Territorios Palestinos Ocupados para huir del conflicto.

Por las habitaciones del apartamento se amontonan maletas y bolsas, preparadas y listas para partir. El viernes, Ghassan emprenderá la última etapa de su viaje de Gaza a Alemania, donde dos de sus hijos y sus familias esperan ansiosos el reencuentro con su padre y el resto de la familia.

Es una historia familiar de huida, exilio y el sueño de la reunión familiar. Pero el viaje que acaba de emprender Ghassan es mucho más peligroso porque padece diabetes de tipo 2 y necesita controlar sus niveles de azúcar en sangre con una estricta rutina de pastillas e insulina.

Sin un control regular de sus niveles de azúcar en sangre y sin inyecciones de insulina, Ghassan corre el riesgo de caer muy enfermo o algo peor. En un viaje de más de ocho meses desde Gaza, pasando por Turquía, hasta la isla griega de Samos y, finalmente, Atenas, Ghassan ha pasado por momentos desesperados y difíciles debido a sus necesidades médicas como persona diabética. Le pedimos que nos contara su historia.

“Yo era un hombre sencillo, empleado del gobierno en Gaza. Mis dos hijos se marcharon a Alemania y, cuatro años después, decidí que todos debíamos dejar Gaza e ir allí para apoyarlos. Me habían diagnosticado diabetes unos 15 años antes, y recibía insulina en viales regularmente de forma gratuita. Mi vida estaba en orden y mi enfermedad controlada. Cuando dije a la UNWRA que planeaba dejar Gaza y viajar a Alemania, me dieron un suministro de insulina para dos meses en viales con jeringuillas para llevar conmigo.

En total éramos 13 personas viajando juntas. Vendí mi coche, puse en orden mis asuntos financieros y salimos de Gaza por el paso fronterizo de Rafah, y luego en autobús hasta el aeropuerto de El Cairo y volamos al aeropuerto de Sabiha (Estambul), en Turquía.

  • Ghassan en el balcón

Cuando llegamos a Turquía, planeamos viajar juntos a Grecia, pero yo no tenía suficiente dinero. Así que envié a mis hijos menores y a mis hijos casados por delante de nosotros a Grecia. Mi mujer, mi hija y yo nos quedamos atrás. No sabíamos que tardaríamos ocho meses y 15 intentos fallidos en completar el viaje a Grecia.

En Palestina, tomaba la medicación para la diabetes con regularidad y mantenía los niveles de azúcar en sangre. Eso dejó de ocurrir cuando llegué a Turquía. Cuando se me acabó la insulina en viales, intenté comprar más, pero era demasiado cara.

Durante ese tiempo, hicimos muchos intentos de cruzar a Grecia, pagando a contrabandistas. Catorce veces salimos en barco, y cada vez nos atrapaba la guardia costera turca. Se llevaron todas nuestras pertenencias, ropa, comida y mis medicinas, y las tiraron al mar, antes de enviarnos de vuelta a Turquía.

Cada vez que nos cogían me mandaban a la cárcel tres o cuatro días. Nos daban un trozo de pan con queso del tamaño de la palma de mi mano, la misma comida para desayunar, comer y cenar durante varios días. Esta comida no era sana para alguien en mi estado, así que intentaba no comerla para que no subieran mis niveles de azúcar en sangre. A veces mi nivel de azúcar en sangre bajaba a 60 (un nivel peligrosamente bajo) y entonces entraba en coma. Me llevaban al hospital y me daban un tratamiento para subirme el nivel de azúcar. No querían que muriera en la cárcel. Entonces me devolvían a la cárcel.

Ghassan y su familia lograron finalmente cruzar a la isla de Samos en su décimo quinto intento.

“Cuando salimos de Samos, dos meses y medio después, y llegamos a Atenas, me dirigieron a la clínica de MSF. Me hicieron un chequeo y descubrieron que mi nivel de azúcar en sangre era alto. El médico de enfermedades crónicas me administró bolígrafos de insulina y controló mi estado cada 15 días. Anotaba mis niveles de azúcar en sangre por la mañana, por la tarde, por la noche y después de cenar.

Los bolígrafos de insulina son mucho más fáciles y cómodos de usar. Cuando llevaba viales de insulina y jeringuillas en mis viajes, tenía que extraer, medir e inyectarme cada dosis. Era complicado. Obviamente, lo principal era tener acceso a cualquier insulina, pero me habría resultado mucho más fácil con los bolígrafos, que son cómodos y la inyección es ligera e indolora. Hago un llamamiento a todo el mundo para que apoye a MSF para que siga suministrando insulina a través de bolígrafos, no de viales.

El médico de MSF fue estricto conmigo, insistiendo en la importancia de cuidar mi salud. Se preocupaba mucho por mí y era amable. Le estoy muy agradecido por lo que hizo”.

Anis: "Cuando vi el mar, no pensé mucho en la enfermedad ni en la insulina. Sólo pensaba en salvarme a mí y a mi familia”.

  • Retrato de Anis

El aire brilla en el calor ateniense de primera hora de la mañana. Una figura delgada avanza hacia nosotros, caminando lentamente a lo largo de los altos muros tostados por el sol que rodean Schisto, el campo de refugiados situado a las afueras de la capital griega. Schisto ha sido el hogar de Anis y su familia desde que llegaron como refugiados de Siria, buscando asilo en Europa. Cuando Anis aparece en primer plano, parece mucho mayor de sus 51 años. Es comprensible, dado el viaje que ha emprendido desde una Siria devastada por la guerra. Pero Anis lleva una carga adicional, ya que le diagnosticaron diabetes en su viaje y tuvo que seguir una estricta rutina de medicamentos, incluidas inyecciones de insulina todos los días, para mantenerse vivo y sano. La diabetes es una enfermedad complicada de tratar y, durante su viaje a Grecia, Anis se enfrentó a numerosos retos. Ahora, en Grecia, por fin recibe sus bolis de insulina, lo que hace que su tratamiento sea más sencillo y seguro.

“Me vi obligado a abandonar Siria y perdí todo lo que tenía en la guerra. Estábamos sitiados y no teníamos comida. Tenía un bebé recién nacido. Así que decidimos abandonar Siria y nos enfrentamos a muchas dificultades antes de llegar a Turquía. Finalmente llegamos a Mersin (en la costa sur de Turquía) y, como no teníamos más dinero, nos quedamos allí.

Cuando llegamos, tuvimos que dormir en jardines, ya que no teníamos dónde alojarnos, y pedir ayuda a amigos. Con el tiempo conocimos a gente que nos ayudó a conseguir alojamiento. Finalmente, empezamos a trabajar y pude alquilar una casa y empezar una nueva etapa. Por desgracia, al poco tiempo, el casero nos echó con nuestras pertenencias a la calle. Fue entonces cuando empecé a desarrollar síntomas. La sensación era indescriptible, un sentimiento de profunda fatiga y tristeza. Sentía temblores en el cuerpo y mi peso empezó a disminuir bruscamente.

Fui al médico, que me dijo que tenía que ponerme insulina inmediatamente porque mi nivel de azúcar en sangre era muy alto. Así que compré insulina y empecé a inyectármela. Después consulté a otro médico que me dijo que necesitaba un aparato para medir el azúcar en sangre y que debía tomar mis dosis de insulina en función de eso. Sufrí mucho. Cualquier enfermedad que afecte al organismo es muy difícil al principio y con el tiempo uno empieza a adaptarse.

  • Anis con sus bolígrafos de insulina.

Me inyectaba insulina tres veces al día. A veces el nivel de azúcar en sangre subía mucho, llegando hasta 500, debido a la falta de precisión en las dosis que me inyectaba y al estrés que sufría. Mi situación económica tampoco me permitía comer regularmente (como debería). Sentía dolor en todos los huesos y en cada parte de mi cuerpo.

Por desgracia, cuando las circunstancias son difíciles, uno se aferra a cualquier esperanza u oportunidad de cambio, así que finalmente decidimos marcharnos, viajar a través de Turquía e intentar llegar a Grecia. Durante esta parte del viaje estuve tres días sin insulina y no comí por miedo a que aumentaran mis niveles de azúcar. Cuando vi el mar, no pensé mucho en la enfermedad ni en la insulina. Solo pensaba en salvarme a mí y a mi familia. En el momento en que estaba en el mar y vi la muerte con mis propios ojos, tampoco pensé en la insulina. Pero pensé en ella poco después de llegar.

Cuando llegamos sanos y salvos a Grecia (la isla de Kos), empecé a sentirme cansada. Alguien me preguntó qué me pasaba y le dije que necesitaba insulina. Entonces, las personas que estaban conmigo en el mismo barco reunieron dinero para comprarme insulina. Nos entregamos a las autoridades, que me trasladaron a un médico que confirmó mi estado de salud y me suministró insulina. Cuando llegamos a Atenas, me trasladaron a este campamento. En el campo también me preguntaron por mi enfermedad y el tipo de medicamentos que tomaba. Me quedaba una inyección de insulina. Así que me dieron cita en el hospital público y me suministraron insulina.

Mi solicitud de asilo fue rechazada por las autoridades griegas y eso significó que perdí el derecho a acceder a la asistencia sanitaria en el sistema de salud griego. Se interrumpieron todos mis procedimientos médicos. Me dejaron de suministrar insulina, y yo la necesitaba desesperadamente.

Ese mismo día, conocí a alguien de MSF en el campo, no sabía que estaban presentes. MSF me ayudó y me dio la insulina que necesitaba en bolígrafos. Para alguien con diabetes que usa insulina, el bolígrafo es necesario. El bolígrafo es mucho más fácil.

No sé qué hacer. Vivo el día a día y no sé qué pasará mañana. Esta enfermedad ha afectado mucho a toda nuestra familia. El sufrimiento ha sido constante”.